1 de enero de 2008

Educación para la Emancipación

Domingo Bazán

Un rápido vistazo a nuestra sociedad nos muestra un complejo escenario de cambios que seduce con su oferta luminosa de un futuro mejor. Tal sociedad ha sido descrita por algunos entusiastas como tecnologizada, globalizada, democrática y altamente mutable, una suerte de promesa de lugar y época feliz que emanaría de las nuevas posibilidades de creatividad y progreso que demuestren los distintos sectores de la humanidad. Sin embargo, acotan otros observadores escépticos, esta misma sociedad sufre las contradicciones de una modernidad inacabada, esto significa carecer de referentes éticos más o menos universales que integren participativamente a las personas o que doten de sentido a los cambios sociales y tecnológicos. Hoy nos cuesta saber qué es bueno o qué es malo y aprendemos tempranamente que un buen profesional debe saber sobre todo qué es rentable o cómo lograr mayor productividad en sus respectivos locus laborales. Esta es la crisis de sentido que algunos autores han descrito y que implica “adaptarse” a una sociedad desencantada -nihilista y posmoderna-, una sociedad con una estructura moral light. No sobrevivir a dicha contradicción, ni siquiera reconocerla, revela la condición oprimida de la humanidad del siglo XXI.

Frente a este panorama incierto, se ha insistido al interior de las denominadas Pedagogías Críticas en la necesidad de propiciar una Educación para la Emancipación (E.P.E.). La emancipación aparece aquí como una respuesta valórica que deja atrás el carácter ingenuo, opresor e irreflexivo de la escuela tradicional y sus docentes, dotándolos de un sentido fuertemente pedagógico y articulándose de buen modo con las distintas interpretaciones de la educación que resaltan y exigen un rol eminentemente formativo, transformador y liberador (como las propuestas de Paulo Freire o de Henry Giroux).

¿En qué sentido se puede hablar hoy de una E.P.E.?. En principio, hablar de E.P.E. supone el reconocimiento de que las actuales prácticas pedagógicas, así como la sociedad en que ocurren dichas prácticas, no pueden seguir como están y que es necesario un cambio. En el concepto de E.P.E hay una propuesta de cambio, esto es, una particular actitud de disconformidad con el orden actual que mueve a la acción transformadora. Por ello, situarse al margen de la E.P.E. supone, entre otras cosas, ignorar los diversos diagnósticos socioescolares realizados, aquellos que nos hablan de existencia de inequidad y autoritarismo, de insuficiente calidad de los aprendizajes, de desajuste entre la escuela y el entorno sociocultural, de proyectos educativos ausentes o, lo que es peor, carentes de sentido axiológico y desconectados de los grandes problemas sociales del mundo moderno. De acuerdo a lo sugerido, hay E.P.E. sencillamente porque hay esperanza de cambio y hay capacidad para detectar dónde cambiar. Siendo más audaces, se podría afirmar que hay E.P.E. porque aún tenemos utopías, es decir, aún imaginamos una educación y una sociedad más buena y más justa.

Pero, ¿en qué se fundamenta esta propuesta?. Sin pretender una descalificación de otras propuestas de cambio, se ha señalado que las propuestas educativas dependen de los diversos enfoques sobre lo que es el hombre. En este contexto, las ciencias empíricas (y cualquier conocimiento basado en la racionalidad técnica) no reemplazan a la reflexión filosófica en la tarea de dotar de sentido a la existencia humana. Dado que el proceso pedagógico es un acto netamente humano, construido socialmente y reforzado desde las teorías implícitas que hemos adquirido a lo largo de nuestra historia, la E.P.E. obliga a profesores y alumnos a comprender crítica y epistemológicamente la naturaleza humana y social del acto educativo, apreciando el aporte reflexivo de los grandes pensadores que han mostrado el modo en que la estructura social, política y económica, condiciona y limita el desarrollo del ser humano y su pensamiento. Esta es, de hecho, la diferencia entre quienes desean la E.P.E. y quienes sencillamente buscan el cambio por el cambio. Estos últimos se preguntan frente a cualquier reforma educacional: ¿cómo se hará la reforma?; mientras que los primeros agregarán: ¿para qué se hace esta reforma?, ¿qué tipo de hombre queremos formar?.

La propuesta de emancipación que se muestra arriba alude a una racionalidad más reflexiva y de búsqueda de sentido, absorbiendo la insatisfactoria racionalidad instrumental que caracteriza buena parte de los actuales procesos modernizadores. De este modo, presentada la E.P.E. como una propuesta de cambio con sentido axiológico, se reconoce en ella un conjunto de principios articuladores que la organizan y dan coherencia. Se trata, en suma, de una concepción de la educación que centraliza y revalora la persona del educador y del educando, el ambiente afectivo, reflexivo y comunitario del hecho pedagógico, su carácter contextodependiente, el valor formativo del conocimiento y la búsqueda de transformación social y educativa.

La emancipación es un tipo de pensamiento reflexivo, profundo y autocuestionador que implica un esfuerzo sostenido y fuerte de revisión del propio pensamiento y sus supuestos epistemológicos e históricos, yendo más allá de la aceptación de un conjunto de saberes y valoraciones universales e incuestionadas provenientes de la teoría previa o de la cultura dominante. Todo es potencialmente objeto de cuestionamiento pues todo es una construcción social generada por sujetos históricos, pertenecientes a una determinada estructura social, con valoraciones subjetivadas del mundo. Por ello, la legitimación de una saber pedagógico propio pasa a ser posible a través de procesos de pensamiento caracterizados nítidamente por el diálogo, la intersubjetividad, la convivencia democrática, la negociación de la realidad, la deconstrucción y reconstrucción de la realidad.

La emancipación es un fin pedagógico en cuanto despliega en los niños y jóvenes una capacidad de pensamiento autónomo que se hace cargo de las complejidades, conflictos y contradicciones de la experiencia educativa. La idea de cambio en este nivel de reflexividad está asociada a la lógica de la transformación social, a la idea de crisis de paradigmas, esto es, a la búsqueda participativa y deliberada de nuevos sentidos para la convivencia humana. Propósito que aspira, finalmente, a la dignificación de la persona humana, entendiendo, por lo tanto, que innovar equivale a liberar a las personas de sus ataduras, opresiones o estigmas. En este sentido, estas comprensiones alcanzan elevada vigilancia epistemológica, propiciando negociar valores o transformar las estructuras sociales que definen la acción educativa.

A partir de lo planteado interesa concluir que el valor de la propuesta de E.P.E. se relaciona con dos ideas básicas: sentido y fuerza. Primero, sentido para contar con una pedagogía coherente, con una visión integrada y reflexionada de la educación y de sus posibilidades de cambio. Los cambios en educación demandan una participación activa de los profesores y tal participación exige un fundamento teórico y conceptual suficientemente potente como para convencer, argumentar y orientar la acción transformadora de la realidad. Por otro lado, cuando se habla de fuerza se hace referencia a la insistencia y convicción que debe poseer la E.P.E. requerida y cada una de las actividades que allí se generen. Se trata, de hecho, de un planteamiento que se busca reiterar permanentemente en las tareas educativas y de formación que realiza un país, fortalecidos, sin duda, por la participación activa que hacen los propios profesores.

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