Domingo Bazán, Cristina Julio y Vilma Navarro
"¡Ay! Utopía, dulce como el pan nuestro de cada día".
J.M. Serrat.
Estamos frente a una utopía, sin duda, nacida en un medio cargado de ideales y de luchas de emancipación colonial. Recordemos que el ideario de Bolívar surge en un contexto histórico propio de comienzos del siglo XIX, lleno de búsqueda de libertades y de esfuerzos independistas. Así, en los albores de la modernidad, la integración es aceptada como un camino de consolidación de la unidad de los pueblos emancipantes.
En este plano, integrarse es percibido como una necesidad en la medida que implica una respuesta de alternativa a los poderes ambiciosos de las naciones esclavizantes. Es lo que en teoría política se denomina un equilibrio de poder (Morgenthan, pp.210‑4) y lo que Bolívar denuncia como un equilibrio del universo hacia la preponderancia de Europa.
A los 30 años de edad, entonces, Bolívar está planteando una consigna desesclavizante en lo político y una alternativa de independencia y de crecimiento económico frente a los centros de poder. Se reconoce un enemigo común: lo europeo y, en especial, el poderío ibérico, en un contexto ideológico estructurado fuertemente por los ideales de la Revolución Francesa (igualdad, fraternidad y libertad) y del Iluminismo.
Pocos discuten hoy la capacidad intelectual del prócer y los alcances de su posición. Es sabido que estudió en Europa y que leyó a los clásicos de su época: J.J.Rousseau, Montesquieu, Voltaire, Cervantes o Plutarco. Sin embargo, no se queda en ese racionalismo sino que incorpora una profunda referencia valórica acuñada en las tierras de América. Sus contactos con Andrés Bello fueron, en este sentido, claramente determinantes.
En su aspecto medular, el ideario bolivariano tiene, por lo tanto, una gran receptividad y disfruta de plena vigencia, ya sea en lo económico o en su rechazo etnocentrista a la dependencia de Europa (USA, diríamos hoy).
Pero, ¿a qué apunta básicamente la idea de integración?. Ya con Bolívar o con sus seguidores, el tema de la integración implica una concepción filosófica que privilegia "la asociación, una marcha hacia el reencuentro con un destino histórico señalado por los siglos, y que los acontecimientos habían desviado de su ruta o sacado de su cauce" (Herrera, p.210). La integración es vista como un proceso que de suyo producirá alivio para muchos de nuestros problemas ‑en especial, lo económico‑ y que lleva implícito la conquista continental de bienestar. Es una utopía en cuanto constituye un imperativo axiológico basado en una cierta identidad histórico‑cultural de los pueblos latinoamericanos. Sus logros han sido precarios, parcialmente exitosos a partir de la década de los 50. Los obstáculos a enfrentar han sido muchos y persisten (Atkins, pp.35‑66). Felipe Herrera, estudioso del tema, los insinúa claramente cuando sostiene: "(...) porque las fuerzas negativas de la geografía, la pobreza, el caudillismo, la estrecha dependencia colonial precedente y el aislamiento en que ella nos mantuvo entre nosotros, impidieron que el ideal de los Libertadores se hiciera realidad , y que la independencia política fuera a la vez el nacimiento y la consolidación de una gran asociación de pueblos, porque ‑al revés que en otras jóvenes nacionalidades de otros escenarios‑ las fuerzas de la dispersión pudieron más que las de la cohesión" (Herrera, p.228).
Así como se ha planteado, la integración como categoría axiológica, estamos frente a un concepto vinculado en su génesis a la noción de solidaridad ‑siempre en un plano valórico‑ que sugiere la necesidad de una plena aceptación y reconocimiento del otro. Se trata de una afirmación que nos lleva a preguntarnos: ¿qué viabilidad tiene una integración así conceptualizada?. Si contestamos a partir de Bolívar y su tiempo: quizás mucha (incluso hoy, si fueramos poetas, pedagogos o quijotes, en general). De hecho, hizo posible la liberación del Perú y de Chile, entre otras naciones. Pero hoy, con la llegada cada vez más impactante de la modernidad: poca, al parecer. Sucede entonces que una integración definida en línea bolivariana obvia el dato histórico de un mundo absolutamente diferente al que le tocó vivir al prócer.
En efecto, la modernidad ‑llegada exógenamente‑ ha impactado de tal manera que exige una redefinición del desarrollo y del sentido de la vida social. La modernidad impone desafíos y la integración no es la excepción. Si pensamos en los cambios que acarrea la modernidad existe acuerdo, entre diversos pensadores, en que ella ha condicionado nuestra vivencia y el sentido de la solidaridad y de la integración. Conlleva un doble proceso: individuación/división del trabajo social y diferenciación social (esto es así en Weber, Parsons, DurKheim o Luhmann). Aunque el tema es complejo (Wormald, p.61‑5), baste con señalar algunos aspectos que atentan contra la noción axiológica de la integración:
a) La interacción social se privatiza y se centra en el mercado y el contrato social;
b) las creencias y sentimientos se concentran en el individuo, más que en la colectividad;
c) los espacios de intercambio se fundan en la simple interdependencia funcional (connotación instrumental);
d) lo privado, involucra los valores y lo público, una coordinación funcional de roles.
Una rápida revisión de la trayectoria de la integración muestra un camino plagado de avances y de retrocesos, pero siempre a partir de la estructura del mercado (Barbosa, pp.7‑18). Esto está reforzando, además, la necesidad de reformular el concepto de integración. Estamos frente a una integración definida por lo valórico‑axiológico y, por ende, muy difícil de sostener sin una reflexión diferente a lo meramente económico. Empero, si la utopía ha de sobrevivir, debe repensarse. Debe reconceptualizarse como un proyecto dependiente de múltiples factores. Uno de ellos es su articulación con lo cultural.
Identidad Cultural e Integración Cultural (la unidad versus uniformidad)...
El tema de la identidad cultural no es nuevo, sin embargo, continúa siendo un desafío para quienes se preocupan por el fenómeno de la integración. Por esto, muchas pueden ser las formas de definir la identidad cultural y de vincularla con la utopía bolivariana.
Se puede decir de ella que es una variable útil para la mirada sociológica del tema de la integración y que, además, la identidad cultural orienta los pensamientos, actitudes y conductas de los seres humanos (Dahse, pp. 9‑22). Hablar de identidad cultural implica hablar de significaciones y valoraciones comunes, toda una cosmovisión de base.
Las identidades se van formando en procesos complejos y prolongados, bañados de diferenciación y creación. Si comparamos Europa con América, vemos que éste último no se desarrolló como un todo indiferenciado: "Las semillas se plantaron en Europa; los frutos se llevaron a América. Dos madres europeas dieron vida a dos retoños dispares. Las diferencias y antagonismos viven con nosotros hasta el día de hoy" (Lipp, p.110). En otras palabras, la identidad de América, la Latina en particular, constituye una imagen de si diferente de otros continentes y diferente de América del Norte, ofreciendo una representación propia y dinámica que continúa en evolución.
Paralelamente, se trata de una dinámica bastante dependiente de los centros de poder, centros a los cuales se opta por imitar y admirar. Toda esta complejidad sugiere una identidad multifacética para el continente latinoamericano, ingrediente indispensable de la identidad cultural. El asunto, en definitiva, inclina la balanza a aceptar que nuestro continente tiene un contenido cultural diversificado, no uniforme. Y no sólo al comparar "entre‑naciones", sino también al explorar en el campo de lo "intra‑nacional".
Una perspectiva interesante, y en la línea que venimos desarrollando, la plantea García‑Canclini. Para este autor, la identidad sería ante todo tener un país, una ciudad o un barrio donde todo lo compartido por los habitantes se vuelva idéntico e intercambiable. Es en esos territorios donde la identidad se pone en escena: los objetos, las fiestas, los rituales cotidianos, las costumbres, los símbolos. Todo confluye para afirmar que no se es distinto.
Si aceptamos que las guerras de la independencia constituyen la memoria de lo perdido y de lo conquistado, es aceptable conservar los signos que las evocan: los museos, los monumentos. Estos son los santuarios de la identidad. Allí se acumula el sentido de vivir juntos, en lo ceremonial y simbólico. Esta perspectiva facilita ver el "patrimonio" como un lugar de complicidad cultural, diferenciado por los ritos y las conmemoraciones. Al decir de García‑Canclini, tales son las formas de naturalizar las barreras de la inclusión y la exclusión, recibiéndose la cultura como algo "natural", incorporado al ser (Una especie de herencia que no se puede traicionar; v.g.: la imagen de O'Higgins).
Visto así, el patrimonio histórico tiene diferentes y contradictorios usos. Por un lado, está disponible a todos pero es apropiado por algunos grupos (existe una capacidad desigual de relacionarse con el patrimonio). Y sirve, por otro lado, para unificar a cada nación aunque al interior se oculten luchas materiales entre etnias y clases sociales. Esto lleva al a sugerir el rasgo de inacabado de los patrimonios y la necesidad de reformularlos en la base del conflicto que oculta.
En suma, el aporte de García‑Canclini permite evidenciar una América Latina híbrida y diversificada, ella no posee una identidad cultural única ni monolítica. Factores geográficos, étnicos y conflictos sociopolíticos la han marcado. Estamos ante un continente que combina, sin mayores asombros, estilos premodernos con habitats típicamente modernizados, en menos de un kilómetro cuadrado de ciudad (v.g.: el recorrido de Av. Américo Vespucio, en Santiago).
Así las cosas, ¿quién puede proclamarse un auténtico latinoamericano?. Al parecer, nadie. ¿Vivimos todos los de este continente marcados de igual manera por el subdesarrollo, la marginalidad, el autoritarismo o la desesperanza aprendida?. Es claro que no.
Vivimos en un continente cuya identidad cultural común ‑la raíz que nos sugiere Bolívar‑ no es real. Al contrario, lo "nuestro" es lo diverso, lo "propio" es la heterogeneidad y lo "heredado" es la variabilidad. Como sostiene inequívocamente Fernando Moreno: "América Latina es un mosaico que comprende elementos de prácticamente cada período de la historia. Cada etapa de la historia de la civilización se encuentra aquí: tribus aborígenes, grupos viviendo en condiciones similares a las que debieron existir antes de la llegada de los conquistadores españoles, poblaciones feudales viviendo en grandes dominios agrícolas y, finalmente, complejos urbanos ligados al proceso contemporáneo de industrialización. La variedad impresionante de este mosaico está ligada a disparidades extremas de nivel de vida, de salud, de educación y de cultura" (Moreno, pp.25‑6).
Estamos planteando que si la integración ha de sobrevivir, como proyecto utópico, debe darse a partir de un sustrato de heterogeneidad cultural, esto es, unidad en la diversidad.
La Integración Cultural : Un camino posible...
La integración buscada debe considerar ineludiblemente la integración cultural, entendida esta como "un proceso por el cual un conjunto de países, con algunos rasgos comunes, deciden llevar a cabo acciones que comportan un tratamiento discriminatorio y diferencial respecto de otros países" (Aninat del Solar, p.25). No se trata de una integración global o planetaria, sino de un esfuerzo intencionado que agrupe países con similares grados de compromiso histórico y regional.
La noción de integración cultural que estamos discutiendo no persigue la uniformidad cultural de los países del área, idea que resulta absurda por lo ya planteado, sino que exige reconocer la heterogeneidad física, social y étnica de los pueblos latinoamericanos. Es una integración cultural posible en la medida que se acepta la existencia de antagonismos políticos y económicos y que se reconoce una tradicional orientación hacia lo europeo y lo norteamericano (reconociendo incluso que existe en algunos sectores una visión escindida o negativa de las raíces indígenas y africanas) (Godoy, p.13).
Para lograr la soñada integración se debe superar el aislamiento cultural de los países del área, intensificando la comunicación y la cooperación entre ellos. La integración es un esfuerzo por intercomunicar las expresiones de las culturas de las naciones de la región. Va en la línea de lo que se denomina "cooperación horizontal", esto es, la cooperación factible entre los países no desarrollados ‑sin cortar vínculos con los desarrollados‑, fortaleciendo la capacidad colectiva y reduciendo la situación de dependencia (Lavados, p.60).
Pero, ¿qué objetivos persigue esta integración?. En principio, ella busca dar mayor éxito y viabilidad al sueño bolivariano aportando una mirada más realista como es la que ofrece una óptica sociocultural. Tiene objetivos mayores que los meramente políticos o económicos pero "también más difusos porque persigue la generalización de una conciencia común de origen y destino en todas las capas de la población, ampliando lo que hoy es sólo patrimonio de algunas élites cultivadas" (Godoy, p.13). Supone, en esta línea, un cierto optimismo en las posibilidades de integración latinoamericana.
Lo que se discute en la actualidad es una perspectiva que pugna con los reduccionismos de orden económico y político, armonizando el fenómeno de la integración con las nociones de desarrollo integral y de democracia cultural (Recondo,pp.36 y siguientes). Así entendida, la integración cultural se constituye en un programa que define los espacios de cada país como legítimos y soberanos, que no supone neutralización sino unidad en lo diferente.
Hablar de integración, en estos términos, es una posibilidad real a partir de aquello que marca una "sensibilidad común". Es respetar la evidencia de que América Latina es a la vez una y múltiple, reconociendo que en su ethos cultural se conjugan la unidad de lo diverso (donde la variedad de las culturas no anula la conciencia histórica de una identidad compartida) y la diversidad de la unidad (respeto por lo específico de cada ambiente sociocultural).
Esta perspectiva no es nueva, es intuida y aceptada como base de diferentes procesos de asociación. La misma actividad económica es más eficiente si existe una fuerte identidad regional que contribuya con el equilibrio de las asociaciones, haciendo poco probable los desajustes del poder o los apetitos de dominación/absorción de unos sobre otros. Aquí lo indispensable es aproximarse a una cultura regional, entendida "como el conjunto de valores, símbolos y prácticas sociales que unifica y separa simultáneamente a fin de producir la identidad" (Boisier, p.51).
La posibilidad de integración cultural depende , por lo visto, de esa "sensibilidad común", de una articulación eficiente de lo común : ¿cuáles son, entonces, esos factores comunes?. Sin agotar el espectro posible, podemos recordar algunos:
a) El realismo fantástico como género literario (ofrece una imagen de lo sorpresivo y lo ilógico, de compatibilización entre los opuestos);
b) Ritmos musicales provenientes de África (percusión, acompañamiento del trabajo, reiteración de las frases);
c) El muralismo (que vincula dos tradiciones: lo renacentista y lo maya‑azteca);
d) La teoría del deterioro de los términos de intercambio, la relación centro‑periferia y la teoría de la dependencia (que en su conjunto han enriquecido la teoría económica);
e) Los sistemas políticos populistas (sólo en este continente llegó a ser fórmula política‑gobernante, tanto con aspecto de derecha como de izquierda);
f) La teología de la Liberación (con dos corpus de reflexión teológica diferenciados: Medellín y el diagnóstico de raíz marxista).
La opción de futuro para América Latina se nos presenta como una necesidad creciente de ir redefiniendo la utopía bolivariana. Es también una exigencia la incorporación de la noción de integración cultural. Lo que queda es ser capaz de comprender el contenido sociocultural de nuestro continente ‑aquí la sociología tiene mucho que decir‑ y de aquilatar las diferencias que, como se ha sugerido, dominan a las semejanzas. Estamos, de todos modos, en el límite entre lo posible y lo utópico, en esa difusa línea que las Ciencias Sociales procuran aclarar: ¿qué hay de factible y qué de mito?.
Para los latinoamericanos existe una adversidad común que nos invita a un destino solidario y a enfrentar la oleada secularizante y privatizante que nos trajo una modernidad de "segunda clase". Creemos que nos queda todavía la posibilidad de "releer" el problema, aceptando que lo de Bolívar es una herramienta para alcanzar felicidad y libertad en nuestro continente y eso es un impulso de cambio al cual no hemos renunciado. Y como dice Serrat, que de posmoderno tiene poco, "sin utopía la vida sería un ensayo para la muerte".
Referencias
Muy buena informacion, y completa para entender un poco acerca de la integracion, tengo una clase abierta que armar con esta tematica y me sirvio mucho. Gracias
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