13 de marzo de 2011

Reflexiones en torno a Ética y Cultura para el nuevo siglo

 

Gonzalo Figueroa

Desde que acepté el desafío de escribir para el periódico “el Olivo”, sobre un tema tan importante como es el de ética y cultura, me pregunté desde dónde abordarlo. Pronto arribé a la conclusión que debía hacerlo desde un análisis socio-histórico-literario antes que uno de carácter sociológico- filosófico o epistemológico, y tomando la experiencia fundamentalmente latinoamericana, región de donde provengo. Para ello, comenzaré por establecer un somero marco conceptual a fin de avanzar en el  análisis central del presente trabajo.

1. Algunas definiciones conceptuales:

Según el sociólogo francés Pierre Bourdieu, los sujetos realizan sus acciones a partir del “habitus”, concepto entendido como “la interiorización de las estructuras en base a las cuales el grupo social en el que se ha sido educado produce sus pensamientos y sus prácticas, forma un conjunto de esquemas prácticos de percepción -división del mundo en categorías-, apreciación -distinción entre lo bello y lo feo, lo adecuado y lo inadecuado, lo que vale la pena y lo que no vale la pena- y evaluación -distinción entre lo bueno y lo malo- a partir de los cuales se generarán las prácticas -las elecciones- de los agentes sociales” [1] .

Desde esta perspectiva, los sujetos no son libres en sus elecciones, ni están simplemente determinados. El habitus es una disposición, que se puede reactivar en conjuntos de relaciones distintas y dar lugar a un abanico de prácticas también distintas[2].

Hecha esta salvedad inicial, resulta claro que el habitus establece precondiciones al sujeto desde sus orígenes, que devienen en la apropiación dinámica a una determinada ética y cultura.  

Respecto al concepto de ética, para los filósofos Hegel, Hume, Kant, y Stuart Mill, el ser humano estaba dividido en dos, es decir, debe tener reglas morales para su vida privada y otra para conducirse de manera diferente en la sociedad, el Estado, la política. El filósofo alemán Karl Otto Apel[3] disuelve esta dicotomía artificial entre lo privado y lo público al sostener que la ética apela siempre a la comunidad, a la relación con los demás.

Por su parte, en términos amplios, la cultura abarca el conjunto de las producciones materiales (objetos) y no materiales de una sociedad (significados, regularidades normativas creencias y valores).  También puede definirse como la producción colectiva de un universo de significados que son trasmitidos a través de las generaciones. En términos reducidos, da cuenta de las creaciones materiales y de las diversas manifestaciones artísticas. En este último sentido, el historiador Arnold Hauser, sostiene que el arte y la literatura es un producto social de florecimiento siempre imprevisible, pero condicionado por el ambiente y por una complicada combinación de premisas económicas y sociales. Incluso afirma que “el arte es el barómetro que mide las tempestades políticas y sociales de los tiempos”[4].

Si consideramos los planteamientos de autores como Noam Chomsky[5], la premisa arriba citada es perfectamente aplicable a la experiencia histórica latinoamericana. En efecto, para el sociólogo estadounidense no es posible fundar una relación entre ética y cultura fuera de la dimensión política (aunque no necesariamente partidista). En mi opinión, si bien este fenómeno es claramente identificable en la época en que se busca el cambio social (años sesenta) cuando, de manera más marcada, las expresiones culturales transcurrieron por la vertiente política. Hoy en día, por lo general, éstas siguen generando vínculos con la autoridad o bien su enemistad, de acuerdo a la situación del momento.

2. Cultura y ética en América Latina desde el ojo de la historia:

Miguel de Unamuno sostenía que “la civilización europea ha conquistado todo el mundo conocido y en todas las áreas en las que ha impactado produjo una crisis cultural…”[6], en alusión a que dicho fenómeno había traído una relativización de la propia cultura. En América, este impacto cultural fue producido por la presencia de España en el continente durante más de tres siglos, con su legado no sólo de la religión, el idioma, costumbres, la obra material urbanística y arquitectónica, entre otros aspectos; también lo político y social constituyeron áreas centrales en el desarrollo cultural de las nacientes repúblicas. Para Octavio Paz, la mezcla racial trasuntó tempranamente en la búsqueda de una identidad propia, diferenciada de España, particularmente en los primeros lustros de sus procesos independentistas. Luego vendría la reafirmación de dichas identidades en las diferentes vertientes nacionales.

A mediados del siglo XIX, los países latinoamericanos entendieron que el “progreso cultural de los pueblos”, debía transcurrir por los carriles del impulso a la educación, idea extraída del Siglo de las Luces. Claros exponentes de este pensamiento fueron figuras prominentes, tales como Domingo Faustino Sarmiento, a quien podemos encontrar como maestro de una treintena de estudiantes del pueblo chileno de Pocuro, y también como Presidente de Argentina en la tarea de ampliar la instrucción primaria a las jóvenes generaciones. O al noble Eugenio María de Hostos quien, dejando atrás su linajudo pasado, asoma su pluma por Cuba, Chile, Perú, Puerto Rico, Santo Domingo, para llevar una ofensiva pedagógica a los más recónditos lugares de una América que bulle. Y por último, Simón Rodríguez, el notable maestro de Bolívar, quien moriría sin ningún tipo de reconocimientos en las tierras de Arauco.

Al avanzar el siglo XX, fueron los Estados los que condujeron o apoyaron los movimientos culturales, a través del impulso a la instrucción gratuita. En este período existe una honda preocupación por los temas sociales, que una excelente obra sobre la Premio Nobel de Literatura (1945) chilena Gabriela Mistral[7] pone al descubierto. La poetisa, surgida desde las anónimas aulas de una escuela de provincia (Valle del Elqui), se convierte en una voz, un canto universal porque los hijos de América puedan acceder a una educación que, sin importar su proveniencia, les permitiera tener un lugar en la sociedad. Ella fue capaz de inspirar la reforma educacional primero en México y luego en Chile, donde los mismos presidentes de la época la agasajaron en su calidad de artífice de la educación en esta parte del continente americano. Guardando las diferencias en los énfasis puestos por cada país, para Latinoamérica la promoción de la cultura ha constituido un desafío ético, social y político orientado fundamentalmente a la educación, proceso que cruzó gran parte de la primera centuria de nuestra historia. Este fue el importante rol cumplido por los Estados, los cuales desarrollaron políticas educacionales y de promoción de la cultura a cuyo amparo crecieron generaciones de artistas y literatos. Estas se mantuvieron sostenidamente hasta mediados del siglo XX.

Las oleadas culturales de los años sesenta provenientes de Europa, fundamentalmente de Francia - no exentas de visiones ideológicas fuertemente antagónicas y enmarcadas en la naciente lucha bipolar de la época - contribuyeron a ampliar este desafío educativo-escolar a la educación universitaria y hacia mayores demandas por el acceso al mundo de la cultura.

En tanto, los grupos excluidos comenzaron a expresarse no sólo en los nuevos espacios sociales y políticos, sino también en los múltiples movimientos culturales de ese período; fueron años de una verdadera “Rebelión de las Masas”, al decir de Ortega y Gasset. Esta búsqueda por una mayor participación, justicia social y a la vez, de profundo malestar por la sociedad tradicional, se reflejó en el surgimiento de muralistas en México, nuevas generaciones de poetas en Argentina, Chile, Perú; escultores, pintores, novelistas y connotados académicos que han hecho historia justamente porque provenían de diferentes locus sociales y políticos y porque tuvieron la capacidad de descubrir al pueblo anónimo y sufriente, de hacerlos partícipes de sus expresiones artísticas, como un Federico García Lorca y un Pablo Neruda, por citar a algunos poetas relevantes de Hispanoamérica.

Lamentablemente una oleada de regímenes autoritarios sobrevendría en toda Hispanoamérica, principalmente a partir de la década de los setenta. En el caso de Chile, el régimen militar permaneció en el poder hasta los umbrales de los noventa, y junto con significar la sistemática violación de los derechos humanos, impidió la libre manifestación de las diversas expresiones culturales.

Con el advenimiento de la democracia a fines de los ochenta, las legítimas demandas por participación y justicia social, acalladas durante las dictaduras que les precedieron, reflejaron el descontento de vastos sectores excluidos. De manera que América Latina, junto con ser uno de los continentes más ricos y diversos del mundo - rico en naturaleza, en paisajes, artistas; diverso en geografía, población, climas, etc. - también ha puesto en evidencia sus grandes contradicciones: una región también de pobreza, marginación y violencia, que las diversas expresiones artísticas y culturales no pueden soslayar. 

3. Hacia la construcción de una ética cultural en el siglo XXI:

3.1. El legado histórico del siglo anterior

En el mundo del arte y las letras de los primeros lustros del siglo XX, primó lo estético, el “acto artístico”, lo original y espontáneo, por sobre lo que significara tradición, instituciones o pareciera arcaico. Como nunca antes en la historia universal, se manifestaban diversas corrientes creadoras, las cuales ensalzaban el vasto conocimiento humano logrado de las investigaciones científicas y sus consiguientes aplicaciones a la tecnología. Si bien fue un paso necesario para liberar el instinto creador, comprimido en viejas escuelas, la gran paradoja de la historia es que paralelamente una corriente de muerte recorría Europa: Dos guerras mundiales avasallaban todas estas manifestaciones.  Tras ellas, una ola nihilista cundió durante los lustros siguientes en que los límites éticos y morales fueron cuestionados ¿De que servía entonces la cultura si en cualquier momento el mundo podía estallar con una bomba atómica? ¿Qué podían hacer los artistas y los movimientos culturales para enfrentar el momento histórico que vivían y su legado de horrores, como los campos de exterminio nazi? [8]

La misma generación que vio florecer el dadaísmo, rilkismo, creacionismo, etc., absolutizó las posibilidades de la ciencia y la academia, invitándonos a liberarnos de la edad de la magia y de la naturaleza, aquella de la que nos habla Fray Luis de León (1527-1591) en su poema “Vida Retirada”; aquella que Vicente Huidobro, el padre del creacionismo, desafió con su “Non Serviam”. Nos liberamos también de la “edad de la razón” comtiana[9], entrando orondos y autosuficientes a la edad de la ciencia con un sinsentido existencial (Nietzchiano, sartreano), al mismo tiempo que el mundo se enfrentaba en guerras cruentas y experimentaba la proliferación atómica. Al período siguiente algunos le denominarían el “desencanto postmoderno”[10].

Desde entonces, hemos sido testigos, actores, víctimas o victimarios de una sociedad incapaz de construir una ética auténticamente humana.

3.2. Desafíos éticos para la construcción de una cultura de la Paz y la Justicia

Sin caer en las dicotomías bíblicas u homéricas, es posible reconocer actualmente la existencia de una cultura de la violencia que pretende legitimarse en todas las áreas de nuestra vida. Esta se ha extendido por todos los rincones del planeta como una alternativa aparentemente válida para conseguir objetivos políticos, económicos, o lisa y llanamente, como medio de protesta social ante la falta de oportunidades. Sin embargo, no sólo la podemos identificar  a nivel macro – asociada a los conflictos internacionales, venta de armas, violencia delictual, crimen organizado, etc. - sino también a la contaminación ambiental, violación de los derechos humanos, falta de equidad social. Algunos medios de comunicación aceptan esta cultura de la violencia, siendo objeto de amplia cobertura, con un público juvenil que crece internalizando que la violencia permite resolver conflictos de cualquier clase. A dicho fenómeno se asocia un creciente sentimiento de inseguridad  ciudadana, el cual ha llevado a que el colectivo esté transando su libertad por ofertas de seguridad muchas veces efímeras y excluyentes que sólo sirven para palear transitoriamente ese sentimiento.

¿Qué puede hacer el mundo artístico, de la cultura, ante a esta situación? Creo que algunas claves para asumir este problema se encuentran en la siguiente triada conceptual: reencatamiento, promoción y responsabilidad.

Reencantamiento: El reencantamiento ante el denominado “desencanto postmoderno” en ningún caso puede ser la evasión del momento histórico que nos tocó vivir. Miguel de Unamuno escribía en su obra “Sobre el marasmo actual de España- En torno al Casticismo” [11] que la cultura era lo único que podía salvarla del sin sentido, “La cultura que aumenta la entraña del alma” - indicaba el autor. De esta forma, situaba a ésta en el centro mismo del ethos, en este caso, el español.

En la actualidad, los artistas y literatos pueden aprovechar los espacios públicos y privados que emanan de las corrientes culturales mundiales y que se incorporan al fenómeno de la globalización. Lo mismo podemos gozar de una exhibición pictórica chilena en el Museo Nacional de Arte Contemporáneo de Seúl, como de un recital poético español en China o Bolivia. Ampliar nuestro universo cultural a través del encuentro entre diversas culturas, religiones, visiones políticas y sociales, permite enfrentar cualquier intento de homogeneización de dichas manifestaciones y nos invita a ser protagonistas de sociedades tolerantes y diversas.

Promoción: Aunque Europa adolece de realidades distintas a las de América Latina, descritas brevemente más arriba, estoy convencido que – en términos éticos – posee desafíos similares en cuanto a promover una auténtica cultura de la paz y la justicia. Una cultura que no da cuenta de esas aspiraciones es una cultura alienada y alienante, escapista y ciega.

La labor del artista es, desde la presente perspectiva, de oposición a toda forma de violencia, al mismo tiempo que de construcción de este discurso común, plasmado siempre en un sentido de humanidad. No puede ser el temor a la ideologización un freno a la creación.

Responsabilidad: Una ética cultural es necesariamente una “ética de la responsabilidad” para, de y con los otros. Ya en los años cincuenta la Mistral hacía notar sobre América Latina: “... pero la paz que es nuestro deber inmediato, tiene que añadir cierta materia nueva: la justicia económica y en una proporción que no sea de gramos” [12].  También pone de relieve el rol de la mujer en la cultura en América Latina, donde la paz resulta ser el don más preciado para estos países aún sobre el bienestar económico y político.“La paz se vuelve la manifestación más evidente de eso que llamamos una ‘cultura’...” [13] - señalaba la poetisa.

Por su parte, para Paul Ricoeur: "La opción ética por la vida, la dignidad y la libertad del hombre, es, por razones históricas, preferencial por los pobres, más amenazados por la muerte, la degradación de su dignidad humana y la opresión."  [14]

En definitiva, en los tiempos que corren, me parece a mí, que cultura y ética se hermanan, en un mismo horizonte de sentido, en la creación de culturas integradoras, particularmente con los más vulnerables de la sociedad, en un rechazo a toda forma de discriminación (sexismo, racismo, clasismo, todo los ‘ismos’) y en alentar la creación libre, humanista y humanizadora.




[1] GUTIERREZ, Alicia B, 1994, Pierre Bourdieu: las prácticas sociales, Centro Editor de América Latina. Buenos Aires.
[2] Diccionario Crítico de Ciencias Sociales, Enrique Martín Criado Universidad de Sevilla.
[3] APEL, Karl-Otto: “La ética del discurso como ética de la responsabilidad: una transformación postmetafísica de la ética de Kant”, en Apel, K, Dussel, E. y Fornet, R, Fundamentación de la Etica y Filosofía de la Liberación. Siglo XXI Editores, México, 1992, pp. 21-22. Ver también de Apel, La Transformación de la Filosofía, (2 vol.), Taurus Ediciones, Madrid, 1985. (Or. en alemán 1972, 1973).
[4] Arnold Hauser (1898-1978): Historia Social de la Literatura y el Arte. Ediciones Guadarrama, Madrid, 1969.
[5] Dieterich, Heinz: Noam Chomsky habla de América Latina. Ed. Nuestra América, Bs. Argentina, 2004
[6] Dusser, Enrique: Para una destrucción de la historia de la ética”, Textos completos, Edit. Ser y Tiempo, Pág. 120.
[7] QUEZADA, Jaime: “Escritos Políticos de Gabriela Mistral”. Efe, 1995. El presente año se cumple el 60° Aniversario de la obtención de la poetisa chilena del Premio Nobel de Literatura.
[8] Aunque no es el propósito del presente estudio adentrarse en estas materias, algunas claves sobre el período señalado se pueden encontrar en las obras de los representantes de la Escuela de Frankfort, Horkheimer y Hinkelamer (La personalidad Autoritaria).
[9] Auguste Comte (1798-1846), denominado el padre del positivismo. Algunas de sus obras más importantes fueron: Curso de filosofía positiva (1830-1842) y el Discurso sobre el espíritu positivo (1844).
[10] La condición postmoderna plantea un análisis de la realidad de la cultura actual como expresión del análisis del progreso. Según el filófoso filósofo francés Jean-Francois Lyotard (1924-2001), el desarrollo económico de las sociedades postindustriales, hacen que en el ámbito de la cultura se geste un nuevo pradigma cultural, donde caen desde un punto de vista relativista, todas las grandes concepciones o cosmovisiones por las cuales el hombre occidental ha vivido. Todas estas cosmovisiones, según Lyotard han fracasado; y una de éstas a nivel cultural es el marxismo. Considera que los metarrelatos, son narraciones que están destinadas al fracaso, no hay verdad porque la misma cultura ha evolucionado de tal manera que se centran con una pluralidad de verdades y esto hace pensar que no hay una verdad fuerte sino que solamente se tienen impresiones subjetivas acerca de lo que es la verdad (Jean-Francois Lyotard: “La Postomodernidad”, Ed. Gedisa Barcelona, 1987).
[11] Unamuno, Miguel de. Ensayos. "En torno al casticismo: Sobre el marasmo actual de
España". Tomo I. Madrid: Aguilar, 1951. 122-40.
[12] Quezada, Jaime: Op. Cit., pág. 156.
[13] Ibid., pág. 285.
[14] Ricoeur, Paul: Ética y cultura, Bs. As., Docencia, 1986.

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