19 de abril de 2011

La objetividad (absoluta) como discurso anti-diversidad


Felipe Zurita y Claudio Gallardo

Uno de los aspectos más importantes que hemos aprendido de la Pedagogía Crítica y, en especial, del pensamiento de Paulo Freire es comprender que la educación no es neutral, que nunca lo ha sido, sino que la educación es intensamente política y, al mismo tiempo, liberadora. En este marco comprensivo, si nos preguntamos por la relación existente entre objetividad y diversidad, desde una lectura social y crítica, debemos abordar primeramente cómo definimos ambos conceptos. La interrogante no es menor si pensamos en el desafío de la educación moderna: por un lado, socializar y alfabetizar en la cientificidad al niño, niña y joven que se incorpora a la sociedad y, por otro lado, más recientemente, atender a la diversidad de los estudiantes.

La objetividad puede ser entendida como la bendición que da la ciencia para avalar que sus acciones e investigaciones son verdaderas, como leyes de verdad y alcance absolutos. Ahora bien, resulta un error común creer que la ciencia se puede autoproclamar, en especial en las Ciencias Sociales, como portadora de objetividad absoluta, pues, siempre se trata de investigaciones sobre la realidad social que  tienen como plataforma los valores y principios éticos de los investigadores, que siempre estarán cargadas de conceptualizaciones valóricas, que siempre están referidas a la vida de la personas en su contexto social y cultural y, por ende, la objetividad perfecta se plantea aquí como ilusión, como un mero deseo. 

Recordemos que la objetividad surge en el contexto epistemológico de la ciencia moderna, en el marco de la neutralidad axiológica de las investigaciones sociales y, en el mejor de los casos, en la comprensión weberiana de la objetividad relativizada, ya que esta es un indicador de calidad del conocimiento científico de las ciencias sociales que la hacen ilusoriamente parecer confiable y creíble. Max Weber, incluso, será más claro al afirmar que existe una imposibilidad de las Ciencias Sociales de operar con una objetividad plena y absoluta. Como ejemplo, podemos aquí afirmar que las famosas encuestas acerca de la opinión política de la gente para las elecciones son bastantes poco objetivas, no en el sentido de la metodología, que algunas también dejan bastante que desear, sino de los valores e implicancias de los grupos que las preparan y plantean, es decir, ya existe una pre-concepción acerca de lo que interesa buscar como opinión política y que se desea probar “objetivamente”.

Por su parte, diversidad la debemos entender como una opción ética y política de unos para estar y coexistir con los otros, con las diferencias conocidas, también con las diferencias desconocidas e in-imaginadas. Esta definición, derivada de las aportaciones del argentino Carlos Skliar, permite trazar un marco pedagógico que enfatiza que la diversidad no debe ser entendida sólo como la multiplicación de las diferencias hasta el infinito, con su respectivo diagnóstico y consiguiente enmarcamiento forzado de la alteridad en el aula, sino que más bien la diversidad se corresponde con la actitud formativa y del todo subjetiva de valorar (dimensión ética) y de convivir armoniosamente con esos otros (dimensión política) en un plano de relación coexistencial horizontal y democrático. En este sentido, la suma de las subjetividades de las personas (y sus diferencias) viene a construir una suerte de objetividad relativa a un contexto, a unos valores sociales, a unos actores que coexisten en el dialogo y la intersubjetividad.

La objetividad, entonces, entendida mejor como una objetividad relativizada (ya no absoluta) es necesaria y guarda plena relación con la diversidad en cuanto a reconocer que la verdad absoluta y universal en el plano de lo social deja de existir, ya que lo importante es el reconocimiento -no de verdades absolutas- sino de posibilidades, de diferencias, de matices, de tonos que están o son en los otros. Por ello, con Weber, la ciencia es incapaz de dar un criterio objetivo para juzgar valores, en especial con respecto de la convivencia humana y la diversidad social, ya que esto pertenece al plano de la subjetividad. La ciencia posee una racionalidad instrumental que la coloca en un plano meramente de rigor metodológico, en esta esfera se le presenta como imposibilidad el comprender la diversidad como sentido de vida.

La diversidad, en un mundo moderno y globalizador que tiende a uniformar y unificar, se ve como contradictoria a la objetividad científica, pero no es tan así si pensamos/valoramos la objetividad como una objetividad relativizada (de raíz weberiana), ya que esta reconoce que la investigación científica y social está más llena de percepciones que de hechos; por ello, se plantea que es más honesto para el investigador el reconocer sus valores y que estos se hagan explícitos, en vez de ocultarse tras una burda objetividad ficticia. Las encuestas políticas, así como los programas educacionales que implican intervención y cambio, se visten de una objetividad falaz con respecto de ser neutrales e imparciales. Incluso, los programas oficiales en educación con respecto de la diversidad caen bajo el mismo parámetro, pues, lo menos que tienen es una opción por la diversidad.

Resulta, en consecuencia, que el desafío mayor de una pedagogía crítica y de la coexistencialidad es des-ocultar y valorar las diferencias, renunciando al control objetivista de lo(s) diverso(s). Con Paulo Freire, insistiremos, el aceptar al otro distinto no es un favor que nos podamos hacer unos a otros, sino que es un imperativo ético que debe nacer desde lo más profundo de nuestra educación para construir una sociedad diversa, integrada y de convivencia armoniosa. Un profesor no es neutral, enseña desde su propia praxis, desde su reflexión pedagógica, y no desde una quimera como es la mentada neutralidad axiológica. 


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