24 de septiembre de 2012

Interpretaciones feministas de la Mistral


Alex Ibarra Peña[1]

“Con su cuerpo clausurado, silenciado por una
frigidez ya que “el dolor –dice Lucila Godoy, en 1915-
me ha dejado puesta la carne un poco muda al grito sensual”
(Soledad Bianchi)[2]


En este texto nos haremos cargo de la descripción de dos vías de interpretación de la obra mistraliana a partir de las llamadas “lecturas de mujeres”. Más que una crítica nos interesa demostrar la vigencia de estas interpretaciones a partir de la recepción actualizada, pero bajo el círculo hermenéutico que no pierde la referencia de la producción de la obra.[3]

Introducción

El lugar del cual escribo, como hombre, no me resulta incómodo, incluso es un salir de un estado de incomodidad al cual nos desplazaba, en un artículo, la profesora Marta Contreras. Hay distancia temporal entre el artículo que nos provocó y nuestro texto, pero es menos que la distancia temporal que la autora declara en relación a las preguntas de Patricio Marchant, aquel autor que comprendió en la obra mistraliana la posibilidad de un pensamiento chileno y por extensión latinoamericano, a las cuales ella pretendía responder. Finalmente, me sitúo en lugar propio, en un cuarto propio que seguramente es prestado, pero heredado[4], demarco aquí el ir y venir entre la recepción y la producción, cuestión que iluminará el texto que desarrollo. Cuestión que es siempre propia, pero con otros, de otros y para otros.

Marta Contreras en su artículo Mitos fundacionales chilenos[5] propone un “circuito de interrogantes” para una revisión de los mitos del padre y de la madre en la cultura chilena. Esta revisión es realizada como función pragmática de una crítica cultural a partir de la escritura de la Mistral. La alusión al mito es un desplazamiento al arcaísmo, por ejemplo, en la cultura griega damos por sentado un origen mítico, esto nos parece o decimos que es la Grecia arcaica. Algún tipo de relación debe haber entra la palabra arcaico y arche, el origen, el principio[6]. Patricio Marchant nos ha insistido en que la “vieja” es la madre arcaica en cuanto a que ella es su escritura: “…la insistencia en este árbol-madre-arcaica define la primera poesía de la Mistral y al mismo tiempo define su poesía sin más…”.[7]

Esta figura de la madre arcaica es como la madre-mítica, la madre-original. Pero, no la madre de la tradición del logos (esa tradición es la del padre) sino la madre de una tradición otra (“la Otra”), al decir de Marchant: “Pues en esto consiste el proyecto fundamental de Gabriela Mistral: substituir al falogocentrismo, constitutivo de la tradición occidental…”[8]. Aquí la madre chilena, la amerindia y mestiza, la mujer. Es esta mujer-madre-mestiza la que escribe, escritora incluso poetisa. Escritora con proyecto, por lo tanto, escritora del canon literario, debido a su conciencia en la labor de escribir, ya que “…la literatura, tal como la reconocemos, implica un tipo de reflexividad con respecto a la escritura, reflexividad desde la cual se produce propiamente el texto (reflexividad que opera también en la recepción del mismo)”.[9]


Del padre mientras tanto nos olvidaremos y lo pondremos entre paréntesis, justificados por la proclama rockiana tan citada por mujeres: “Ahora la hembra domina, envenenada, y el vino se burla de nosotros”[10]. Credo de otro mito. Aquí también Marta Contreras es clara en el desprestigio varonil: Nos va quedando el mito de la madre chilena por suerte, si no fuera por las madres qué sería de estos hijos chilenos de padre ausente o padre autócrata. Si bien la serie de los padres no ausentes se ha enriquecido mucho: padre excesivo, violador incestuoso; padre espiritual pedófilo; padre alcohólico y golpeador; o prostibulario; padre asesino; padre torturador; padre corrupto.[11]

Interpretación feminista moderada o de la primera vía

Este panorama desolador seguramente por lo real de la denuncia, es un realismo no sólo mágico-real-maravilloso, como alude la misma autora al dejar instalada la siguiente pregunta: ¿Cómo se defiende el mito de la madre chilena frente a este descrédito tremendo del padre que nos regala con mitos terroríficos emparentados directamente con cronos, el gran padre mítico que no puede o no quiere compartir el poder con sus hijos y se los come alimentando así su propia vida y dominio pegado a su lugar como la lapa?.[12]

Se ve entonces, la urgencia de la madre-mítica y no de la madre a secas, ya que la madre que intencionadamente escribimos con minúscula dista de la madre mistraliana: Las madres reales chilenas hacen conciertos de ollas, van a la peluquería, luchan por la conservación de la familia, crían a sus hijos para el éxito, castran afanes creativos excesivos, abandonan a sus recién nacidos en los basureros, envían a los que sobreviven a mendigar, hacen trabajar a los que están en edad de hacerlo, prostituyen a sus hijas, son cómplices del incesto paterno, no responden a las preguntas del niño, le ocultan la verdad de la historia, pueden haber torturado a un enemigo político, pueden ocupar cargos públicos para los cuales no están calificadas, pueden ser alcohólicas, drogadictas, prostitutas en fin, pueden ser madres sin quererlo, les puede dar lata la crianza, flojera levantarse a ver el bebé durante la noche, etc.[13]

Esta idea crítica expuesta por Marta Contreras no está exenta de crítica desde un feminismo más radical u ortodoxo, ya que hay lecturas de mujeres a la escritura de la Mistral desde otras posiciones feministas: No es fácil salir de la trampa en que los críticos tradicionalistas acorralan y predisponen al lector a llevar a cabo una lectura que se amolde a priori al código ideológico burgués de la maternidad en los poemas mistralianos. Por otro lado, las feministas ortodoxas condenan a la Mistral por difundir la sumisión de la misión de la mujer en su rol de madre.[14]

Pues Marta Contreras al principio de la última cita que hicimos ve en la madre-real-chilena un ideal de maternidad frustrado que sólo se vería en la conservación de la familia, pero su tono abusa de lo negativo –en lo que sigue de la cita- hacia las verdaderas mujeres-madres como una contraposición válida a la madre-mítica, es decir, “el mito de la madre encarnado en la escritura de Gabriela Mistral llena el espacio de un tiempo actual que registra lo esencial generando visiones de la realidad “verdadera”(…)”.[15]

Y agrega: La madre mítica es la madre sabia, la madre tierra, la madre mágica que ejerce su poderío en la escritura y que amparada en un cuerpo histórico real logra una sobreviva invisible, inmaterial.[16]


Sin embargo, este insistir en la maternidad ideal, no aparta la interpretación de la autora de las llamadas lecturas de mujeres, ya que puede ser colocada en uno de los dos grandes proyectos de este tipo de lecturas. Este último juicio dado a partir de los proyectos de escritura de mujeres que pueden ser clasificados -a riesgo de que no guste el término- en: aquellos que mediante el mimetismo no se distancian de la sumisión (esto como estrategia o treta) y aquella otra que se aisla para no caer en la sumisión oponiendo resistencia al patriarcalismo[17]. La interpretación de Marta Contreras coloca la escritura de la Mistral-mujer en la primera vía mencionada la de la sumisión, encontramos esta vía cuando insiste en la maternidad mistraliana: Gabriela Mistral, más cercana al mundo de las ideas puras, representa para Chile un bien intangible superior. ¿Qué componentes tiene esta madre mítica que a través de su figura y escritura se pueden conocer hoy día? Yo veo en ella la madre consciente de la maternidad que asiste a la eclosión de su cuerpo en la pregnancia y nacimiento. Luego en la amorosa enseñanza que deja de su territorio nativo que es decir la casa con sus tesoros. Chile y sus paisajes, los frutos de la tierra. Recoge los nombres de las aves, de las plantas, registra la riqueza de las gentes y su diversidad, desde adentro y desde abajo. Propone proyectos educativos, sociales y políticos. Critica la ignorancia, la mediocridad, el cominillo miserable de sus contemporáneos y contemporáneas cuando ella lo amerita.[18]

Interpretación feminista de la segunda vía

Pero también está registrada por lecturas de mujeres chilenas la otra vía de interpretación de la escritura mistraliana, como ejemplo nos referimos a un comentario realizado por María Inés Lagos del poema Todas íbamos a ser reinas incluido en Tala. Dice esta escritora-hija que los cuatro personajes del poema (Rosalía, Efigenia, Lucila y Soledad) “cantan y juegan a las rondas”, con una inocencia interesada que se deja seducir por el mensaje, en donde habría carencia de una reflexión crítica. En esta seducción en el mensaje de la ronda habría adhesión a la ideología machista en cuanto a que la reina (figura pasiva) espera a su rey o príncipe (tal vez azul como el mar) para que con el yugo puesto se inicie la travesía hacia el mar (tal vez azul como el príncipe), en palabras de la autora: “Las niñas crecen con esta ilusión y no ponen en duda la felicidad que les espera en una relación amorosa que les brindará hijos y bienes materiales”[19]. Este tono intencionado por la Mistral de cierto optimismo-ilusorio se mantiene a pesar del íbamos. Pero, el pesimismo en la ronda se radicaliza: “Todas íbamos a ser reinas/ y de verídico reinar/ pero ninguna ha sido reina/ ni en Arauco ni en Copán…”. El pero es la radicalización, aquí el vuelco hacia lo que hemos llamado la segunda vía de interpretación de las lecturas de mujeres de la escritura mistraliana, nos advierte María Inés Lagos: Rosalía se enamoró de un marino que murió en una tempestad; Soledad crió siete hermanos y ahora cuida a los hijos de otras reinas “los suyos nunca-jamás”. En contraste con las ilusiones de su niñez, “sus ojos quedaron negros/ de no haber visto nunca el mar”. Efigenia siguió a un extranjero, “Sin saberle nombre, / porque el hombre parece el mar” y Lucila –que lleva el nombre de la poeta- es la única que “recibió reino de verdad” pero sólo “en las lunas de la locura”, pues en su imaginación creyó tener diez hijos, esposo reino. Las historias de las cuatro niñas revelan un fuerte contraste entre la ingenua confianza aprendida en las rondas y la realidad de su vida, lo cual produce en la lectora un efecto desolador.[20]

Aquí la tensión con lo que hemos llamado primera vía, ahora está presente la apropiación de un tono crítico, sin abandonar el tono trágico de la escena que se representa, el pero ya no aparece oculto en alguna estrofa intermedia, necesidad de enfatizar el pero: Pero en el valle de Elqui, donde/ son cien montañas o son más/ cantan las otras que vinieron/ y las que vienen cantarán:/ “En la tierra seremos reinas,/ y de verídico reinar, / y siendo grandes nuestros reinos,/ llegaremos todas al mar””. El ideal de alcanzar la liberación en el mar (principio acuoso), ya sin necesidad de la violación ni del abuso. No hay aceptación sexual del matrimonio como vía de escape, como peregrinación a lo abierto (el mar) distinto a lo cerrado (la montaña), si quieren la rebelación que permite el éxodo de lo privado a lo público, por un ser mujer en su propia condición de humanidad y no como la encargada exclusiva de la conservación familiar a costo de su propia autonomía. Antes la ronda no mencionaba la tierra, la ilusión estaba alienada al mar (tal vez azul como el príncipe): “Todas íbamos a ser reinas/ de cuatro reinos sobre el mar/ lo decíamos embriagadas/ y lo tuvimos por verdad/ que seríamos todas reinas/ y llegaríamos al mar”.  Hay un desprendimiento de la copula como salvación, ahora la copula será por placer y voluntaria. A pesar de que nos distanciamos del comentario estricto a lo escrito por María Inés Lagos nuevamente nos apropiamos de su texto: Mistral expresa que esa concepción de la feminidad –la idea de que las niñas están destinadas a ser reinas y que cuando lo sean podrán salir del valle y llegar al mar a cumplir sus sueños- que se aprende en las canciones y juegos que perviven en el lenguaje de la comunidad, es una lección engañosa.[21]


Si bien nuestra interpretación no es estrictamente la que desarrolla la autora citada en su comentario coincidimos en que la metáfora de las montañas al mar es el viaje de lo privado a lo público. Lo que la autora no notó, en su comentario, fue la ausencia de la tierra en la primera parte del poema. Por otra parte, el poema citado de Tala nos da paso para la interpretación americanista poscolonial, la cual pretendemos trabajar en otro texto, en palabras del ya citado Marchant refiriéndose a otro coloniaje distinto al hispano, pero más vigente, que la poeta desarrolla en “La cacería de Sandino”: De este modo, en Gabriela Mistral, es la raza la que toma conciencia de sí misma, gracias a su escritura. Conciencia de sí misma: de su “estancia” gracias a la escritura, de su herencia europea (la lengua castellana) y de haber aparecido tal vez demasiado tarde en la historia y, a causa de ello, su precariedad constitutiva.[22]

El problema de la Mistral escindida

Hasta aquí en lo sustancial, hemos mostrado dos posibilidades de interpretación de la escritura mistraliana a partir de dos corrientes de interpretación. Esto nos coloca en evidencia la actualidad de los estudios mistralianos en el intento de interpretar sus textos. Sin duda los cincuenta años de su ingreso al canon mayor de la literatura abrió el camino para estas relecturas, de las cuales nos hemos centrados en las llamadas lecturas de mujeres. Hasta aquí el problema ha sido descrito sólo en relación a la recepción de la obra mistraliana, pero la cuestión hermenéutica exige dar cuenta a la vez de la cuestión relacionada a la producción. Esta última idea que desarrollaremos a partir de un texto de Raquel Olea nos mostrará la validez de aquello que hemos llamado las dos vías de interpretación en las lecturas de mujeres de la escritura mistraliana.

El texto trabajado por Raquel Olea toma el poema “La Otra” del libro Lagar. La Mistral nos dice en el texto lo siguiente: “Una en mi maté:/ yo no la amaba”. La escisión la encontramos de inmediato, aquí hay una despedida de la madre ideal, al menos eso es lo que creemos, hay un camino de la mujer de la casa a la mujer de la calle (la puta). El mismo recorrido ya descrito desde la montaña al mar como metáfora de lo privado a lo público: “Piedra y cielo tenía/ a pies y a espaldas/ y no bajaba nunca/ a buscar “ojos de agua”[23]. Aquella a la que se despide, a la que se mató es la del paraje seco, la que no buscaba el agua, ¿el mar?. Esta muerte es sin arrepentimiento incluso con saña: “La dejé que muriese/ robándole mi entraña/ Se acabó como el águila/ que no es alimentada”. Aquí hay un reconocimiento de una bipolaridad: “Nos encontramos, entonces, frente a una sujeto que reconoce su dualidad y que declara por autogestión el asesinato de una parte de sí misma”.[24]

Este fragmento muestra un evidente abandono, opera así el aban-donar (referencia al don). Pero esta muerte realizada no es una necesidad individual sino más bien colectiva: “Si no podéis entonces/ ¡ay! Olvidadla./ Yo la maté. ¡Vosotras/ también matadla!”. Podría aventurarse que con Lagar se abre una poesía que reafirma a la lectura de mujeres de la segunda vía, como si la Mistral tuviera plena conciencia de una posesión de un feminismo más radical. Mas una lectura del Poema de Chile no nos permite dejar en el abandono la interpretación más maternal descrita en la primera vía de las lecturas de mujeres de la Mistral.

Por último, sólo decirle a Marta Contreras que esto es un coletazo de las palabras de mujeres, también una muestra de recepción de la “Buena nueva”. La pregunta de la varonía tal vez pueda responderse en otro texto y la de la constitución del padre la dejaremos en el paréntesis puesto en los primeros párrafos de este artículo.

           

           



[1] Profesor del Departamento de Fundamentos de la Facultad de Educación de la Universidad Católica del Maule. Profesor de Estética Escuela de Periodismo Universidad del Mar sede Talca.
[2] Soledad Bianchi. “Amar es amargo ejercicio”. En: Raquel Olea y Soledad Fariña, editoras. Una palabra cómplice: encuentro con Gabriela Mistral. Santiago: Cuarto Propio,1990. 45.
[3] Acerca de la interpretación hermenéutica, a modo de aproximación desde una perspectiva filosófica, ya me he referido en el artículo: “El valor de la interpretación y el nihilismo de la interpretación”. En: Revista Anuario de la Escuela de Posgrado. Facultad de Filosofía y Humanidades Nº 4. Santiago de Chile: Universidad de Chile, 2001.
[4] Aludo al bonito título de un libro de Eliana Ortega. Lo que se hereda no se hurta: ensayos de crítica literaria feminista. Santiago de Chile: Cuarto Propio, 1996.
[5] Revista Atenea Nº 487 I Semestre 2003. 25-31.
[6] Por ejemplo el evangelista más filósofo declara: “En el principio era el logos”.
[7] Patricio Marchant. “El árbol como madre arcaica en la poesía de Gabriela Mistral” (1982). Escritura y temblor. Santiago de Chile: Cuarto Propio, 2001. 119.
[8] Ibíd., 123-124.
[9] Sergio Rojas. “Latinoamérica y la emergencia de lo literario”. Imaginar la materia: ensayos de estética y filosofía. Santiago: ARCIS, 2003. 89.
[10] También se puede confrontar la tematización del macho triste en la novela de Darío Oses. También su artículo titulado “Los alardes de la virilidad”. En: Sonia Montecino y Elena Acuña compiladoras. Diálogos sobre el género  femenino en Chile. Santiago de Chile: Universidad de Chile, Facultad de Ciencias Sociales Programa Interdisciplinario de Estudios de Género, 1996. 27-36.
[11] Op, cit. “Mitos fundacionales chilenos”. 26.
[12] Ibíd.
[13] Ibíd., 27.
[14] Alberto Sandoval Sánchez. “Hacia una lectura del cuerpo de mujer”. Una palabra cómplice. 140.
El fragmento extraído refiere al texto de Jean Franco Plotting womens: Gender and representation in México. Columbia University Press, New Cork, 1989.
[15] Op, cit. “Mitos fundacionales chilenos”. 26-27.
[16] Ibíd., 27.
[17] Adriana Valdés. “Escritura de mujeres: una pregunta desde Chile”. Composición de lugar: escritos sobre cultura. Santiago de Chile: Universitaria, 1996. 193.
[18] Op, cit. “Mitos fundacionales chilenos”. 28.
[19] María Inés Lagos. En tono mayor: relatos de formación de protagonista femenina en Hispanoamérica. Santiago de Chile: Cuarto Propio, 1996. 51.
[20] Ibíd., 52.
[21] Ibíd., 53.
[22] Patricio Marchant. “”Atópicos”, “Etc” e “Indios espirituales””. Escritura y temblor. 391.
[23] El mar es el lugar de la aventura, lugar del hombre por excelencia, la mujer sólo llega a estar cercana al mar, ya sea en la caleta o en el prostíbulo, una imagen de la mujer en el mar es la puta de puerto.
[24] Raquel Olea. “Otra lectura de “La Otra””. Una palabra cómplice…. 157.

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