Ingrid Feuerhake Caro
Profesora de Filosofía
Primera idea: la escuela
es una comunidad de interacciones orientadas al aprendizaje
“…una escuela es fundamentalmente una comunidad de
relaciones y de interacciones orientadas al aprendizaje, donde el aprendizaje
depende principalmente del tipo de relaciones que se establezcan en la escuela
y en el aula.” (Casassus, J, 2007, Pág. 239).
Una
interacción es toda relación que se establece entre dos o más personas que
comparten un contexto situacional por periodos prolongados de tiempo y de modo sistemático,
en razón de metas u objetivos considerados por todos como beneficiosos para la comunidad
u organización. De este modo, las interacciones y relaciones que ocurren al
interior de una comunidad educativa se constituyen en un aspecto o dimensión
fundamental, inherente y determinante del proceso de enseñanza y aprendizaje.
Se configuran, pues, las interacciones como el contexto y la base sobre la cual
se sustentan y desarrollan las acciones pedagógicas y representan la clave para
el desarrollo efectivo del sentido profundo del acto educativo como tal, esto
es, potenciar el desarrollo humano y el aprendizaje de niños y jóvenes
educandos.
Si
bien estas interacciones se encuentran normadas a través de reglamentos
disciplinares, asentadas en estructuras y dinámicas organizacionales internas, junto
con la definición y delimitación clara de roles y funciones al interior de cada
escuela, las interacciones están fundamentalmente determinadas por el trato que
entre sí desarrollan y mantienen en el día a día los miembros de la comunidad
escolar (profesores, estudiantes, padres y apoderados, directivos,
administrativos y asistentes de la educación).
A su vez, dicho trato está determinado por el conjunto de emociones que
subyacen a las conductas individuales y colectivas de los sujetos
interactuantes, que están moduladas ciertamente por las atribuciones culturales
que definen dichos roles.
De
allí, entonces, la importancia y la necesidad de relevar las emociones en tanto
motor que pone en marcha al sujeto y, en tal sentido, hace posible y determina
el aprendizaje y desarrollo humano esperados, porque “…no es la razón lo que nos lleva a la acción
sino la emoción” (Maturana, H, 1990, Pág. 23). Dependiendo de la emoción en que
el individuo se encuentre será, en consecuencia, el tipo de acción que le sea
posible emprender en cada momento a cada sujeto. Si cambia la emoción, cambia
el dominio de acciones posibles. Si aceptamos consiguientemente que el cambio
de emoción cambia la acción o el dominio de conductas posibles, resulta de gran
importancia develar aquellas emociones que surgen con mayor frecuencia en/entre
profesores y estudiantes en la interacción en el aula y en la escuela, en
general, puesto que son esas emociones las que están en la base de las acciones
posibles de emprender. En este sentido, debemos asimilar que el contexto
interaccional de la acción educativa debe constituirse en una herramienta al
servicio de la instalación de condiciones favorables para el surgimiento de
emociones que faciliten el proceso de enseñanza y aprendizaje. De allí la
importancia de que el profesor adquiera un nivel de competencia emocional tal
que le permita, en primer lugar, comprender cómo determinadas emociones y
estilos de interacción propios impactan en sus estudiantes; y, en segundo
lugar, intervenir de manera tal de promover los cambios necesarios en las estrategias de interacción
para modificar las condiciones de emergencia de determinadas emociones y los cursos
o campos de acción correspondientes.
La
consideración de las emociones en esta perspectiva, más allá del ámbito
puramente afectivo, constituye un elemento básico para la estrategia pedagógica
del profesor o profesora: alumnos aburridos o desinteresados sólo pueden actuar
en el espacio acotado por sus emociones; alumnos motivados e interesados
actuarán también en el espacio acotado por sus emociones. En el primer caso,
las acciones no favorecerán el aprendizaje; en el segundo caso, será lo
contrario.
Segunda idea: las
emociones habitan/son en la Escuela
“La escuela era para la educación del ser racional, y no
para la educación del ser emocional”(Casassus, J., 2007). Pág. 235).
La
escuela, históricamente hablando, surge y se consolida como un espacio
institucional para la reproducción de los modelos de autoridad, adecuación a la
norma y control social propios del modelo patriarcal del que somos herederos y
en el cual no tienen cabida alguna las dimensiones humanas consideradas de
segunda categoría, tales como el cuerpo y las emociones.
La
escuela, en conformidad con su origen y naturaleza, es una entidad de suyo anti-emocional
y, fundamentalmente, controladora, en que se establece una jerarquía entre sus
miembros, siendo los profesores y directivos quienes “saben” y detentan el
poder al que deben someterse los
estudiantes que son quienes “no saben”. No obstante su ideal de máxima
racionalidad y objetividad, las estrategias para el sometimiento y moldeamiento
de la mentalidad de los estudiantes se realizan a través de prácticas que
generan diversas emociones –como miedo, vergüenza, culpa y frustración-, todas
las cuales no hacen más que instalar climas emocionales adversos para el logro
de su desarrollo y aprendizaje.
Ya
sabemos, además, que sólo cuando en una institución escolar se privilegian la
comunicación, el respeto mutuo, el diálogo y
la participación, recién entonces se genera el clima adecuado para
posibilitar el aprendizaje, todo lo cual tiene cabida efectiva en la “escuela
emocional”, que es “…aquella en donde se valora el mundo emocional de las
personas que allí laboran (…) una organización donde se reconoce que el mundo
emocional es el motor donde ocurren las interacciones que conducen a la
finalidad de la organización (…) un lugar donde las personas tienen
competencias emocionales, donde los problemas son formulados emocionalmente, es
decir, que se busca la raíz emocional del problema y donde la respuesta al
problema es conscientemente emocional (…) es un sistema de relaciones que se
estructuran en torno al aprendizaje y el aprendizaje es función de las
emociones (…) donde la educación resulta de las relaciones que se dan entre
profesores y alumnos, y las relaciones son por definición emocionales” (Casassus,
J. 2007. Pág. 238.).
Una
escuela que propicia la consideración de las emociones como centro de su hacer pedagógico,
que pone su mirada en el ser humano total, esto es, aquel en que las
dimensiones intelectual, emocional e instintiva se viven en equilibrio y
armonía, es una institución educativa cuya propuesta educativa está centrada en
el desarrollo y fortalecimiento de la capacidad amorosa (Naranjo, C., 2007).
Si
queremos una educación verdaderamente humana y humanizadora debemos no sólo
asumir el reto de educar emocionalmente a los niños sino también y con especial
énfasis educar emocionalmente a los docentes que tienen como tarea inherente a
su rol profesional y social favorecer el crecimiento personal de estos niños y niñas.
Y dado que el desarrollo de competencias emocionales de forma intencional y
sistemática está bastante ausente de la formación inicial de los educadores,
deberemos procurar reflexionar junto a los docentes en torno a la necesidad de desarrollar
dichas habilidades o competencias
emocionales que le permitan un mejor desempeño profesional y una mayor
satisfacción y desarrollo personal.
Tercera idea: prestar
atención a las competencias emocionales de/en los profesores
“El acceso a la propia experiencia emocional y a la experiencia emocional del otro permite
compartir emociones y visiones. Es en este espacio donde se genera un contacto
humano verdadero, es a partir de estos encuentros entre personas que se generan
vínculos que permiten interacciones con efectos reales, es desde aquí que
podemos aprender los unos de los otros” (Casassus, J. 2007, Pág. 135).
Las
competencias emocionales pueden ser
concebidas como destrezas o habilidades que nos permiten conocer y actuar en el
mundo emocional, que se organizan en dos amplios ámbitos o áreas de desarrollo.
En primer lugar, en el de la
conciencia emocional que consiste en la experiencia del contacto con el propio
mundo emocional, condición necesaria para que se dé, en segundo lugar, la comprensión emocional que corresponde a la apertura
al mundo emocional de otros.
Situados
en el contexto de la educación diremos que, además del manejo cognitivo
relativo a su área de especialización, en el
ejercicio de la acción y práctica pedagógica el profesor deberá desplegar
sus competencias emocionales. Tales competencias deberán favorecer en él la conciencia
de sí mismo en tanto sujeto que facilita la formación de otros seres humanos y
su autovaloración del ejercicio de su rol. Por otra parte, deberá favorecer la
interpretación del mundo interno de los otros con los cuales interactúa y, en
especial de sus estudiantes, en cuanto a sus procesos personales e historias
particulares, pero, sobre todo, de sus emociones en relación con las materias
de estudio y sus procesos de aprendizaje.
Dada
la relevancia del desarrollo de competencias emocionales de los profesores en
función de su rol de facilitador del proceso de crecimiento y formación
personal de niños y jóvenes, resulta fundamental incorporar en la práctica de
la escuela una acción participativa de análisis, reflexión y promoción de cómo
se valorizan dichas competencias y cuáles son
las vivencias y experiencias de cada profesor en relación con ellas, relevando
cuáles son las necesidades formativas de éstos en relación con el tema.
Recordemos que “Históricamente, la formación del maestro, era: tomamos un
maestro y lo actualizamos científica, pedagógica y culturalmente. Esta
definición está obsoleta, es una visión desde arriba, donde el maestro es un
ignorante. La función principal de la formación es: todo maestro cuando está en
un aula tiene una práctica, y esta práctica tiene una teoría, puede ser una
teoría implícita o explícita. La formación debería ayudar a ese maestro a
descubrir esa teoría implícita de la práctica que hace, ¿para qué?, pues para
ordenarla, para justificarla, para fundamentarla, para revisarla o para
destruirla.” (Imbernón, F. 2006).
Sospechamos,
además, que actualmente muchos educadores se encuentran algo desorientados. No
saben mucho de lo qué pasa en el mundo, el mundo de los niños y con ellos
mismos. El mundo cambia vertiginosamente y su preparación profesional, su
formación pedagógica -en la generalidad de la perspectiva conductista y funcionalista
dominante- no les permite abordar las demandas que esta nueva realidad les
impone. Ha perdido, al parecer, su
autoridad dado que el saber no es de su dominio exclusivo sino que está al
alcance de todos y a través de medios más dinámicos e interactivos, quedando
obsoleto permanentemente dada su transformación y evolución constante e
incesante. En tal sentido, diremos que un factor relevante del desarrollo
profesional del docente debe ser el ejercicio permanente de reflexión de su ser
y hacer, en contextos comunitarios que promuevan los consensos y confluyan en la
toma de decisiones para el diseño de propuestas de acción pedagógica que favorezcan
y promuevan la construcción de aprendizaje de sus alumnos.
Así,
“Cuando el profesor explora las prácticas educativas de las que es responsable,
reflexiona sobre ellas, identifica problemas, establece y pone en marcha
estrategias de acción, recoge evidencias y analiza los efectos del cambio, está
provocando mejoras no sólo en las prácticas educativas sino también en su
formación como docente”. (Suárez Pazos, M. 2002, Pág. 52).
Se
trata, entonces, de la necesidad de transformar la escuela y la educación, de
modo que permita dejar atrás la educación patriarcal cuya característica
central es la atomización del ser humano reduciéndolo exclusivamente a sus
capacidades racionales, para abrirnos a una educación que promueva su verdadero
sentido: el desarrollo humano equilibrado entre el pensar, el sentir y el hacer.
Hace falta “…devolverles a los maestros la función propiamente humana de la
reeducación interpersonal y la ayuda al desarrollo de las comunidades” (Naranjo,
C. 2007, Pág. 187).
Hace
falta, finalmente, desarrollar estudios más rigurosos y situados que permitan
comprender las percepciones y valoraciones de los educadores acerca de las
emociones -propias y ajenas- de tal suerte que dicha práctica y sus valoraciones
implícitas sean acogidas, modificadas u optimizadas a través de un proceso
docente participativo, reflexivo y autónomo. En efecto, “Los múltiples y diferentes estudios específicos sobre el ser docente no
refieren a una comprensión sistemática de cómo las variables emocionales de los
profesores son moduladas por las condiciones variables y cambiantes de su
trabajo, ni de cómo las emociones se manifiestan en la interacción de los
profesores con los alumnos, padres, administradores y demás” (Casassus, J. 2007,
Pág. 243); por ello, toda aproximación empírica a las competencias emocionales
de los docentes puede ser un aporte relevante a la construcción de nuevo
conocimiento y propiciar el necesario desarrollo profesional docente que majaderamente
las reformas educativas latinoamericanas han explicitado.
Referencias
- Bazán, D. y González, L. (2008). “Autonomía Profesional y Reflexión del docente. Una resignificación desde la mirada crítica”. Revista REXE, Número 11, UCSC.
- Casassus, J. (2007). La educación del ser emocional”, Cuarto Propio, Santiago.
3.
Casassus, J. (2003). La escuela y la (des) igualdad. LOM
Ediciones, Santiago.
- Imbernón, F. (2006). “Actualidad y nuevos retos de la formación permanente”. Revista Electrónica de Investigación Educativa, Barcelona, Vol.8, Nº2.
- Maturana, H. (1990). Emociones y lenguaje en educación y política. JCSáez Editor, Santiago.
- Maturana, H. (1991). El sentido de lo humano. Ediciones Pedagógicas chilenas, Santiago.
- Naranjo, C. (2007). Transformar la educación para transformar el mundo. Cuarto Propio, Santiago.
- Suárez Pazos, M. (2002). “Algunas reflexiones sobre la investigación-acción Colaboradora en la educación”. Revista Electrónica de Enseñanza de las Ciencias, Vol. 1, Nº 1, 40-56 Universidad de Vigo, España.
¡Magnífico artículo!, por la formación del profesorado en este campo del desarrollo de la competencias emocionales es por donde podemos hacer una nueva educación que la sociedad pide a gritos.
ResponderEliminarSaludos: Mª del Mar