11 de diciembre de 2013

Uso de los Mandalas en el desarrollo emocional del profesorado: una posibilidad a abordar



Janitze Faúndez
Profesora de la UAHC. Magíster en Educación Emocional.

  
1. La labor del docente

Nuestra  sociedad se encuentra constantemente en cambio y la educación -como un aspecto fundamental en el desarrollo de ésta- no ha estado ajena a esta dinámica. En los últimos años hemos visto como se ha ido modificando el trabajo docente y sus condiciones (Beca y otros, 2006), como, por ejemplo, en la extensión de la jornada escolar, el uso de nuevos recursos tecnológicos, nuevas mediciones de calidad, prácticas educativas renovadas, entre otros factores que han transformado el contexto y las condiciones en que se desarrolla la labor docente, lo que exige nuevas capacidades y presenta más y nuevos desafíos al profesorado.

De hecho, al profesor se le pide hoy que -como resultado de su gestión- se logren más y mejores aprendizajes de calidad, los que pueden ser medidos a través de diferentes medios (SIMCE, PSU). Todo ello, tensiona y exige al docente a tener una mayor capacidad para generar aprendizajes en los niños y jóvenes, frente a lo cual el profesor debe demostrar una gran experticia y mucho entusiasmo (Beca y otros 2006).

Actualmente, vemos que muchos de los requerimientos que se hacen al docente quedan  a nivel discursivo, faltando aún competencias o habilidades para su aplicación efectiva dentro del aula. Por ello, es importante desarrollar estrategias de perfeccionamiento entre pares o con un agente externo, pero apuntando a modificar el pensamiento y las actitudes de los docentes. Para esto, es necesario -dentro de su formación continua- integrar “nuevos aportes, sintetizando el saber con su experiencia previa” (Beca y otros, 2006: 36).


Por otro lado, a estos nuevos aportes al conocimiento y a la práctica docente se le exige que tengan un sentido estratégico, definiéndolos y alineándolos dentro del Marco de la Buena Enseñanza. Se sabe que los dominios presentes en el Marco de la Buena enseñanza son la preparación de la enseñanza, creación de un ambiente propicio para el aprendizaje, enseñanza para el aprendizaje de todos los estudiantes y responsabilidades profesionales. Dos de estos dominios, nos hablan de la importancia de que el docente esté en una permanente reflexión en torno a su quehacer y que esté “comprometido con su desarrollo profesional permanente” (CPEIP, 2003). También nos señalan que el docente, dentro de su labor cotidiana, sea capaz de generar ambientes propicios para el aprendizaje, lo que indica la importancia de que el profesor sea capaz de generar un clima de respeto dentro del aula, “a través de la manera en que se relaciona con sus alumnos y del tipo de relación que se estimula  entre ellos” (CPEIP, 2003).

Lo anterior, nos revela la importancia de que el docente esté en una continua revisión de su labor, siendo uno de estos aspectos el referido al estado de satisfacción del docente con su propia práctica (Casassus, 2003), factor que se ha definido como influyente en el desempeño de los estudiantes, para lo cual es relevante que el docente esté continuamente integrando nuevas competencias, surgiendo con fuerza la dimensión emocional.

Como se sabe, en un estudio realizado por Juan Casassus para la UNESCO, se observó que uno de los aspectos más cruciales para el desarrollo de los aprendizajes en los estudiantes es el formar parte de un clima emocional favorable. Efectivamente, dentro de los resultados se observó que, cuando los alumnos están en un clima armonioso, donde no hay riñas entre pares, “los alumnos alcanzan entre 92 y 115 puntos por sobre aquellos de escuelas donde ello no  ocurre” (Casassus, 2003: 134). Esto nos muestra la importancia de que el docente, como responsable de los aprendizajes, sea capaz de integrar dentro de su labor la dimensión emocional, pues, se ha visto que cobra gran importancia, siendo junto con el cognitivo, los aspectos que más influyen dentro de su quehacer (Casassus, 2007).

2. El Profesor y las emociones.

También sabemos que, en la labor docente, se encuentran dos aspectos que marcan su labor pedagógica: uno es el cognitivo, que tiene que ver con el dominio del saber y la transmisión del conocimiento, y, otro aspecto, no menos importante, que es el emocional. Hoy por hoy, es un dato relativamente aceptado el que el aprendizaje depende de componentes sociales, afectivos y materiales (CPEIP, 2003).
           
En efecto, en los últimos años se ha visto que, cada vez más, existe un mayor reconocimiento de las emociones como un aspecto relevante (Calcagni, 2001) dentro de  la labor del  docente, ya que en su rol está la doble tarea de regular sus propias emociones y también la de los alumnos y sus pares, por lo que es imprescindible que, dentro de su formación, -tanto inicial como continua-, esté integrando y desarrollando competencias en torno a sus emociones.


La presencia de competencias emocionales en el docente resulta necesaria para su propio bienestar personal, para su efectividad y calidad a la hora de llevar a cabo los procesos de enseñanza y aprendizaje. Por lo que se hace urgente que el profesorado se capacite en el dominio de la conciencia y comprensión de sus emociones propias, ya que conforman el referente  para el desarrollo de competencias en sus alumnos (Palomera y otros, 2008).

Entendemos que las emociones son una energía vital, pues, “une los acontecimientos externos con los acontecimientos internos” (Casassus 2007:99) y se manifiestan en el cuerpo. A nivel interno, las emociones se experimentan como sensaciones que podemos, algunas veces, nombrar a través del lenguaje; otras veces, son una experiencia menos definible (Casassus 2007). Esta sensación puede generar un movimiento en la persona  manifestándose como una disposición a la acción o también  se puede generar una situación contraria, acompañando a esta sensación la negación de la emoción, mediante una contracción a nivel muscular, produciéndose una rigidez  del cuerpo (Casassus, 2007).

Siendo las emociones las que  movilizan o coartan nuestra acción, vemos que es necesario el desarrollo de la conciencia emocional, ya que nos permite tener una mayor apertura hacia nuestras emociones, otorgando al docente nuevas herramientas para el mejoramiento de sus acciones y estrategias, así como también una mayor satisfacción en torno a su quehacer (Palomera y otros, 2008). La conciencia emocional -o inteligencia interpersonal de H. Gardner- tiene que ver con la capacidad de verse hacia dentro de sí mismo y de poder observar los sentimientos y emociones que surgen en el interior, para “comprender lo que “me” ocurre, y poder a partir de allí, determinar vías de acción” (Casassus, Juan 2007). Esto es fundamental, pues, nada importa tanto en el desarrollo de los educandos como que los educadores tomen real conciencia de sí mismos.

El destacado Claudio Naranjo, en la introducción del libro de Juan Casassus (2007), señala que, en la medida que el profesor desarrolle la conciencia de sus emociones y pueda comprender el mensaje que le trae cada emoción podrá, a su vez, desarrollar la capacidad de percibirlas en los otros (Casassus,2007) o, dicho de  otro modo, “El vínculo consigo  mismo es un tema primordial, porque  influye en todos los otros tipos de vincularidad” (Fornasari de Menegazzo, Lilia, 2005: 92).

También se sabe que, en su labor diaria, los profesores están constantemente demandados por parte de los niños, por sus pares y por la institución educativa, por lo que tienen cada vez menos espacios para la reflexión profesional, tampoco para cultivar el vínculo consigo mismo (Fornasari de Menegazzo, L. 2005). Para desarrollar esta relación consigo mismo es fundamental el trabajo en primera persona, para vivenciar, explorar y comprender el dominio de las emociones (Casassus, J. 2007) donde podremos encontrar muchas veces que están presentes emociones que son contradictorias. Para ampliar la conciencia de nuestras emociones y poder percibirlas, es necesario realizar esta labor en momento presente ya que es aquí donde ocurre la experiencia y esto nos lleva a descubrir nuevas cualidades de nosotros mismos.


Son estos rasgos o cualidades de empatía y comprensión emocional los que, en definitiva, incidirán en la generación de climas favorables dentro del aula con vistas al “crecimiento emocional de los alumnos” (Céspedes, A. 2007). Por esto, se hace necesaria la educación del profesor sobre su dominio emocional, ya que éste le permitirá ser un adulto efectivo en su labor como formador, educador y enriquecedor del “desarrollo integral  de la dimensión afectiva de dichos alumnos, y su papel será el de un maestro en la educación para la vida” (Céspedes, A. 2007: 109), lo que también le permitirá ampliar su rol, aumentando la comprensión emocional tanto de sus alumnos como de los demás docentes (Casassus, 2007).

Una posibilidad que estamos explorando para aportar al desarrollo de la conciencia y comprensión emocional es a través de la herramienta didáctica denominada Mandala, bajo la premisa de que este recurso tiene implicancias efectivas en el desarrollo del dominio emocional del profesor.

3. ¿Qué son los Mandalas?

Los Mandalas son diseños circulares y concéntricos. La palabra mandala es de origen sánscrito “y está compuesta  por las expresiones manda (esencia) y la (concreción). Podría traducirse como concreción de la esencia.” (Osnajanski, 2005: 3)



El centro o punto cero “contiene potencialmente todas las posibilidades, equiparable al ADN en una célula o a la semilla en una fruta. Un vacío no desprovisto de información sino un vacío fractal, provisto de información potencial (Álvarez, 2009: 18). Este punto cero “es lo que tienen en común todos los mandalas de todos los tiempos” (Dahlke, 2004: 44). Este diseño se encuentra presente en el orden de toda la naturaleza, desde lo macro -al observar los planetas y sistemas-  hasta en lo micro, encontrándose en los ojos, el átomo, la célula. También vemos que se encuentra en diferentes culturas, en diversos periodos de la humanidad, en todos ellos han tenido una relevancia alta. Mandalas podemos encontrar en las culturas que “intuitiva o sistemáticamente, han mirado al ser humano desde parámetros holísticos: esto es, organismos vivos en los que resultan inseparables cuerpo, mente y espíritu” (Osnajanski, 2005: 45).

Esta observación la han realizado numerosos autores en occidente, siendo Carl Gustav Jung, psiquiatra suizo, quien primeramente trabajó sobre el mandala asociándolo con el self o si mismo, el centro de la personalidad. Sugirió también que “el mandala evidencia la necesidad natural de vivir a fondo nuestro potencial” (Foster, 1994), descubriendo el potencial re-equilibrante de estas imágenes, “muchas veces soñadas o creadas espontáneamente por pacientes en vías de curación” (Prè, 2004).

4. El Mandala en la educación

En un trabajo de investigación desarrollado por Marie Prè, educadora e investigadora de Francia, a  partir del año 1988, se puede comprobar el potencial y las implicancias que tiene el uso de mandalas en la práctica pedagógica, dentro de las que estarían el ser una herramienta de “relajación dinámica y de activación cerebral” (Prè, 2004: 75).


Aquí, se sostiene que la práctica simple y pictórica de colorear y/o crear mandalas se ha observado que genera profundos espacios de silencio y observación interna, “mejorando la relación con uno mismo y con los demás” (Prè, 2004). Tanto a niños como adultos, el trabajo pictórico con mandalas permite encontrar nuevamente el punto de conexión consigo mismo, dando un sentido de permanencia, como también de poder tomar  contacto con un proyecto personal y de encontrar una coherencia con su existencia (Prè, 2004).
           
Al trabajar con mandalas, mediante la observación empírica, se ha visto que tiene la capacidad de movilizar capas muy ondas del sentir pudiendo “restaurar la emotividad de los humanos, para centrarla y para integrarla” (Dalke, 2000: 16). Se añade a esto, el profundo silencio resultante durante la práctica del coloreado, permitiendo “mejorar su capacidad de atención y concentración” (Dalke, 2000: 39), generando ambientes de trabajo favorables para el logro de aprendizajes y también de convivencia afectiva.

Lo anterior, tendría profundas implicancias en su labor ya que el trabajo con mandalas le permitiría acceder a espacios de reflexión en torno a si mismo y a la labor que realiza, aportando también una herramienta concreta para la promoción de ambientes dentro del aula que sean propicios para la realización de su labor. Potenciaría, adicionalmente, una convivencia armónica, facilitando el crecimiento emocional de sus alumnos. Se ha señalado, además, que -desde el campo científico- hay estudios que avalarían lo aquí señalado en cuanto este esquema concéntrico tendría implicancias en el campo del funcionamiento del cerebro, agregando que su estructura nos remite al mandala.
 
5. Mandalas y neurociencia

El funcionamiento del cerebro es muy complejo. Actualmente, se suman constantemente nuevos estudios que dan nuevas informaciones y perspectivas acerca de las implicancias que tendría en nuestra vida y, en especial, sobre el aprendizaje. Por ello, se hace necesario que el profesor integre dentro de su labor el conocimiento de este campo (Salas, 2003), para, así, desarrollar actividades que estén acorde con su funcionamiento. Dentro de las implicancias que tendría la aplicación de los conocimientos de neurociencia está el generar un estado de alerta relajado, “eliminar el miedo en los alumnos, mientras se mantiene un entorno  muy desafiante” (Canie y Canie, 1997, en Salas, 2003). Así, “el desafío para los profesores, afirma Sylwester (1995), es definir, crear, mantener un ambiente y currículo escolar estimulantes emocional e intelectualmente.” (Salas, 2003).

De este modo, vemos que en el cerebro afectivo o límbico es donde se procesan los eventos emocionales por lo que una persona en estado de estrés, sin reconocimientos e invadida por el miedo, difícilmente “podrá gestionar de forma eficaz una situación intelectual o del tipo que sea” (Prè, 2004). Sus respuestas van a estar condicionadas por esta situación, por ello, se hace imprescindible e indispensable la utilización de herramientas que permitan liberar esta tensión. Aquí es donde cobra valor el uso del mandala ya que se ha visto que permite “escuchar el interior, generando rápidamente el silencio y la concentración” (Prè, 2004:25), permitiéndonos tomar conciencia de nuestras emociones como también de conocerlas e integrarlas, permitiéndonos volver a un estado de concentración.

Podemos ver, además, que, para una buena gestión mental, es necesaria una relación armónica entre ambos hemisferios cerebrales dado que tienen la capacidad de “aprender a gestionar la pluralidad de nuestros recursos ante el mundo que nos rodea: el que nos construye  y construimos” (HTF, en Prè, 2004: 91). Entonces, “el gran mérito de la utilización pedagógica del dibujo centrado (mandala) es situar  naturalmente los diferentes niveles del cerebro en actividad armónica” (Prè, 2004).

6. Para finalizar

A modo de síntesis, podemos agregar que el presente artículo enfatiza la importancia que tiene el desarrollo de la conciencia y comprensión de nuestras emociones y la relevancia que tiene en la labor del docente dentro de su quehacer educativo y, en especial, dentro del aula, en las relaciones que establece con los alumnos. Esto lo podemos ver señalado en los lineamientos dados por el Ministerio de Educación dentro del Marco de la Buena Enseñanza y también en los estudios dados a conocer por diferentes educadores e investigadores, tales como Juan Casassus, Amanda Céspedes, entre otros, los que han mostrado la relevancia del dominio emocional y afectivo en el docente, dentro de su formación inicial como también en la formación continua, como un aspecto esencial en la efectividad de su labor educativa (Céspedes, 2007).


Por otro lado, para el desarrollo de la conciencia y comprensión de nuestras emociones, estamos sugiriendo el uso de mandalas como una herramienta efectiva para el desarrollo de la conciencia de sí mismos, permitiendo explorar nuestras emociones y también profundizar en la comprensión de éstas. Sin embargo, no sabemos todavía el grado de implicancia que tendría para el desarrollo de competencias en el dominio emocional.

Lo anterior debe ser avalado mediante estudios empíricos que nos muestren el efecto e impacto del uso de mandalas dentro del funcionamiento de nuestra estructura cerebral, teniendo presente su potencial como dinamizador y armonizador de las funciones cerebrales (Prè , 2004). Por ello, insistimos, resulta de alta relevancia desarrollar nuestra conciencia y comprensión emocional por medio de la herramienta didáctica de mandala,  surgiendo como una pregunta abierta que amerita mayor profundización

Referencias:

1. Álvarez Ponce de León, C. A.”El poder de la vida”, Psicogeometría, México, 2009.
2. Calcagni, A. “Aprendizajes y emocionalidad” Revista Pensamiento Educativo, Julio 2001.
3. Casassus, J. “Aprendizaje, emociones”. En: Revista de pedagogía critica Paulo Freire N°6, 2008.
4. Casassus, J. “La educación del ser emocional”. 2° ed. Editorial Cuarto Propio, 2007.
5. Casassus, J. "La escuela y la (des) igualdad”, 1°ed, LOM Ediciones, 2003.
6. Céspedes, A. “Cerebro, Inteligencia y Emoción”. Fundación MIRAME, Chile, 2007.
7. CPEIP. Marco para la buena enseñanza Ministerio de Educación, Chile, 2003.
8. Dahlke, R. “Mandalas, manual para terapia con mandalas”. Ed. Robinbook, Barcelona 2000.
9. Dahlke, R. “Mandalas, como encontrar lo divino en ti”. Ed.Robinbook, Barcelona 2004
10. Beca, E. y otros. Docentes para el nuevo Siglo: hacia una política de desarrollo profesional docente, Serie Bicentenario, 2006.
11. Foster Fincher, S. “Creando mandalas”. España, Ed. Mirach, 1994.
12. Lilia Fornasari de Menegazzo & M. Victoria Peralta E. Neurociencia, vincularidad y escucha. Buenos Aires, Infantojuvenil, 2005.
13. Osnajanski, N. “El poder de los Mandalas”, Buenos Aires, Deva`s, 2005.
14. Palomera, R. y otros. “La inteligencia emocional como una competencia básica en la formación inicial de los docentes: algunas evidencias”, En: Revista electrónica de Investigación Psicoeducativa, N°15, 2008, pp.: 437-454.
15. Prè, M. “Mandalas y pedagogía” MTM, España. 2004.
16. Salas Silva, R. “¿La educación necesita realmente de la neurociencia?”. Estudios Pedagógicos,[on line] Valdivia 2003, N°29.

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