Por Miguel Rozas
Profesor UAHC
El escritor Gabriel García Márquez, en el primer volumen de su novela
autobiográfica “Vivir para Contarla” (2002), señala que “desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”.
John Holt, por su parte, en su libro “Fracaso de la Escuela” (1987), sostiene
que “….nuestras escuelas siguen siendo
más o menos lo que siempre han sido, lugares nefastos para los niños, o, para el
caso, para cualquiera que tenga que estar, vivir o aprender en ellas”.
Ambas declaraciones, si bien tienen un origen distinto –la primera
centrada en la percepción de un niño, la segunda en la visión de un pedagogo
crítico-, son extremadamente fuertes y muy provocativas para maestros y
maestras, para padres y madres, para directivos y autoridades, para
intelectuales y académicos, y para cualquiera cuyo oficio sea el desarrollo del
sistema educativo y, en particular, del sistema escolar.
Percibir la escuela como una amenaza, como un lugar inhóspito, como una
entidad que rompe con la vida cotidiana, como una institución homogeneizadora y
que clasifica, entre otros aspectos, es,
a lo menos, desconcertante, por más que ello esté instalado en el
sentido común y, en consecuencia, no se cuestione.
La escuela, en sus orígenes y por largos años, ha sido un instrumento
para que las nuevas generaciones accedan al conocimiento y a la cultura. No
obstante, la evolución y el desarrollo de la humanidad y de la sociedad, han
ido más rápidos que el ritmo con el cual la escuela ha cambiado y se ha puesto
a la altura de esa evolución y desarrollo. Ello le ha significado a la escuela
ser un foco de críticas y un espacio que es necesario transformar.
Ya en las postrimerías del siglo XIX y, más fuertemente, a lo largo de
todo el siglo XX, muchos intelectuales y estudiosos de la educación y del
sistema escolar, sistematizaron y documentaron suficientemente los vacíos y
deudas de la escuela (Dewey, Montessori, Freinet, Makarenko, Freire, Jackson,
Stenhouse, Apple, Giroux, entre otros).
La pregunta es, entonces, ¿cómo se hace para que en las escuelas se incremente la
curiosidad, se fortalezca la valentía ante lo desconocido, se agudice la capacidad
indagatoria, se desarrolle la autoestima, se incrementen los recursos de cada persona
para enfrentar el mundo circundante? En definitiva, ¿para que todas las niñas y niños, sean más autónomos
y críticos, capaces de construir su proceso de aprendizaje y desarrollar su
inteligencia sin limitaciones?
La expansión de los sistemas educativos, así como
la creciente conciencia de la educación como un derecho humano, ha dado acceso educativo
a nuevos sectores sociales. Por otra parte, los cambios culturales a los que se
ha visto enfrentada la sociedad ha demando nuevas tareas a la educación y a la
escuela, en particular. Estos procesos han hecho emerger con fuerza en el
corazón del sistema escolar (la escuela), la diversidad que está presente en
él.
La pregunta es ¿a qué se hace referencia cuando se
habla de diversidad? El argentino Carlos Skliar (2004) plantea que, corrientemente,
tras este término está más bien la idea del o lo diferente que de la diferencia
propiamente tal, siendo esta última la noción que mejor expresa el sentido de
la diversidad, por cuanto lo diferente apunta al diferencialismo (actitud de dividir en bueno o malo; positivo o
negativo; normal o anormal; mejor o peor; superior o inferior) y la diferencia
a lo que naturalmente es de heterogéneo y
plural. En este sentido, la escuela debe avanzar en la compresión de un
sujeto educativo que vive y se expresa en las diferencias, sin entrar a
calificarlas, sino solo a reconocerlas y convivir con ellas.
Hopenhayn (2003), por su parte, sostiene que es en
la escuela donde debe fomentarse la interacción y convivencia entre grupos
socioculturales distintos, pues, es el espacio en el que se da el “...…aprendizaje para la sociedad
multicultural, de respeto a la diversidad y ‘convivencia en la diferencia’. Las formas de relación entre estudiantes, y
también entre maestros y estudiantes, no es irrelevante en la formación de
hábitos y pautas comunicativas para desenvolverse en una sociedad
multicultural…..”. De acuerdo a esto, el respeto a la diversidad en la
escuela hace referencia, dentro de una
humanidad compartida o común, a la idea de la diferencia, incluyendo las
diferencias visibles y las no visibles de todos los que participan del proceso
educativo (Booth y Ainscow, 2011).
Esta idea de diversidad en la escuela abarca todas
las dimensiones en las cuales se juega el proceso educativo. Devalle y Vega
(1998), plantean que ello supone, al menos, poner atención en “….el
currículum, las estrategias de enseñanza, la cultura escolar, la
creatividad, las políticas educativas y los dispositivos de evaluación de las
prácticas”. En términos curriculares y de las prácticas de enseñanza y
evaluación en la escuela, históricamente, se ha centrado la mirada en un sujeto
educativo único, que tiene las mismas necesidades y disposiciones para
aprender. En consecuencia, se enseña a todas y todos lo mismo y de la misma
manera y se evalúa sin considerar las diferencias.
En este marco de acción, Devalle y Vega proponen que el currículum sea
abierto y flexible en cuanto a sus contenidos y estrategias, a fin de favorecer
el acceso de los estudiantes al conocimiento. Asimismo, que las estrategias de
enseñanza, en cuanto a los objetivos, la organización y la evaluación, sean
diversas. Desde el punto de vista de la cultura escolar, que se ponga énfasis
en las relaciones y formas de organización colaborativas, cooperativas y
participativas.
De igual manera, resulta necesario considerar la creatividad como factor
relevante del cambio en la escuela que queremos construir, en tanto ofrece variedad
de posibilidades y de modalidades de enseñanza y aprendizaje. Con todo, como
señalan Bazán y otros (2004), vivir esa creatividad entendida en perspectiva
social es en si misma un verdadero proceso de innovación, pues, exige procesos
de dialogo e intersubjetividad que la escuela aún ni demuestra.
Finalmente, en cuanto a las políticas públicas, hace falta que éstas se
hagan cargo de la formación docente –inicial y continua- y de las condiciones
que favorezcan la transformación educativa que se requiere para una educación
en y para la diversidad. Desde el punto de vista de los dispositivos de
evaluación de las prácticas, por ejemplo, se destaca la idea de realizar un
acompañamiento y seguimiento a las prácticas en enseñanza docente y de aprendizaje
de los y las estudiantes, destacando la implementación de estrategias de
autoevaluación y heteroevaluación.
En suma, entender la escuela como un espacio educativo y trasformador,
que haga de las diferencias una forma de ser y coexistir para el fomento de más
y mejores aprendizajes de los educadores y de los educandos es,
lamentablemente, una tarea pendiente más que un camino iniciado exitosamente.
El desafío es definitivamente enorme, casi utópico. Pero eso es justamente lo
que define a la educación, no su naturaleza de técnica eficiente, sino su
singular capacidad de crear mundos posibles que no existen.
Referencias:
- BOOTH, T.; AINSCOW, M. (2011). “Guía para la Inclusión Educativa. Desarrollando el Aprendizaje y la Participación en las Escuelas”. Traducción y adaptación: Yolanda Muñoz e Ignacio Figueroa. Centre for Studies Inclusive Education – Fundación Creando Futuro. Santiago, Chile.
- BAZÁN, D.; LARRAÍN, R.; GONZÁLEZ, L. (2004). “Sociocreatividad y Transformación. Ideas para problematizar la creatividad en perspectiva social”. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Santiago, Chile.
- DEVALLE, A.; VEGA, V. (1998). “Una Escuela en y para la Diversidad. El entramado de la diversidad”. AIQUE Editores. Bs. As., Argentina.
- GARCÍA MÁRQUEZ, G. (2002). “Vivir para contarla”. Novela autobiográfica. Editorial Diana. Colombia.
- HOLT, J. (1977). “Fracaso Escolar”. Alianza Editorial. Madrid, España.
- HOPENHAYN, M. (2003). “La Educación ante los cambios culturales de fin de siglo”. En: J. Ruz y J. Coquelet “Convivencia Escolar y Calidad de la Educación”. OEI-MINEDUC. Santiago, Chile.
- SKLIAR, C. (2005). “Juzgar la normalidad no a la anormalidad. Política y falta de políticas en relación a las diferencias en educación”. En: Paulo Freire, Revista de Pedagogía Crítica, N° 3. Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Santiago, Chile.
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