Pía Fuentes Castro
Profesora de Educación Básica
En ocasiones, en el
campo educativo, ubicamos los Derechos Humanos por un lado y la Pedagogía
Crítica por otro lado, sin que nos preocupemos de establecer los nexos y
aportes existentes entre una mirada y otra. Otras veces, entendemos que están
tan íntima y naturalmente ligados que se nos borran cognitivamente los límites
y desaprovechamos educativamente el potencial aporte comprensivo de una y de
otra. ¿Qué goznes es posible trazar entre los Derechos Humanos y la Pedagogía
Crítica, ambos referentes connotados para la construcción de una sociedad y una
escuela nuevas?
Partamos señalando
que la educación en Derechos Humanos tiene, según la concepción de la Pedagogía Crítica, el deber de
desarrollar sujetos que tengan un conocimiento básico y reflexivo de las normas
que poseen las instituciones que debieran defender sus derechos, así como del objetivo
que posee la educación cívica en el tema de los derechos de las personas. Sin
duda, es necesario instalar este tipo de conocimientos como un tipo de
herramienta que hacen que los Derechos Humanos sean y se mantengan vigentes.
La misión de los y
las educadoras sería, en consecuencia, la de desarrollar esta conciencia
crítica en sus estudiantes. Paulo Freire nos diría al respecto que “La
educación debe ser una experiencia de decisión, de ruptura, de pensar
correctamente y de conocimiento crítico”, lo que equivale a desarrollar
prácticas educativas basadas en un interés crítico y emancipatorio. Se promueve,
así, la acción educativa y social orientada a superar las estructuras opresivas
imperantes en este mundo capitalista y globalizado. Esto implica concebir a los
hombres y las mujeres como sujetos autónomos que trazan su vida desde sus
propias vivencias, tanto históricas, culturales y sociales, logrando, por lo
tanto, re-definirse y re-significarse continuamente. Es decir, promover sujetos
reflexivos y autoconscientes que sean capaces de comprender lo que hacen, de
comprender lo que comprenden y que, en el mejor de los casos, comprenden que
hay que cosas que no comprenden lo que los obliga a un estilo de vida de
permanente cuestionamiento y de esfuerzo de superación de las condiciones que
oprimen su pensamiento. Esto significa situar al educando –y al educador- frente
a una realidad conocida y desconocida, para
poder interrogarla y re-interrogarla.
El desafío de
formar hombres y mujeres cuestionadores, conlleva a que éstos se enfrenten de
forma crítica a una realidad que se muestra como natural, frente a estructuras
que se muestran como inalterables, dándole y dotándolos de diferentes
significados. Apela especialmente a una educación que invita a soñar, a ser
capaces de crear (su) futuro, de autoafirmarse y de autoestimarse, parándose
frente a su sociedad como sujetos comprometidos con el bien común, lo que –invariablemente-
implicaría también su propio bien.
Esta forma de
concebir la pedagogía -y los aprendizajes requeridos en el marco de los
Derechos Humanos-, se liga completamente con el interés constitutivo del
conocimiento emancipador propuesto por Jürgen Habermas, interés (social y pedagógico)
que conduciría hacia la autonomía de la alumna y del alumno, ayudándolo
alcanzar su máxima de libertad. Implica otorgar conocimientos y oportunidades
de aprendizaje que emancipen a los sujetos de las falsas ideas, de distorsiones
prefabricadas y de formas de coerción en cuanto a las relaciones sociales que limitan/oprimen
a la humanidad.
Es decir, la
educación, especialmente la que aboga por los Derechos Humanos, debería, bajo
este paradigma crítico, crear un currículo que conlleve a analizar y a
cuestionar los procesos mediante los cuales se ha creado nuestra comprensión de
la sociedad, incluyéndose en ésta, nuestra vida social como también nuestros
puntos de vista sobre ella misma.
El cuestionamiento
que aquí se presenta como necesario para poder educar bajo una mirada crítica,
debe estar centrado en el diálogo cultural y en la negociación, para así poder
luego transformar la sociedad ya que “…A través del proceso de interpretación
de la realidad y del conocimiento y de la negociación, los estudiantes
reconstruyen la cultura”[1].
Es decir, esta forma de hacer pedagogía es también política, pues, la educación
que intenta ser trasformadora y no perpetuadora de estructuras debe adoptar una
postura política. Le es imposible disociarse de ella, como diría Paulo Freire:
“se entiende la educación como una acción política encaminada a despertar a los
individuos de su opresión y a generar acciones de transformación social”[2].
En otros términos, “las escuelas son de hecho esferas debatidas
que encarnan y expresan una cierta lucha sobre qué formas de autoridad, tipos de conocimiento, regulación moral e
interpretaciones del pasado y del futuro deberían ser legitimadas y
transmitidas a los estudiantes. En pocas palabras, las escuelas no son lugares
neutrales, y consiguientemente tampoco los profesores pueden adoptar una
postura neutral”[3].
El diálogo cultural
antes mencionado, según Freire, es una actitud y una práctica que lograría
desafiar a las ideologías autoritarias, por lo tanto, a la intolerancia y, por
sobre todo, a la homogenización. Arrastra consigo la capacidad de reinvención y
de desarrollo de una cultura de encuentro con los otros, para así poder
aprender a ser, a estar, a convivir. El diálogo se plantea, entonces, como lo
humanizante ya que constituye un encuentro donde todos se educan entre si,
mediatizados por algo propio –el mundo- en cuanto posibilidad de establecer acuerdos
y normas de convivencia no homogeneizantes sino incluyentes e intersubjetivas.
De acuerdo a lo señalado, la Pedagogía Crítica sería el fundamento de un
camino válido y pertinente para crear/canalizar la voz de los ausentes y los olvidados.
Una voz de disidencia e intervención, intervención necesaria
para inventar otra democracia, aquélla donde la distribución de la riqueza se
haga con equidad, donde la producción de significados se haga de forma
colectiva y la toma de decisiones sea una responsabilidad compartida y,
finalmente, los Derechos Humanos sean una realidad.
Sin duda, entender la
educación en Derechos Humanos desde una óptica crítica hace redefinir el
sentido de ésta misma. Planteando así también los nuevos roles que les competen
a los diferentes actores de la educación. Es decir, transformar la conocida
educación cívica, a ratos intrascendente e instrumental, en una real educación
en Derechos Humanos.
Al continuar con el
planteamiento anterior de redefinir el sentido de la educación en Derechos
Humanos, encontraremos que su principal objetivo debería ser el de educar hacia
la democracia -en y para la democracia- objetivo fundamental que es alentado inequívocamente
por la Pedagogía Crítica. Si los Derechos Humanos son parte de una mirada
democrática, tanto en lo político, cultural como educacional, donde el respeto
por el otro como un ser íntegro es su principal máxima, entonces, vivir en una
sociedad democrática implica reconocer auténticamente la dignidad humana como un
tema central de las prácticas educativas, junto con reconocer a las variadas
culturas como diferentes y necesariamente válidas.
Adicionalmente, la
educación en Derechos Humanos adquiere su sentido más profundo cuando trata de
erradicar la marginación, siendo esto posible sólo a partir del empoderamiento
intelectual y ético del sujeto, haciéndolo capaz de resignificar su situación
de exclusión y alentándolo a participar en la toma de decisiones políticas,
económicas y culturales de su entorno. Siendo éstas tareas sólo posibles de
realizar si el sujeto está eficientemente educado para interrogar y cuestionar la
realidad, para pararse frente a su realidad de forma crítica. Es decir, ser un
sujeto de derecho y un sujeto crítico; y ambas cosas a la vez.
Recordemos que un sujeto
de derecho es aquel que es capaz de hacer uso de su libertad, reconociendo los
límites, reconociendo la diversidad, por lo tanto, practicando el respeto
mutuo. Reconociendo al otro como un ser legítimo, diferente de si y con
capacidad de ser autónomo. Por lo tanto, valorar esta posición crítica que le da sentido a la
educación en Derechos Humanos conlleva a replantearse la práctica docente y la
institución escolar. Implica hacer cambios profundos, no sólo en el aspecto
técnico, si no más bien en la cultura de la escuela, en su clima, en el
currículo explícito y en el implícito. Como propondría Giroux, dándole mayor
énfasis a la distribución del poder dentro de la escuela y del aula. Es decir,
poner el currículo al servicio de la emancipación de los educandos, para así
lograr la autonomía moral, intelectual y
política de toda la sociedad. Para esto la escuela debe convertirse en un
agente transformador, de cambio, y no estar dirigida a reproducir la sociedad
imperante que sólo ha perpetuado las injusticias por tantas generaciones.
La educación en Derechos Humanos que plantea la Pedagogía Crítica, en
consecuencia, entrega herramientas teóricas
y de sentido adecuadas para levantar y diseñar alternativas que pueden lograr
eliminar las injusticias sociales y las violaciones a los Derechos Humanos que
están traen. Levanta además una alternativa creativa para desarrollar una
sociedad fundada en la ética participativa, en la que los sujetos pueden pararse frente a su sociedad como
sujetos comprometidos con el bien común. Esto es así dado que el
convivir, el real convivir, consiste en que uno como sistema en presencia de
otro individuo en un determinado contexto y momento vayan cambiando en forma
congruente estos ambos individuos, como diría N. Luhmann[4];
es decir, un auténtico y profundo convivir es el que al hacer acciones,
constituyo a ese otro como un igual, un legítimo otro en esta mutua
coexistencia. Esa es una tarea aún pendiente en Chile.
[1] Ayuste, A. otros. (1994). Planteamientos de la Pedagogía Crítica. Comunicar y transformar.
Barcelona: Grao. Pág. 13.
[3] Giroux, H, (1997). Los
profesores como intelectuales hacia una Pedagogía Crítica
del aprendizaje. Madrid: Piados,
Pág. 6.
[4] Cfr. Luhmann,
N. (1990). “Sociedad y Sistema: La ambición de la teoría”. España: Edit. Piados
y Luhmann, N. (1996) “Teoría de la sociedad y pedagogía”. Barcelona: Edit. Paidós.
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