6 de julio de 2012

Derechos Humanos y Pedagogía Crítica: Algunas reflexiones preliminares


Pía Fuentes Castro
Profesora de Educación Básica


En ocasiones, en el campo educativo, ubicamos los Derechos Humanos por un lado y la Pedagogía Crítica por otro lado, sin que nos preocupemos de establecer los nexos y aportes existentes entre una mirada y otra. Otras veces, entendemos que están tan íntima y naturalmente ligados que se nos borran cognitivamente los límites y desaprovechamos educativamente el potencial aporte comprensivo de una y de otra. ¿Qué goznes es posible trazar entre los Derechos Humanos y la Pedagogía Crítica, ambos referentes connotados para la construcción de una sociedad y una escuela nuevas?

Partamos señalando que la educación en Derechos Humanos tiene, según la concepción de la Pedagogía Crítica, el deber de desarrollar sujetos que tengan un conocimiento básico y reflexivo de las normas que poseen las instituciones que debieran defender sus derechos, así como del objetivo que posee la educación cívica en el tema de los derechos de las personas. Sin duda, es necesario instalar este tipo de conocimientos como un tipo de herramienta que hacen que los Derechos Humanos sean y se mantengan vigentes.


La Pedagogía Crítica parece ir más allá: propone, en este contexto, que el conocimiento crítico da mayores posibilidades de actuar y, por ende, entrega mayor poder al sujeto para así opinar y exigir coherentemente el cumplimiento de sus Derechos Humanos, tanto para si mismo como para los otros. Así, este sujeto de derecho desarrolla la capacidad intelectual y ética de fundar sus juicios y demandas asumiendo una postura responsable y tolerante.

La misión de los y las educadoras sería, en consecuencia, la de desarrollar esta conciencia crítica en sus estudiantes. Paulo Freire nos diría al respecto que “La educación debe ser una experiencia de decisión, de ruptura, de pensar correctamente y de conocimiento crítico”, lo que equivale a desarrollar prácticas educativas basadas en un interés crítico y emancipatorio. Se promueve, así, la acción educativa y social orientada a superar las estructuras opresivas imperantes en este mundo capitalista y globalizado. Esto implica concebir a los hombres y las mujeres como sujetos autónomos que trazan su vida desde sus propias vivencias, tanto históricas, culturales y sociales, logrando, por lo tanto, re-definirse y re-significarse continuamente. Es decir, promover sujetos reflexivos y autoconscientes que sean capaces de comprender lo que hacen, de comprender lo que comprenden y que, en el mejor de los casos, comprenden que hay que cosas que no comprenden lo que los obliga a un estilo de vida de permanente cuestionamiento y de esfuerzo de superación de las condiciones que oprimen su pensamiento. Esto significa situar al educando –y al educador- frente a una realidad conocida y desconocida, para  poder interrogarla y re-interrogarla.


El desafío de formar hombres y mujeres cuestionadores, conlleva a que éstos se enfrenten de forma crítica a una realidad que se muestra como natural, frente a estructuras que se muestran como inalterables, dándole y dotándolos de diferentes significados. Apela especialmente a una educación que invita a soñar, a ser capaces de crear (su) futuro, de autoafirmarse y de autoestimarse, parándose frente a su sociedad como sujetos comprometidos con el bien común, lo que –invariablemente- implicaría también su propio bien.

Esta forma de concebir la pedagogía -y los aprendizajes requeridos en el marco de los Derechos Humanos-, se liga completamente con el interés constitutivo del conocimiento emancipador propuesto por Jürgen Habermas, interés (social y pedagógico) que conduciría hacia la autonomía de la alumna y del alumno, ayudándolo alcanzar su máxima de libertad. Implica otorgar conocimientos y oportunidades de aprendizaje que emancipen a los sujetos de las falsas ideas, de distorsiones prefabricadas y de formas de coerción en cuanto a las relaciones sociales que limitan/oprimen a la humanidad.

Es decir, la educación, especialmente la que aboga por los Derechos Humanos, debería, bajo este paradigma crítico, crear un currículo que conlleve a analizar y a cuestionar los procesos mediante los cuales se ha creado nuestra comprensión de la sociedad, incluyéndose en ésta, nuestra vida social como también nuestros puntos de vista sobre ella misma.


El cuestionamiento que aquí se presenta como necesario para poder educar bajo una mirada crítica, debe estar centrado en el diálogo cultural y en la negociación, para así poder luego transformar la sociedad ya que “…A través del proceso de interpretación de la realidad y del conocimiento y de la negociación, los estudiantes reconstruyen la cultura”[1]. Es decir, esta forma de hacer pedagogía es también política, pues, la educación que intenta ser trasformadora y no perpetuadora de estructuras debe adoptar una postura política. Le es imposible disociarse de ella, como diría Paulo Freire: “se entiende la educación como una acción política encaminada a despertar a los individuos de su opresión y a generar acciones de transformación social”[2]. En otros términos, las escuelas son de hecho esferas debatidas que encarnan y expresan una cierta lucha sobre qué formas de autoridad, tipos de conocimiento, regulación moral e interpretaciones del pasado y del futuro deberían ser legitimadas y transmitidas a los estudian­tes. En pocas palabras, las escuelas no son lugares neutrales, y consiguientemente tampoco los profesores pueden adoptar una postura neutral”[3].

El diálogo cultural antes mencionado, según Freire, es una actitud y una práctica que lograría desafiar a las ideologías autoritarias, por lo tanto, a la intolerancia y, por sobre todo, a la homogenización. Arrastra consigo la capacidad de reinvención y de desarrollo de una cultura de encuentro con los otros, para así poder aprender a ser, a estar, a convivir. El diálogo se plantea, entonces, como lo humanizante ya que constituye un encuentro donde todos se educan entre si, mediatizados por algo propio –el mundo- en cuanto posibilidad de establecer acuerdos y normas de convivencia no homogeneizantes sino incluyentes e intersubjetivas.

De acuerdo a lo señalado, la Pedagogía Crítica sería el fundamento de un camino válido y pertinente para crear/canalizar la voz de los ausentes y los olvidados. Una voz de disidencia e intervención, intervención necesaria para inventar otra democracia, aquélla donde la distribución de la riqueza se haga con equidad, donde la producción de significados se haga de forma colectiva y la toma de decisiones sea una responsabilidad compartida y, finalmente, los Derechos Humanos sean una realidad.


Sin duda, entender la educación en Derechos Humanos desde una óptica crítica hace redefinir el sentido de ésta misma. Planteando así también los nuevos roles que les competen a los diferentes actores de la educación. Es decir, transformar la conocida educación cívica, a ratos intrascendente e instrumental, en una real educación en Derechos Humanos.

Al continuar con el planteamiento anterior de redefinir el sentido de la educación en Derechos Humanos, encontraremos que su principal objetivo debería ser el de educar hacia la democracia -en y para la democracia- objetivo fundamental que es alentado inequívocamente por la Pedagogía Crítica. Si los Derechos Humanos son parte de una mirada democrática, tanto en lo político, cultural como educacional, donde el respeto por el otro como un ser íntegro es su principal máxima, entonces, vivir en una sociedad democrática implica reconocer auténticamente la dignidad humana como un tema central de las prácticas educativas, junto con reconocer a las variadas culturas como diferentes y necesariamente válidas.

Adicionalmente, la educación en Derechos Humanos adquiere su sentido más profundo cuando trata de erradicar la marginación, siendo esto posible sólo a partir del empoderamiento intelectual y ético del sujeto, haciéndolo capaz de resignificar su situación de exclusión y alentándolo a participar en la toma de decisiones políticas, económicas y culturales de su entorno. Siendo éstas tareas sólo posibles de realizar si el sujeto está eficientemente educado para interrogar y cuestionar la realidad, para pararse frente a su realidad de forma crítica. Es decir, ser un sujeto de derecho y un sujeto crítico; y ambas cosas a la vez.


Recordemos que un sujeto de derecho es aquel que es capaz de hacer uso de su libertad, reconociendo los límites, reconociendo la diversidad, por lo tanto, practicando el respeto mutuo. Reconociendo al otro como un ser legítimo, diferente de si y con capacidad de ser autónomo. Por lo tanto, valorar esta posición crítica que le da sentido a la educación en Derechos Humanos conlleva a replantearse la práctica docente y la institución escolar. Implica hacer cambios profundos, no sólo en el aspecto técnico, si no más bien en la cultura de la escuela, en su clima, en el currículo explícito y en el implícito. Como propondría Giroux, dándole mayor énfasis a la distribución del poder dentro de la escuela y del aula. Es decir, poner el currículo al servicio de la emancipación de los educandos, para así lograr la  autonomía moral, intelectual y política de toda la sociedad. Para esto la escuela debe convertirse en un agente transformador, de cambio, y no estar dirigida a reproducir la sociedad imperante que sólo ha perpetuado las injusticias por tantas generaciones. 

La educación en Derechos Humanos que plantea la Pedagogía Crítica, en consecuencia,   entrega herramientas teóricas y de sentido adecuadas para levantar y diseñar alternativas que pueden lograr eliminar las injusticias sociales y las violaciones a los Derechos Humanos que están traen. Levanta además una alternativa creativa para desarrollar una sociedad fundada en la ética participativa, en la que los sujetos pueden pararse frente a su sociedad como  sujetos comprometidos con el bien común. Esto es así dado que el convivir, el real convivir, consiste en que uno como sistema en presencia de otro individuo en un determinado contexto y momento vayan cambiando en forma congruente estos ambos individuos, como diría N. Luhmann[4]; es decir, un auténtico y profundo convivir es el que al hacer acciones, constituyo a ese otro como un igual, un legítimo otro en esta mutua coexistencia. Esa es una tarea aún pendiente en Chile.


[1] Ayuste, A. otros. (1994). Planteamientos de la Pedagogía Crítica. Comunicar y transformar. Barcelona: Grao. Pág. 13.
[2] Ayuste, A. otros. (1994). Op. Cit. Pág. 6.
[3] Giroux, H, (1997). Los profesores como intelectuales hacia una Pedagogía Crítica del aprendizaje. Madrid: Piados, Pág. 6.
[4] Cfr. Luhmann, N. (1990). “Sociedad y Sistema: La ambición de la teoría”. España: Edit. Piados y Luhmann, N. (1996) “Teoría de la sociedad y pedagogía”. Barcelona: Edit. Paidós.

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