Enzo Hernández Durán.
Licenciado
en Sociología
La dicotomía es una de las primeras
formas humanas de clasificación de las cosas: día y noche, vida y muerte, si y
no, son parte de estas maneras ancestrales de ordenar el mundo.
En las ciencias sociales, las
primeras clasificaciones también obedecen a esta lógica de polarización como en
el conocido caso de Ferdinand Tönnies, sociólogo alemán, famoso por su
distinción de Gemeinschaft und
Gesellschaft (Comunidad y Sociedad, 1887). Esta dicotomía básica obedecía a
la diferenciación aparente entre lo original y lo artificial, entre lo natural
y lo mecánico, entre placer y razón. Se trata de una forma bipolar de ver el
mundo que resulta, en principio, útil, pero en la práctica termina
constituyéndose en una mirada reduccionista, que interpreta la realidad como
una oposición tensionante –sino mutuamente excluyente- de dos posturas. Que, en
suma, no niega pero obscurece las complejidades de la interacción y la posibilidad
cierta de la comprensión de éstas por el sujeto observante.
La mirada dicotómica del mundo, por
otro lado, es superada por el par Sein
und Zeit (Ser y Tiempo, 1927), el más importante trabajo del filósofo
alemán Martin Heidegger que, para muchos académicos, representa uno de los más
importantes trabajos de la filosofía universal. Una idea tomada de esta postura
filosófica basta para comprender su aporte: previo a la argumentación heideggeriana se establecía una
escisión, procedente desde la antigua Grecia, entre mente (alma) y cuerpo. Esta
dicotomía básica separaba, y aún pretende hacerlo, a lo natural y lo humano
(artificial), como distintos y enfrentados. La labor de Martin Heidegger, en
este contexto, incluye la variable tiempo al desarrollo del cuerpo, pero
también a la variable mente (alma). Ambos elementos, fundidos en el Ser,
suponen el fin del círculo hermenéutico, que es un tema para otro comentario. Pero,
en lo esencial, nos muestra que una argumentación válida para cerrar el recurso
metodológico de la dicotomía, es considerar que las dimensiones, polos
opuestos, en ciencias sociales, son siempre complementarios, y centralmente
interdependientes.
En esta línea, a mediados del siglo
pasado, Kenneth Pike, lingüista y antropólogo estadounidense, mejor conocido
por su definición de los conceptos “Emic”
y “Etic”, basándose en las categorías
phonemics (fonología) y phonetics (fonética), respectivamente,
aporta un nuevo par de lectura del mundo que suele mostrarse en perfecta
dicotomía o tensión. Generalmente, se entiende Emic como el punto de vista del nativo y Etic como el punto de vista del extranjero. Así, se asume que ambas
miradas son distintas y complementarias en un segundo nivel, estableciendo,
según sea quien define, la preminencia de un concepto sobre el otro en los
procesos sociales. Una visión sesgada de esta contribución conceptual, esto es,
una visión dicotómica de etic y emic oscurece nuevamente la comprensión
de la complejidad de la realidad social. Esto ocurre cuando queremos enunciar categóricamente
la existencia de dos modos distintos de ver la cultura y los valores, a través
del par Etic y Emic, enfatizando en el primero un carácter objetivista y racional,
y el segundo un carácter subjetivista y razonable (distinción paradigmática profundizada
cuatro décadas después por el español J. Ibáñez). Entonces, usar este par de
conceptos como visiones separadas y desarticuladas del mundo, o de preminencia
de una sobre otra, constituye un profundo error de vigilancia epistemológica que
niega las posibilidades reales de acercarse a una visión holística, dentro de
lo que cabe, de la realidad.
Respecto del argumento de Pike, uno
de sus principales seguidores Marvin Harris (1978; 478)[1]
opina “El emparejamiento de Emic con
resultados estructurales, por un lado, y por otro, el de Etic con resultados no estructurales, está de acuerdo con la
historia de la lingüística. Mas no hay razón para suponer que tal ecuación sea
válida también para fenómenos no lingüísticos”. En este sentido, la vida social
es un remolino infinito de acciones de orden etic y emic, una
construcción social que contiene y amerita tanto procesos objetivos como
procesos subjetivos de estar y ser en el mundo.
Para Aurora González Echavarría
(2009)[2],
la dupla etic y emic es considerada muy a menudo como referente a concepciones
opuestas, pese a que la intención debiese ser encontrar una salida a ciertos
usos rígidos de la dupla emic/etic. Pike, dice la autora (González Echevarría
2009, 23), considera que el punto de vista etic,
constituye, en términos gnoseológicos, el punto de partida de la pesquisa
antropológica en tanto que el punto de vista emic, por decirlo así, sería la meta a alcanzar.
En resumen, la relación etic-emic es procesual, de alta
dinamicidad, y da cuenta de dos modos de leer el mundo, más complementarios que
suplementarios, que describe un continuo de opciones y matices en el trabajo
investigativo y de construcción de saberes sobre el mundo (que es la base del
proceso educativo y de aprendizaje) y no dos miradas excluyentes respecto de la
realidad.
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