19 de abril de 2011

Subjetividad y pensamiento crítico: una falsa dicotomía



Valentina Bazán y Domingo Bazán

En el desarrollo del proyecto de la modernidad, distintos autores y pensadores han aportado a la comprensión de la construcción de la subjetividad y del pensamiento crítico, tratándose generalmente de una opción valórica que caracteriza lo humano como el autoconocimiento del hombre, en cuanto sujeto y observador subjetivo del mundo. Este sujeto, se ha señalado, opera con un reconocimiento del otro hasta llegar a ser una persona capaz de pensar por si mismo, capaz de cuestionar la realidad que lo rodea, capaz de ejercer acción transformadora en su contexto, o sea, un ser social y crítico.

En los tiempos actuales, una mirada básica a la relación entre subjetividad y pensamiento crítico puede parecer, en principio, contradictoria y algo forzada, debido, al parecer, a la supuesta negación de lo subjetivo que hace la racionalidad científica, la objetividad y todo pensamiento riguroso y sistemático sobre el mundo. Sin embargo, la verdad es que más bien se debe decir que no hay criticidad sin sujeto, ni subjetividad sin reflexividad crítica: una y otra se requieren mutuamente, se entrelazan en la coexistencia humana y se dinamizan en/desde la complejidad dialéctica en la que se construye y expresa lo humano. Este argumento podría entenderse mejor, quizás, si recuperamos parte del planteamiento de estos tres autores: René Descartes, Immanuel. Kant y Norbert Elías.

Recordemos que René Descartes hace un aporte a la reflexión filosófica preocupada de la racionalización del mundo, es decir, del uso y valoración de la razón para estar en el mundo y producir conocimientos legítimos. Con su duda metódica, Descartes propone una racionalidad que le permite autonomía y validez al pensamiento de las personas, pensamiento que incluye todo lo que ocurre adentro de nosotros, al interior del sujeto. Pese a que cuestiona el saber de los sentidos, como expresión no demostrable e intuitiva de lo humano, Descartes valora la subjetividad representada en el propio pensamiento, como acto consciente del espíritu. Es allí donde se señala que lo evidente (la verdad) se da sólo al interior del sujeto: “pienso, luego existo”. En otras palabras, ese pienso de Descartes no surge de la nada, sino de un yo complejo y coexistencial, sencillamente encarnado en y desde el sujeto.

Para Immanuel Kant, por su parte, en una interpretación de la historia como antagonismo, el estadio final de esta historia es la Ilustración. Para este filósofo, la Ilustración es un camino que aparece gradualmente pero que es inevitable, como un bien que la humanidad debe obtener puesto que implica liberación de sus ataduras, culpas e incapacidades. La Ilustración es un fin en si mismo, pasando por guerras y conflictos sociales, partiendo del deseo de deseo, corriendo los riesgos del pensamiento autorreflexivo, crítico y público, hasta llegar a que las acciones se basen en la razón y en la conducta recta. El norte es una sociedad justa, en derecho, guiada por la razón. La subjetividad aquí es expresión de la capacidad crítica de las personas. Un pensamiento crítico que no exprese algo sería, en nuestra opinión, un pensamiento que no arranca de la subjetividad humana.

Por su parte, Norbert Elías, cuando analiza la sociedad cortesana, señala que nunca va a existir algo fuera de la sociedad y de las relaciones que los hombres estructuran entre ellos. Es a partir de dichas “relaciones (que) se aprende a entender el específico tipo de racionalidad que se forma en el ámbito de la sociedad cortesana. Como todo tipo de racionalidad, éste se configura en relación con coacciones perfectamente determinadas para el autocontrol de los afectos” (Elías, N. (s/f). “La Sociedad Cortesana”. México: FCE. Pág. 125). Para este autor ocurre que, en un contexto social determinado, las coacciones externas se transforman en autocoacciones y eso define una determinada forma de comportarse en ese contexto. Esa es la racionalidad en el sujeto, dice este autor, lo que está entre la participación relativa de afectos más transitorios y de modelos intelectuales más permanentes de los contextos observables de realidad. Esta racionalidad, además, debe ser armonizada con la subjetividad y psicología de cada persona, constituyendo una suerte de equilibrio entre lo interno y lo externo, respondiendo a las lógicas propias de cada época.

Por eso dice Elías la historia de la humanidad no es más que la historia de las racionalidades que ha habido y habrá. Aquí es donde aparece el problema de la construcción de la subjetividad y la necesidad de contar con pensamiento crítico, pues, la educación va haciendo que, sin darse cuenta, cambien las actitudes y las creencias de las personas, por encima de las necesidades naturales que tiene un niño o un joven. Esa presión social del entorno hace que la coacción se transforme en un patrón a seguir, llegando al autocontrol en el individuo, es decir, cuando la persona ya no se da cuenta de que fue reprimida para pensar o hacer una cosa y termina creyendo cree que es “natural” hacerlo así. En este sentido, la subjetividad individual (el mundo privado de las personas) termina condicionada por el contexto social, a menos que se asuma el uso crítico de la razón como herramienta permanente de liberación de las personas. En este sentido, subjetividad y pensamiento están relacionados en la justa medida en que el pensamiento crítico no reprime ni cercena la subjetividad humana sino que, al contrario, la libera. Y esa subjetividad, por su parte, se articula/equilibra con los procesos de racionalización que operan en la modernidad.

En suma, como hemos visto, no podemos hablar de pensamiento crítico, por un lado, separado (y en contraposición absoluta) de la conciencia del sujeto y de su expresión más genuina (la subjetividad). Hacer esta dicotomía no sólo representa un reduccionismo en la comprensión de la razón humana, sino que viene a abonar el camino oportunista y solapado de quienes insisten hoy por hoy en contraponer una cierta “inteligencia emocional” con una vilipendiada “inteligencia racional”. De este modo, moviéndonos en un péndulo que nubla la mirada y alimenta la subordinación del hombre a nuevas ilusiones de felicidad, no somos ni suficientemente reflexivos (porque eso parece que oculta o apaga las legítimas emociones humanas) ni somos auténticamente emocionales (porque eso opaca el pensamiento ilustrado y crítico). La verdad es que hemos vaciado el pensamiento de su carga de subjetividad, insistiendo majaderamente en la idea de pensamiento como sinónimo de la objetividad. Mala cosa esa, como los herederos del padre aquel que al leer el testamento se enteran que deben decidir entre quedarse con el metal afilado de la navaja o la noble madera que sostiene dicho metal. Ni unos ni otros podrán afeitarse más.   



2 comentarios: