Carolina Bustos S.
Para comenzar esta reflexión quiero partir desde una experiencia profesional. Durante 2 años trabajé como profesora en una escuela para alumnos y alumnas en riesgo social, localizada en una de las comunas más pudientes de la Región Metropolitana y del país. A esta escuela acudían jóvenes provenientes de distintas comunas de la región. La mayoría de estos estudiantes había sido expulsado de colegios que podríamos llamar ‘tradicionales’, ya sea del ámbito privado, subvencionado o municipal. Además, estos alumnos y alumnas venían con una carga muy potente, problemas de drogadicción, hogares disgregados, delincuencia, embarazo adolescente, violencia intrafamiliar, abandono, etc.
El colegio prontamente se transformó en un espacio de acogida, constituyéndose en un factor protector para estos jóvenes, protección que no encontraban ni en sus familias ni en la sociedad. En la escuela ninguno era mejor ni peor que otro, eran simplemente ellos, expresados en su forma de vestir, de hablar, de relacionarse, etc. Finalmente el colegio se cerró por el alto costo del proyecto, muchos alumnos y alumnas volvieron a las calles y no continuaron sus estudios.
De esta experiencia he podido concluir dos problemas que debería afrontar la escuela y que se relaciona directamente con la diversidad.
El primero de ellos, es que la escuela se ha transformado en una institución excluyente, es decir, que expulsa a todo aquel que no cumple con las reglas o normas establecidas por la autoridad (llámese reglamentos de disciplina, conducta, evaluación, convivencia, etc.); en este sentido, son muy pocos los colegios que ofrecen un espacio para que los alumnos y alumnas con problemas puedan desarrollarse. Este colegio cumplía con ese objetivo, sin embargo, esto llevó a que su imagen de colegio de calidad se deteriorara.
El segundo problema, es que existe una estigmatización sobre ciertos colegios que se categorizan como “especiales”, donde se reciben a alumnos o alumnas expulsados de otros establecimientos o que tienen ciertas diferencias o discapacidades. Sobre el colegio en cuestión, en mi experiencia profesional, existía una fuerte estigmatización desde los vecinos, que clamaban por el cierre del colegio. Sabíamos, incluso, que los profesores de otros colegios amenazaban a los alumnos y alumnas que si se portaban mal serían enviados a este colegio.
Vemos, en suma, que el sistema educativo chileno, entendido como un conjunto de actores e instituciones que cumplen la función de socialización, donde la escuela juega un rol fundamental, no es auténticamente integrador, al contrario, es marcadamente excluyente. Es decir, la educación formal obliga a los estudiantes (muy) diferentes a ser marginados de algunas escuelas, condenándolos a buscar nuevos espacios educativos, adecuados para ellos, como lo son los colegios especiales.
Desde esta óptica, la escuela reproduce un orden social injusto, que privilegia la homogenización de los alumnos y alumnas, tratando de eliminar los rastros de diferencia, estigmatizándolos para que sean recluidos en lugares especiales.
Lamentablemente, la escuela común pone el acento en otros problemas, tales como los contenidos, la infraestructura, la implementación de la JEC, los recursos didácticos, las planificaciones de los profesores, etc. Desde esta óptica el énfasis de los problemas educativos está puesto en asuntos meramente técnicos que no contribuyen a la aceptación de la diversidad.
Los problemas que enfrenta la escuela en la actualidad son de diversa naturaleza, sin embargo, el foco desde donde se mire para solucionarlos va a depender del paradigma desde donde se mire o “desde la posición que tenga el sujeto”. Generalmente, la posición del sujeto que observa es desde la exterioridad o, mejor dicho, desde la pretensión de objetividad, de neutralidad. Esta situación redunda en el hecho de que las soluciones que se buscan son sólo parches y no buscan solucionar los problemas de fondo.
Es necesario mirar la escuela desde un enfoque distinto, uno anti-conductista y constructivista, como el denominado hermenéutico-crítico. Este es un enfoque que rescata la subjetividad y la cultura de la gente, que implica una re-significación de esta institución educativa, permitiendo re-pensarla, colocando el acento en otras problemáticas como es, por ejemplo, transformarse en una institución democrática y democratizadora, donde se privilegie el diálogo como instancia/posibilidad del cambio. La re-significación de la escuela implica, a mi parecer, crear nuevos sentidos éticos, como lo puede ser una mayor tolerancia a la diversidad.
Bajo esta mirada hermenéutico-crítica la escuela se transformaría “en un espacio formativo privilegiado que tiene la posibilidad de socializar a las nuevas generaciones y de mantener viva la sociedad a la cual pertenece, emancipando simultáneamente las conciencias de los estudiantes y profesores.” (Bazán, 2008). De esta forma, la escuela no es sólo la institución que acumula la herencia cultural, sino que es el espacio privilegiado capaz de construir una sociedad mejor a través de lo que el citado autor denomina “la triada de la profesión pedagógica” que se cristaliza en tres momentos: la reflexión, la transformación y la emancipación.
Esta triada nos llevaría a ver los problemas de diversidad, ya no como problemas sino como oportunidades de integración en una realidad que debe aceptarse como tal, así los colegios no serían instituciones excluyentes ni tampoco se necesitarían escuelas especiales para determinado tipo de estudiante ya que todos seríamos capaces de compartir un mismo espacio.
Referencias:
- Bazán, D. El Oficio del Pedagogo, Rosario, Homosapiens, 2008.
- Molina, F. Contexto y marco del multiculturalismo. En Sociología de la Educación Intercultural: Vías alternativas de investigación y debate. Buenos Aires- México, Universidad Lleida/ Grupo Editorial Lumen Humanitas, 2002.
- Skliar, C. Juzgar la normalidad, no la anormalidad. Políticas y falta de políticas en relación a las diferencias en educación. En Paulo Freire. Revista de Pedagogía Crítica, Nº 3, Santiago, UAHC, 2005.
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