Diego Villada Osorio
Doctor en Educación. Profesor
Titular Universidad de Caldas, Manizales, Colombia
Desarrollo humano es el conjunto
de relaciones integrativas, integrales y holísticas que, de manera natural,
acompañan la transformación del ser humano, se organizan en diferentes
dimensiones que actúan de manera dinámica y dialéctica a favor y en provecho de
la calidad de vida humana, evolución, adaptación y progreso. Con respecto al
desempeño en el campo de la productividad, el desarrollo humano se convierte en
el elemento central para la comprensión y aplicación en el mundo de las
competencias.
Lo anterior nos debe llevar a
pensar que para poder definir una teoría propia de las competencias y su
aplicabilidad en nuestro medio, es necesario su fundamentación desde el
desarrollo humano, pensamiento latinoamericano, contexto socio-cultural propio y
la inmersión en el mundo de la globalización y en la economía neoliberal.
La relación desarrollo humano y la
productividad en la formación por competencias, debe estar permeada por la
multiplicidad de factores que comprometen de manera compleja su dinámica,
valoración y organización en materia curricular, pedagógica, evaluativa y
educativa.
La relación desarrollo humano y formación, está mediada por
la presencia de la pedagogía. En este sentido, partimos de la idea de que el
ser humano está en permanente construcción y que la pedagogía se ocupa de la
reflexión de dicha transformación, siempre y cuando se considere como formación
asistida.
El ser humano es histórico y contextuado, dado que ocupa un
lugar en la sociedad y es sujeto de transformación permanente. En este
contexto, el desarrollo humano, se presenta como un proceso de construcción de
las capacidades y potencialidades de las personas, tanto en lo individual como en
lo colectivo. La formación se vislumbra en la experiencia vital, ocupándose
permanentemente del desarrollo humano, a través de la transformación cognitiva
en cada una y en todas sus dimensiones.
En cuanto a la formación para la productividad, es claro que
el accionar está dado por el aprendizaje de unas competencias generales y
específicas, que permitan que los potenciales del desarrollo humano se vean
alcanzados, especialmente para que el ser humano sea más persona. Pero, es
claro que las demandas actuales dadas por la globalización y la economía
neoliberal exigen en la formación universitaria no sólo profesionales de alto
desempeño, sino personas para la alta productividad e infortunadamente para la superespecialización. Es en el trabajo y
en la productividad donde se reflejan de manera potencial y real los efectos
formativos en la educación.
Trabajo es toda labor que los seres humanos realizamos
conducente a generar productividad. En el trabajo no sólo está implicado el
acto mismo o el proceso que conduce a la productividad, sino que existe un
despliegue importante en la condición humana; de allí que lo que está en juego
de manera significativa, son los alcances o desarrollos logrados como seres
humanos.
Con mucha frecuencia se escucha decir que “trabajo hay
mucho, pero empleo muy poco”. Precisamente, esta reflexión nos permite entender
que la productividad juega un papel definitivo en la relación ser humano y
trabajo, y que, cuando se compromete en ella la remuneración, deja de serlo
para convertirse en empleo. Nos damos cuenta, entonces, de que la concepción preponderante
en nuestra cultura sobre el trabajo está supeditada por la noción de empleo,
así, este último sea rentable o no. Esta es la razón por la cual en las
organizaciones encontramos personas que ostentan muy buenos empleos, con buena
remuneración, pero con bajos niveles de productividad. Lo contrario también
sucede con mucha frecuencia.
Cuando la productividad va de la mano del desarrollo humano,
el concepto de empleo pasa a un segundo plano y entran a jugar un papel
importante aspectos referidos a la ecología emocional. La autotelia y el
compromiso organizacional se ubican por encima de todo requerimiento productivo,
laboral y del empleo para transformarse en compromiso con el rol que se
desempeña o con las funciones asignadas. En este caso, se supera la condición
del empleo para ubicarse en el plano de la productividad calificada y
comprometida:
“Desde el principio de los tiempos, las civilizaciones han creado
estructuras, en gran parte, alrededor del concepto trabajo desde el hombre
cazador y recolector del paleolítico y el agricultor sedentario del neolítico
hasta el artesano del Medievo y el trabajador de cadena de producción de
nuestros tiempos, el trabajo ha sido una parte esencial e integral de nuestra
existencia cotidiana. En la actualidad por primera vez, el trabajo humano esta
siendo paulatina y sistemáticamente eliminado del proceso de producción. En
menos de un siglo, el trabajo masivo en los sectores de consumo quedará
probablemente muy reducido en casi todas las naciones industrializadas. Una
nueva generación de sofisticadas técnicas de las comunicaciones y de la
información irrumpen en una amplia variedad de puestos de trabajo. Las máquinas
inteligentes están sustituyendo poco a poco, a los seres humanos en todo tipo
de tareas, forzando a millones de trabajadores de producción y de
administración a formar parte del mundo de los desempleados, o peor aún, a
vivir en la miseria” Rifkin (2004)[1].
Se puede notar cómo la dependencia entre productividad y
trabajo ha sido mutua. Pero nos hemos visto afectados, de manera notable, por
el compromiso que ha tenido con dicha dependencia, por el factor económico que hemos
denominado empleo. Es el desempleo el que está generando en la actualidad
transformaciones importantes en las formas de vida de los pueblos.
Vale la pena preguntarnos, ¿cuál es la razón o razones que
nos han llevado a tan grande transformación en la productividad que ha generado
dificultades en el empleo? La razón salta a la vista: el progreso. Nos damos
cuenta entonces de que el desarrollo tecnológico, la transformación vertiginosa
de los medios masivos de comunicación, la globalización, la economía neoliberal
y la economía global se han puesto por encima de las condiciones del ser humano.
Dicho de otra manera, el progreso generó grandes cambios en las formas de vida
y en nuestro hábitat, pero se olvidó de que los desarrollos en el ser humano son
lentos e implican cambios profundos.
Los seres humanos necesitan de tiempo y de procesos
adaptativos, de que sus desarrollos se ajusten de manera coordinada y armónica
a todo lo que está sucediendo. En esta gran dificultad que vamos teniendo con
la relación productividad, trabajo y empleo, como ya se notó, los seres humanos
somos los que llevamos la peor parte:
“Seguridad y riesgo se unen en un juego de equilibrios en el
cual la persona que confía tiene sentimientos de seguridad en sí mismo y en sus
propios recursos, y por este motivo es capaz de confiar en otro ser humano. A
pesar de ser consciente de que al ceder el control corre un riesgo, está
dispuesta a hacerlo porque cree en el compromiso del otro y en el suyo propio”.
Soler y Mercè Conangla (2003)[2].
Esto quiere decir que lo que representa de manera importante
la transformación que vivimos ha afectado notablemente nuestra confianza. Se
nota, entonces, que existe fragilidad en nuestra estructura personal y que se
requieren procesos formativos más profundos, que no sólo ahonden en la
resiliencia, sino en la estructura humana y en la personalidad.
El desarrollo humano, visto desde la psicología cultural,
nos pone en los límites de los procesos cognitivos, que son los que
prácticamente están en juego hoy que nos sentimos tan afectados. Una persona
afectada difícilmente logra altos niveles de competitividad. Está menguada, se
hace débil, se siente impotente y su desempeño está alterado. Dicho de otra
manera, su estructura y dinámica humana se encuentran en riesgo. Los seres
humanos somos frágiles ante la adversidad, pero también somos resilientes ante
las presiones y los cambios que operan en el mundo; esto nos hace seres humanos
adaptativos. Entonces, el camino y los esfuerzos adaptativos deben ser más
fuertes en la consecución de estrategias humanas para la transformación y para
vivir en la incertidumbre y en el cambio permanente. La tarea de los procesos
formativos debe estar más comprometida con una fuerza orientadora y
transformadora para las condiciones actuales.
Los procesos cognitivos que están en juego en el mundo
laboral hoy, dadas las circunstancias, comprometen nuestras formas de pensar, nuestros
afectos, sentimientos, dinámica y estructura moral, relaciones sociales y conocimientos.
El trabajo, la productividad y el empleo están supeditados a niveles
importantes de exigencia en lo humano. Las competencias se evidencian
precisamente en las organizaciones como niveles importantes de transformación
en el desempeño y en la satisfacción de las expectativas que se tienen frente a
las personas. Las organizaciones las hacen las personas y conforme a su nivel
de desarrollo humano, éstas serán exitosas o por el contrario condenadas al
fracaso.
A medida que las personas logran niveles importantes en su
desarrollo humano, el empleo, trabajo y productividad se verán afectados
positivamente. Es claro que el desarrollo humano no termina su proceso de
transformación en las personas, también se ve reflejado en o desde la cultura. Esto
opera como el benchmarking, que se trata del “proceso sistemático y continuo
para evaluar los productos, servicios y procesos de trabajo de las
organizaciones que son reconocidas como representantes de las mejores
prácticas, con el propósito de realizar mejoras en las organizaciones”,
Spendolini (1995)[3]. De allí
que el mejor “referente comparativo” en el desarrollo organizacional son las
personas y en el caso de las personas, su mejor referente será también las
personas. Pero, debe quedar claro que no puede ser el desempeño específico o
superespecializado el referente valorativo. Estamos hablando de personas
íntegramente desempeñadas o formadas.
Con relación al trabajo y el desarrollo humano, debemos
decir que los factores intrínsecos que hemos comentado, condicionan fuertemente
las capacidades humanas. Pero también existen factores extrínsecos, que son los
que están presionando con gran fuerza dicha relación. No es extraño para
nosotros que los compromisos que ayer teníamos con el trabajo, hoy ya no son
los mismos. Las transformaciones las hemos visto llegar en las labores,
funciones, procesos, roles y responsabilidades de otros niveles y en otros órdenes.
Como ya se comentó, globalización, economía neoliberal, revolución de las
fuerzas productivas, transculturización y economía global han determinado en
gran medida qué tipo de trabajos debemos realizar y, por ende, qué tipo de
personas se necesitan para cumplir los nuevos trabajos. Hoy somos los nuevos
trabajadores de la globalización.
A parte de lo anterior, estamos viviendo un fenómeno que
contribuye a complejizar la relación que los seres humanos tenemos con el
trabajo. Estamos hablando de los fenómenos migratorios que vivimos en la
actualidad. No es un secreto para nosotros nuestro intrínseco nomadismo y que
las condiciones propias del desarrollo, progreso y tecnología nos convirtieron,
en la modernidad, en personas sedentarias. Además, el sedentarismo nos enfermó
e, igualmente, hoy nos transforma y nos mengua en nuestra capacidad de lucha, trabajo
y adaptación.
Grandes éxodos de personas se trasladan de sus lugares de
origen a otros, a intentar encontrar mejores niveles de vida, oportunidades y
sobrevivencia. Este fenómeno migratorio humano implica condiciones sociales y
culturales complejas, difíciles y amenazantes para todos los implicados. Hoy
existen reclamos desde diferentes ámbitos, que buscan importantes soluciones
para tan delicada situación pues, “para que la globalización funcione
necesitamos un sistema económico internacional que equilibre mejor el bienestar
de los países desarrollados y de los países en vías de desarrollo, un nuevo contrato social global entre los
países más y menos desarrollados” Stiglitz (2006)[4].
Precisamente, se requieren otros niveles de desarrollo de los seres humanos en
el orden social, personal y cultural; se requieren otras oportunidades y otras
posibilidades. Esto quiere decir que no es suficiente con trabajar bien y de
manera competente, también debemos adaptarnos a las nuevas condiciones que nos
demanda el mundo hoy.
Es indudable que el trabajo y la productividad comprometen
de manera profunda la capacidad del ser humano. Es en su desempeño en donde
podemos identificar los alcances de dichas capacidades pero, también es claro,
que lo que está en juego son los desarrollos humanos que se han podido perfilar
y sostener, tanto en las esferas cognitivas situadas, referenciales y
extendidas. En el profesional, debe existir una permanente transformación para
que se pueda responder de manera satisfactoria a las transformaciones que hoy
vivimos. En suma, el trabajador necesita más desarrollo humano.
[1] Rifkin, Jeremy. El fin del trabajo. Nuevas tecnología contra
puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era. Barcelona: Paidós
Estado y Sociedad. 2004. Página 23.
[2] Soler, Jaume & Mercè
Conangla, M. La ecología emocional. El
arte de transformar positivamente las emociones. Más allá de la inteligencia
emocional. Barcelona: Editorial Amat. 2003. Página 252.
[3]
Spendolini, Michael J. Benchmarking.
Colombia: Editorial Norma. 1995. Página 39.
[4] Stiglitz Joseph E. Cómo hacer que funcione la globalización.
Colombia: Editorial Taurus Pensamiento. 2006. Página 358.
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