14 de mayo de 2012

Desarrollo humano y productividad en la formación por competencias


Diego Villada Osorio
Doctor en Educación. Profesor Titular Universidad de Caldas, Manizales, Colombia




Desarrollo humano es el conjunto de relaciones integrativas, integrales y holísticas que, de manera natural, acompañan la transformación del ser humano, se organizan en diferentes dimensiones que actúan de manera dinámica y dialéctica a favor y en provecho de la calidad de vida humana, evolución, adaptación y progreso. Con respecto al desempeño en el campo de la productividad, el desarrollo humano se convierte en el elemento central para la comprensión y aplicación en el mundo de las competencias.

Lo anterior nos debe llevar a pensar que para poder definir una teoría propia de las competencias y su aplicabilidad en nuestro medio, es necesario su fundamentación desde el desarrollo humano, pensamiento latinoamericano, contexto socio-cultural propio y la inmersión en el mundo de la globalización y en la economía neoliberal.

La relación desarrollo humano y la productividad en la formación por competencias, debe estar permeada por la multiplicidad de factores que comprometen de manera compleja su dinámica, valoración y organización en materia curricular, pedagógica, evaluativa y educativa.

La relación desarrollo humano y formación, está mediada por la presencia de la pedagogía. En este sentido, partimos de la idea de que el ser humano está en permanente construcción y que la pedagogía se ocupa de la reflexión de dicha transformación, siempre y cuando se considere como formación asistida.

El ser humano es histórico y contextuado, dado que ocupa un lugar en la sociedad y es sujeto de transformación permanente. En este contexto, el desarrollo humano, se presenta como un proceso de construcción de las capacidades y potencialidades de las personas, tanto en lo individual como en lo colectivo. La formación se vislumbra en la experiencia vital, ocupándose permanentemente del desarrollo humano, a través de la transformación cognitiva en cada una y en todas sus dimensiones.

En cuanto a la formación para la productividad, es claro que el accionar está dado por el aprendizaje de unas competencias generales y específicas, que permitan que los potenciales del desarrollo humano se vean alcanzados, especialmente para que el ser humano sea más persona. Pero, es claro que las demandas actuales dadas por la globalización y la economía neoliberal exigen en la formación universitaria no sólo profesionales de alto desempeño, sino personas para la alta productividad e infortunadamente para la superespecialización. Es en el trabajo y en la productividad donde se reflejan de manera potencial y real los efectos formativos en la educación.

Trabajo es toda labor que los seres humanos realizamos conducente a generar productividad. En el trabajo no sólo está implicado el acto mismo o el proceso que conduce a la productividad, sino que existe un despliegue importante en la condición humana; de allí que lo que está en juego de manera significativa, son los alcances o desarrollos logrados como seres humanos.



Con mucha frecuencia se escucha decir que “trabajo hay mucho, pero empleo muy poco”. Precisamente, esta reflexión nos permite entender que la productividad juega un papel definitivo en la relación ser humano y trabajo, y que, cuando se compromete en ella la remuneración, deja de serlo para convertirse en empleo. Nos damos cuenta, entonces, de que la concepción preponderante en nuestra cultura sobre el trabajo está supeditada por la noción de empleo, así, este último sea rentable o no. Esta es la razón por la cual en las organizaciones encontramos personas que ostentan muy buenos empleos, con buena remuneración, pero con bajos niveles de productividad. Lo contrario también sucede con mucha frecuencia.

Cuando la productividad va de la mano del desarrollo humano, el concepto de empleo pasa a un segundo plano y entran a jugar un papel importante aspectos referidos a la ecología emocional. La autotelia y el compromiso organizacional se ubican por encima de todo requerimiento productivo, laboral y del empleo para transformarse en compromiso con el rol que se desempeña o con las funciones asignadas. En este caso, se supera la condición del empleo para ubicarse en el plano de la productividad calificada y comprometida:

“Desde el principio de los tiempos, las civilizaciones han creado estructuras, en gran parte, alrededor del concepto trabajo desde el hombre cazador y recolector del paleolítico y el agricultor sedentario del neolítico hasta el artesano del Medievo y el trabajador de cadena de producción de nuestros tiempos, el trabajo ha sido una parte esencial e integral de nuestra existencia cotidiana. En la actualidad por primera vez, el trabajo humano esta siendo paulatina y sistemáticamente eliminado del proceso de producción. En menos de un siglo, el trabajo masivo en los sectores de consumo quedará probablemente muy reducido en casi todas las naciones industrializadas. Una nueva generación de sofisticadas técnicas de las comunicaciones y de la información irrumpen en una amplia variedad de puestos de trabajo. Las máquinas inteligentes están sustituyendo poco a poco, a los seres humanos en todo tipo de tareas, forzando a millones de trabajadores de producción y de administración a formar parte del mundo de los desempleados, o peor aún, a vivir en la miseria” Rifkin (2004)[1].

Se puede notar cómo la dependencia entre productividad y trabajo ha sido mutua. Pero nos hemos visto afectados, de manera notable, por el compromiso que ha tenido con dicha dependencia, por el factor económico que hemos denominado empleo. Es el desempleo el que está generando en la actualidad transformaciones importantes en las formas de vida de los pueblos.


Vale la pena preguntarnos, ¿cuál es la razón o razones que nos han llevado a tan grande transformación en la productividad que ha generado dificultades en el empleo? La razón salta a la vista: el progreso. Nos damos cuenta entonces de que el desarrollo tecnológico, la transformación vertiginosa de los medios masivos de comunicación, la globalización, la economía neoliberal y la economía global se han puesto por encima de las condiciones del ser humano. Dicho de otra manera, el progreso generó grandes cambios en las formas de vida y en nuestro hábitat, pero se olvidó de que los desarrollos en el ser humano son lentos e implican cambios profundos.

Los seres humanos necesitan de tiempo y de procesos adaptativos, de que sus desarrollos se ajusten de manera coordinada y armónica a todo lo que está sucediendo. En esta gran dificultad que vamos teniendo con la relación productividad, trabajo y empleo, como ya se notó, los seres humanos somos los que llevamos la peor parte:

“Seguridad y riesgo se unen en un juego de equilibrios en el cual la persona que confía tiene sentimientos de seguridad en sí mismo y en sus propios recursos, y por este motivo es capaz de confiar en otro ser humano. A pesar de ser consciente de que al ceder el control corre un riesgo, está dispuesta a hacerlo porque cree en el compromiso del otro y en el suyo propio”. Soler y Mercè Conangla (2003)[2].

Esto quiere decir que lo que representa de manera importante la transformación que vivimos ha afectado notablemente nuestra confianza. Se nota, entonces, que existe fragilidad en nuestra estructura personal y que se requieren procesos formativos más profundos, que no sólo ahonden en la resiliencia, sino en la estructura humana y en la personalidad.


El desarrollo humano, visto desde la psicología cultural, nos pone en los límites de los procesos cognitivos, que son los que prácticamente están en juego hoy que nos sentimos tan afectados. Una persona afectada difícilmente logra altos niveles de competitividad. Está menguada, se hace débil, se siente impotente y su desempeño está alterado. Dicho de otra manera, su estructura y dinámica humana se encuentran en riesgo. Los seres humanos somos frágiles ante la adversidad, pero también somos resilientes ante las presiones y los cambios que operan en el mundo; esto nos hace seres humanos adaptativos. Entonces, el camino y los esfuerzos adaptativos deben ser más fuertes en la consecución de estrategias humanas para la transformación y para vivir en la incertidumbre y en el cambio permanente. La tarea de los procesos formativos debe estar más comprometida con una fuerza orientadora y transformadora para las condiciones actuales.

Los procesos cognitivos que están en juego en el mundo laboral hoy, dadas las circunstancias, comprometen nuestras formas de pensar, nuestros afectos, sentimientos, dinámica y estructura moral, relaciones sociales y conocimientos. El trabajo, la productividad y el empleo están supeditados a niveles importantes de exigencia en lo humano. Las competencias se evidencian precisamente en las organizaciones como niveles importantes de transformación en el desempeño y en la satisfacción de las expectativas que se tienen frente a las personas. Las organizaciones las hacen las personas y conforme a su nivel de desarrollo humano, éstas serán exitosas o por el contrario condenadas al fracaso.

A medida que las personas logran niveles importantes en su desarrollo humano, el empleo, trabajo y productividad se verán afectados positivamente. Es claro que el desarrollo humano no termina su proceso de transformación en las personas, también se ve reflejado en o desde la cultura. Esto opera como el benchmarking, que se trata del “proceso sistemático y continuo para evaluar los productos, servicios y procesos de trabajo de las organizaciones que son reconocidas como representantes de las mejores prácticas, con el propósito de realizar mejoras en las organizaciones”, Spendolini (1995)[3]. De allí que el mejor “referente comparativo” en el desarrollo organizacional son las personas y en el caso de las personas, su mejor referente será también las personas. Pero, debe quedar claro que no puede ser el desempeño específico o superespecializado el referente valorativo. Estamos hablando de personas íntegramente desempeñadas o formadas.

Con relación al trabajo y el desarrollo humano, debemos decir que los factores intrínsecos que hemos comentado, condicionan fuertemente las capacidades humanas. Pero también existen factores extrínsecos, que son los que están presionando con gran fuerza dicha relación. No es extraño para nosotros que los compromisos que ayer teníamos con el trabajo, hoy ya no son los mismos. Las transformaciones las hemos visto llegar en las labores, funciones, procesos, roles y responsabilidades de otros niveles y en otros órdenes. Como ya se comentó, globalización, economía neoliberal, revolución de las fuerzas productivas, transculturización y economía global han determinado en gran medida qué tipo de trabajos debemos realizar y, por ende, qué tipo de personas se necesitan para cumplir los nuevos trabajos. Hoy somos los nuevos trabajadores de la globalización.

A parte de lo anterior, estamos viviendo un fenómeno que contribuye a complejizar la relación que los seres humanos tenemos con el trabajo. Estamos hablando de los fenómenos migratorios que vivimos en la actualidad. No es un secreto para nosotros nuestro intrínseco nomadismo y que las condiciones propias del desarrollo, progreso y tecnología nos convirtieron, en la modernidad, en personas sedentarias. Además, el sedentarismo nos enfermó e, igualmente, hoy nos transforma y nos  mengua en nuestra capacidad de lucha, trabajo y adaptación.
 

Grandes éxodos de personas se trasladan de sus lugares de origen a otros, a intentar encontrar mejores niveles de vida, oportunidades y sobrevivencia. Este fenómeno migratorio humano implica condiciones sociales y culturales complejas, difíciles y amenazantes para todos los implicados. Hoy existen reclamos desde diferentes ámbitos, que buscan importantes soluciones para tan delicada situación pues, “para que la globalización funcione necesitamos un sistema económico internacional que equilibre mejor el bienestar de los países desarrollados y de los países en vías de desarrollo, un nuevo contrato social global entre los países más y menos desarrollados” Stiglitz (2006)[4]. Precisamente, se requieren otros niveles de desarrollo de los seres humanos en el orden social, personal y cultural; se requieren otras oportunidades y otras posibilidades. Esto quiere decir que no es suficiente con trabajar bien y de manera competente, también debemos adaptarnos a las nuevas condiciones que nos demanda el mundo hoy.

Es indudable que el trabajo y la productividad comprometen de manera profunda la capacidad del ser humano. Es en su desempeño en donde podemos identificar los alcances de dichas capacidades pero, también es claro, que lo que está en juego son los desarrollos humanos que se han podido perfilar y sostener, tanto en las esferas cognitivas situadas, referenciales y extendidas. En el profesional, debe existir una permanente transformación para que se pueda responder de manera satisfactoria a las transformaciones que hoy vivimos. En suma, el trabajador necesita más desarrollo humano.



[1] Rifkin, Jeremy. El fin del trabajo. Nuevas tecnología contra puestos de trabajo: el nacimiento de una nueva era. Barcelona: Paidós Estado y Sociedad. 2004. Página 23.
[2] Soler, Jaume & Mercè Conangla, M. La ecología emocional. El arte de transformar positivamente las emociones. Más allá de la inteligencia emocional. Barcelona: Editorial Amat. 2003. Página 252.
[3]  Spendolini, Michael J. Benchmarking. Colombia: Editorial Norma. 1995. Página 39.
[4] Stiglitz Joseph E. Cómo hacer que funcione la globalización. Colombia: Editorial Taurus Pensamiento. 2006. Página 358.

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