Miguel Grinberg
Periodista y humanista argentino
Cuatro décadas atrás, la UNESCO (Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) promovía el concepto de "educación permanente", en base a una nueva concepción del acto de ser humano y apuntaba al desarrollo total de la persona, a la par del logro genuino de la libertad y la democracia. Ahora, ya inmersos en los desafíos de un nuevo siglo, se nos presenta la posibilidad de ir más lejos: ayer se trataba de aprender a ser, hoy se trata de aprender a convertirnos en co-creadores del universo futuro.
El contenido, la trascendencia y las implicaciones de la educación permanente se basaban -a finales de la pasada década de los ’60- en una idea surgida del seno de la educación de adultos, más en contacto con la realidad social y económica de la vida cotidiana, que con los esquemas abstractos de las tareas académicas. René Maheu, ex director general de la UNESCO, explicaba que su origen real estaba en medios externos al sistema escolar tradicional y al quehacer universitario estructurado. Velozmente, el concepto pedagógico se amplió. Ya no se trataba apenas de "educar" a una gran cantidad de adultos desprovistos de recursos y oportunidades. Ante una multitud de jóvenes y niños descolocados mental y materialmente por la acelerada evolución de los medios de comunicación masiva y las herramientas electrónicas, surgía la necesidad de convertir al "rito educador" en una preparación para la vida. Aquel funcionario pionero sostenía que "la juventud estudiante acusa progresivamente una sensación de vivir en un mundo irreal o simplemente semi-real, de sueños, de evasión, de timidez y de pudor ante la acción".
En nuestros países, ese desafío
transformacional no llegó a decolar visionariamente. Por un lado, debido al torbellino retrógrado de gobiernos
dictatoriales; y, por otro, a crisis económicas recurrentes que iban
postergando decisiones estructurales en el ámbito educativo oficial. La
innovación se atascó y quedó confinada en pequeños reductos donde algunos
pedagogos lograban crear espacios de invención y esclarecimiento, tal como
ocurrió en Brasil con figuras como Paulo Freire y Lauro de Oliveira Lima, cuyos
principios se diseminaron ampliamente no sólo por América Latina sino también
por África y Asia.
Entretanto, como consignaba el profesor Maheu, crecía el número de arrinconados, de víctimas totales y parciales de la dura necesidad de una evolución acelerada, no sólo entre adultos de 35 a 45 años (o aún mayores) que no lograban seguir el ritmo del progreso intelectual, sino entre una multitud de adolescentes perdidos en el vértigo de un mundo donde no lograban discernir el lugar que podía corresponderles en sus sociedades, casi siempre deformadas por la frustración colectiva. Hasta que la mutación constante del planeta se aceleró más y más, y llegamos a una circunstancia crucial donde a lo "permanente" se vuelve necesario sumarle lo "proyectivo", la invención de nuevas circunstancias educativas y de nuevas metas evolutivas. Es un tiempo de holo-pedagogía.
La Holo-Pedagogía
El
término griego holos significa "entero". Toda pedagogía avanzada considera
que el estudiante no es un recipiente para llenar sino una lámpara para
encender. De allí que la
Holo-Pedagogía se proponga como una dinámica esclarecedora
mediante la cual el "aprendizaje" deja de ser domesticación de seres
indóciles, para insertarlos en rígidas estructuras pre-existentes. En cambio,
se convierte en un ejercicio permanente centrado en la localización y la
expansión de los dones naturales de ese microcosmos inédito que es cada niño, y
cada adulto que no ha renunciado a su "niño interior". Todo ello,
dentro de una realidad social donde la primera certidumbre es que el siglo 20
terminó, irreversiblemente.
No atravesamos una crisis ni una coyuntura. Estamos en el final completo de una época, culminación rotunda de una concepción hiper-materialista del mundo. Ello preanuncia un sendero distinto para la humanidad: será catastrófico, si nos quedamos en la posición de espectadores. Será revelador, si nos centramos en el diseño del porvenir, a la medida de las verdaderas necesidades evolutivas del ser humano.
Ni las quejas, ni los petitorios con millones de firmas, ni los manifiestos moralizantes, ni la furia vengativa podrán alterar un ápice las ceremonias caníbales que padecemos día a día en las metrópolis del planeta. Los negocios de este mundo no están regidos por la ética y, al mismo tiempo, todo lo que sucede patológicamente es efecto de causas anidadas en el pasado. No habrá un siglo 21 relevador y elevador, si no protagonizamos una profunda transformación holista. Ello no consiste en un rito esotérico de gente saciada, sino que equivale a una suprema expansión del espíritu.
Se trata de una triple artesanía pedagógica enfocada en la conciencia, el entorno natural y social, y el universo. La propia naturaleza humana, o "cosmos interno", es un universo particular necesitado de expansión en si mismo y de una proyección ilimitada que convierta la tradicional ecuación dentro-fuera en un contexto simbiótico, donde ser, estar, saber y tener se armonicen permitiendo que el individuo evolucione de modo integrado. Al mismo tiempo, el cosmos "externo" no es algo "allá afuera": está en nosotros como los colores de cualquier paisaje que observemos. La holo-pedagogía se ocupa de la construcción de la existencia sin sacrificar las esencias. Es algo ajeno al ritual consumista de símbolos, bibliografías, pósters, menús y proclamas.
Cualquier célula de nuestro cuerpo no
se plantea disyuntivas de participación con el resto del organismo: es
cabalmente un segmento de un contexto integrado. Mientras cada cual, en esta
sociedad trastornada a la cual pertenecemos, sea un paquete de fragmentos
antagonizantes, no lograremos construir una comunidad "afable",
solidaria, expansiva.
Nosotros, como células de la Humanidad, podemos lograr ciertas mejoras mediante prácticas espirituales o psicológicas, pero el mundo con sus dramas y tragedias actúa como factor perturbador. Podemos construir situaciones de éxtasis personal, pero todavía no sabemos cómo proyectar esas energías hacia nuestros congéneres y el resto del globo.
El Séxtuple Desafío
Las
doctrinas pedagógicas antiguas o nuevas que circulan por el panorama
contemporáneo necesitan clarificarse en seis planos del conocimiento:
Ø
la relación persona-planeta,
Ø
la inserción individual en el
proceso evolutivo global,
Ø
el logro de la felicidad,
Ø
el trabajo por la justicia
social,
Ø
la mutación consciente de nuestro
carácter,
Ø
la creación de una sociedad plena
de alternativas.
No se trata de cambiar un dogma conocido o desgastado por otro más espectacular y confortable. Y mucho menos de violentar nuestra naturaleza sujetándola a limitaciones rituales, revoluciones abstractas o devoluciones infecundas. El aprendizaje holista, como arte de vivir en paz con nosotros mismos, los demás y el planeta, propone una exploración del espacio "interior", la localización allí de lo que llamamos "exterior", y la fusión de esos planos ilusorios en una Tensión Generadora. Librada de autoritarismos ideológicos y estereotipos caducos.
El "alumno" no repite meramente las consignas de un "profesor", sino que aprende a confiar en su capacidad individual de conducción, sin mimetizarse según el mandato de una clase social o una doctrina. Procura así una dirección participante, un sendero dinamizador, una convivencia inventiva. La comunicación/comunión del trabajo individual y grupal permite el acceso a lo que uno ya sabe pero no conoce, activando energías fundamentales en esta nueva etapa de la humanidad. Entonces, sólo entonces, comienza a emanar una significación trascendente, irreversible.
Es preciso incentivar la imaginación, que es el umbral del conocimiento intuitivo: "el asunto de no batallar más" contra los espectros de un mundo agónico. Ya se lo llame abrirse o despertar o desbordarse, se trata de zafar del sinfín de servidumbres que nos asfixian.
La UNESCO
ha advertido que se pueden hacer los planes más fantásticos, los más
maravillosos análisis sobre el papel, se puede tener un mecanismo
administrativo muy perfeccionado, pero de hecho la educación es una relación
humana, un contacto entre personas en el que una de ellas, llamada educador,
desempeña un papel de promotor, indispensable, esencial, central. Cuando se
habla de "educación permanente", también resulta preciso plantear el
problema de quiénes serán los "educadores". Maheu decía: "Creo que
lo que se aprende mejor es lo que se aprende por sí solo, lo que mejor se
asimila es lo que se adquiere por sí mismo. La educación permanente fomenta la
capacidad de educarse a sí mismo. Claro que en ella existe el educador, pero es
un animador, un estimulador, que facilita el proceso interno del sujeto".
Quienes estamos entregados al significado generativo de la planetización humana (completamente diferenciado de la globalización financiera y de la mundialización política), también llamada hominización por pensadores tan dispares como Pierre Teilhard de Chardin o Edgar Morin, y dedicados también a la siembra de fusiones fraternas, debemos abstenernos de ser "ecos" de lo que agoniza. Ser cabalmente holista no es otra cosa que ponerse al servicio de la Creación, con todos sus ocasos y renacimientos. En el día a día de una hermandad sin miedo, y plena de visión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario