13 de marzo de 2011

Las innovaciones en educación: ¿de qué se trata para oponerme?


Domingo Bazán & Violeta Vargas

La sensación de inestabilidad e incertidumbre que tiñe la sociedad actual ha confabulado, junto a otros procesos sociales, para instalar  el tema de la innovación como uno de los nudos centrales del desarrollo social. En el campo de las instituciones educativas el abordaje realizado por los estudiosos ha destacado la singular contradicción que viven los miembros de la comunidad educativa frente a una "alarma de innovación".

En efecto, dentro del discurso pedagógico la idea de desarrollar y aplicar la creatividad para resolver problemas o enfrentar situaciones nuevas constituye prácticamente una obviedad. Sería una irreverencia mayor sostener que la innovación es un mal o un rasgo humano indeseable, de ahí que hoy en día podamos afirmar -con inmoderado entusiasmo-  que la "innovación comienza por casa" o que la "letra con innovación entra". 

Sin embargo, la contradicción señalada viene dada por las múltiples caras que adoptan los frenos y resistencias al cambio en las instituciones que tímidamente anuncian un proceso de innovación en sus tareas formativas.

Si bien la innovación es un proceso positivo en cuanto al producto que se espera conseguir, trae consigo una serie de externalidades que remecen o modifican las pautas de comportamiento y el conjunto de símbolos de una institución. Ante esta expectativa de cambio sísmico, cada uno de los actores de la comunidad desarrolla creativamente una inimaginable capacidad para eludir o negarse a la innovación, afectando de paso el logro de los objetivos propuestos por la propia innovación (aquí se corrobora además la existencia de una creatividad diseñada para no cambiar las cosas).

Estar atentos a estas actitudes anti-innovación constituye un desafío de suma relevancia para una institución de educación superior que enfrenta procesos más o menos profundos de cambio en la formación de pedagogos. En este sentido, en el camino emprendido por las instituciones que han asumido la responsabilidad de generar al nuevo pedagogo para la reforma educacional chilena, se ha conocido, se conoce y -lamentablemente- se seguirá conociendo un alto número de signos que obstaculizan la marcha del proyecto de innovación. Las líneas siguientes buscan caracterizar algunas de tales actitudes anti-innovación con el propósito manifiesto de identificar y neutralizar su impacto en los desafíos planteados.

1.-El caso del innovador histórico: Este personaje tiene el mérito de haber formado parte de alguna innovación anterior, por lo general definitoria para el desarrollo organizacional, lo que se traduce en una negativa a aceptar nuevos procesos de cambio. Según esta tendencia, él ya ha innovado lo suficiente y no hay imperativo moral que lo haga desistir. Una de las vertientes de esta tendencia apunta a focalizar en los sujetos más jóvenes la responsabilidad de innovar en la actualidad.

2.-El caso del pseudo-innovador: En este caso, el personaje aludido se reconoce por su fuerte entusiasmo y apoyo al proceso de generación de la innovación. A él le corresponde generalmente elaborar la fundamentación de la propuesta innovadora y liderar inicialmente algunas tareas del proceso de cambio. Sin embargo, se caracteriza por una profunda incongruencia: todo a su alrededor cambia, menos él. Tiene serias dificultades para vivir la innovación como un camino de profundización e integración de la experiencia humana, proceso afectado por un cúmulo de variables que -una y otra vez- modifican las condiciones en que una innovación se realiza. Como se trata de un sujeto claramente autónomo y neuronado, el pseudo-innovador termina automarginándose y acusando al resto de "haber perdido el rumbo original".

3.-El caso del innovador rumoroso: De fondo, el innovador rumoroso tiene un miedo atroz al cambio, presiente que lo nuevo significa su ruina profesional o la pérdida irreparable de sus actuales privilegios. Para sobrevivir decide echar a andar un número no despreciable de rumores destinados a dar marco teórico a los actores anti-innovación. Su inteligencia se pone al servicio del rumor, en un verdadero acto de espionaje obtiene información parcializada y provisoria y la convierte en decisión definitiva. De su creatividad emana la idea de que la innovación va a dejar más de algún cesante, que la innovación pone en riesgo la estabilidad institucional, que el cambio se hace porque se privilegian unos pocos, que el proceso de innovación es mera especulación divagatoria y que finalmente el producto -si es que alguna se obtiene- está destinado a satisfacer demandas externas y no internas.

4.-El caso del innovador fatalista: En general, este personaje establece relaciones de defensa con el entorno, incluso en períodos de relativa estabilidad. Los psicólogos sociales dirían de él que vive desesperanza aprendida, es decir, se acostumbró a no esperar, a desconfiar después de uno o más fracasos en el tiempo, fracasos efectivamente vividos. La desconfianza se acrecienta, sin duda, cuando se trata de un período definido por la innovación de las prácticas pedagógicas. Aunque quisiera, no le resulta fácil acoger la invitación a participar pues se ve atado a la idea de que "no va a resultar". Para él los recursos económicos no están disponibles, las personas no son las adecuadas, no hay tiempo para dedicarse a pensar y producir, los alumnos no van en entender las ventajas del cambio, el Estado va a dejar a medio camino el proyecto, las máximas autoridades de la institución no apoyarán las iniciativas de cambio, etc. Probablemente, el innovador fatalista sea el caso más recurrente.

Es posible agregar otros personajes, por cierto, pero los cuatro señalados resultan bastante representativos del paisaje percibido en instituciones educativas en cambio. ¿Con cuál de ellos se identifica usted?. Si decide que ninguno lo representa, lo felicitamos, actitudes como la suya son imprescindibles. Es usted un innovador puro, forma parte de esa especie no extinguida de seres sacrificados y valientes que asumen responsablemente los procesos de innovación. La plasticidad, la capacidad de diálogo, la tolerancia a la incertidumbre y la aceptación del error, son sus principales fortalezas.

No es necesario que siempre haya sido un innovador puro, de hecho, las tareas emprendidas requieren de ex-rumorosos cuya capacidad de comunicación y persuasión puede ponerse al servicio de la difusión del proyecto. También son bienvenidos los ex-históricos, de quienes se valora su experticia y larga comprensión de las dificultades que arrastra consigo una innovación. Los ex-pseudo innovadores son requeridos para nutrir y retroalimentar el camino recorrido, bien sabemos que el salto hacia la innovación integral involucra tanto episodios de desperfilamiento como de aciertos (de hecho, la interacción de ambos momentos construye mejores innovaciones).

El aporte mayor puede provenir de los ex-fatalistas quienes -a partir de un esfuerzo significativo de aceptación y confianza- vayan comprendiendo gradualmente que la innovación es una oportunidad, la posibilidad esperanzadora y colectiva de transformar las actuales formas de hacer las cosas.

En suma, una conjunción de personajes como la sugerida (los pro-innovación y los "renovados") representa un desafío relevante para los animadores del cambio y tendría una meta simbólica graficada en la siguiente pregunta: ¿de qué se trata para aportar?.


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