Alberto Dentice B.
Arquitecto
1. Los espacios de la educación.
La siguiente reflexión se sitúa sobre la base de la observación natural del
medio educativo, en torno al desarrollo que éste adquiere cuando lo situamos sobre
la diversidad de espacios que comparecen más allá de las aulas o bibliotecas. En
este sentido, la detección de distintos espacios, ciertamente asociables al
proceso educativo, denota su evidente existencia y con propiedad podrían
señalarse como “espacios informales de educación”. Coexisten paralelos a aquellos,
por todos reconocidos y supuestamente apropiados para ésta, destinándolos en
exclusividad para su cometido, con plena confianza de su normal eficacia. Estos
espacios destinados irremisiblemente a la educación, provienen de una cierta tradición
formativa que adhiere a métodos disciplinarios que pretenden un orden reglado
de comportamiento: el fin es adiestrar a los educandos en el manejo de
actitudes y destrezas, previstas por una sociedad que ya ha dispuesto un “como
deben ser las cosas”, basado en paradigmas dogmáticos incuestionables.
La costumbre ha trascendido diferentes etapas históricas de la educación, en
especial en nuestro medio, donde el origen napoleónico del modelo de enseñanza
aún se aprecia claramente, pese a las sucesivas reformas educacionales. Es
conveniente decir que éstas se han hecho a tabla rasa y a nivel nacional, sobre
una supuesta igualdad de los individuos, como si el fenómeno se hiciera
efectivo por el solo espíritu de la ley.
El desconocimiento de las situaciones particulares, por parte de las
autoridades que han gobernado nuestra nación, han hecho que actúen
invariablemente sobre un patrón ideal que no se verifica en la realidad,
desatendiendo las legítimas diferencias personales o grupales que ésta impone, las
cuales no necesariamente implican desbalances sociales, pues, el agente de una genuina
diversidad puede multiplicar espontáneamente los factores culturales de un
pueblo.
En este contexto podemos seguir a Néstor García Canclini a partir de
“Imaginarios Urbanos”, donde trata de la diversidad cultural que presenta un
conglomerado urbano, la cual provendría de una heterogeneidad de fuentes y
múltiples desarrollos. El mismo García Canclini expone una decadencia del
Estado como rector de la educación actual, cediendo terreno al mercado y los
intereses personales o grupales, localizados en distintos sectores de la
sociedad, que han tomado cuerpo a propósito de la globalización. Manifiesta el
autor que Latinoamérica está sujeta a una intensa hibridación cultural,
asociada al modelo neoliberal globalizante. También menciona los cambios en
materia de comunicación vía tecnológica, señalando entre otros las referidas al
ámbito científico.
Respecto de la hibridación cultural, destaca el carácter “neo colonialista”
que adquieren los medios al ser gobernados por pocas manos y la consecuente
manipulación que se hace de ellos; sin embargo, agrega que la hibridación
cultural presente en nuestro medio genera una suerte de resistencia ante una
suerte de poder “desterritorializado” que reparte desigualmente los beneficios
del acceso a las comunicaciones, en cuyo medio se pretende implantar solo
ciertos aspectos de la cultura local o popular, lo cual García Canclini define
como la prevalencia del “macondismo”, desestimándose, con ello, los valores más
arraigados que porta el colectivo a través de su historia. Esto aparece
particularmente importante cuando enfrentamos un Estado-Nación que presenta
“fugas”, en el concepto de Miquel de Morgas, refiriéndose a la pérdida de
representatividad frente a la aplastante globalización externa y la
experimentada hacia el interior, representado por las privatizaciones o
reivindicaciones exigidas por diversas minorías que buscan su espacio ciudadano
dentro del conglomerado mayor. El hecho se hace extensivo a los individuos, de
modo que se hallan con la dificultad de emprender proyectos que les
identifiquen de modo singular. La demanda por manifestarse, ya sea de
individuos o grupos, cobra espacios que conllevan la impronta de sus cualidades,
dando cabida a desarrollos diversos bajo ciertos patrones de cohesión. La
dimensión multicultural de estos espacios nos permite mayor diversidad como
individuos o como sociedad. De este modo, somos
individuos híbridos que aprovechamos varios repertorios para enriquecernos,
formarnos y participar en escenarios distintos, no siempre compatibles. Eso
crea, desde luego, contradicciones, pero también una diversificación, una
posibilidad de ejercer y desempeñarse como individuo en escenarios muy diversos
que me parece un signo positivo, alentador, de nuestro tiempo”[1].
García Canclini continúa diciendo que una educación realmente democrática
radicaría en la posibilidad que ésta ofreciera para ser distintos, en el
sentido de asignar un valor a la distinción personal, reconociendo su
diferenciación como un asunto legítimo. Contextualizando lo dicho, dentro de un
ámbito urbano, seguiremos nuevamente a García Canclini en donde expone que la
ciudad estaría compuesta de varias ciudades, en cuanto a su dimensión cultural
y los espacios que se da para sus manifestaciones. Agregando, luego, que el
imaginario urbano nutre su propia historia, discurriendo a través del tiempo y
teniendo lugar de desarrollo en los espacios de comunicación urbana. Para este
autor, estos espacios son de carácter múltiple y fragmentado, donde destacan
espacios específicos, semipúblicos y semi privados, tales como lugares de
esparcimiento masivo frecuentados por la juventud. Por otra parte, hace referencia
al patrimonio inmaterial calificándolo de “escurridizo”,
apoyándose en Pierre Bourdieu, con su expresión de “capital simbólico”, en un
intento de redefinición del patrimonio cultural relacionado a los usos de la
sociedad.
Por último aparece el concepto de las “comunidades
imaginadas”, citando a Benedict Anderson, estableciendo con ello una base
para conceptuar identidades actuales. Luego se menciona la indeterminación
epistemológica de los imaginarios y asigna factor constituyente del imaginario,
no solo a la creatividad, sino a aquello que por instituido, es punto de
partida para imaginar. Luego se refiere a una ciudad planificada, pero también
imaginada a partir de fragmentos que proporciona la propia dinámica urbana a
través de sus habitantes. Las estructuras de esta dinámica según García
Canclini, conllevan un carácter cognitivo; y el ejemplo concreto lo sitúa en
los “viajeros” urbanos de la
Ciudad de México, que en su trayecto van elaborando el
constructo de imágenes que devienen en el imaginario.
2. Los espacios informales
de la educación.
Los espacios físicos de carácter informal, que acompañan a los destinados
específicamente para las labores educativas, poseen la particularidad de no
obedecer a patrones preestablecidos para las actividades programáticas del
proceso educativo, tanto en cuanto sus propiedades físicas, como en lo
referente al emplazamiento y los momentos en que acogen a los actores. Tal vez
el clásico café recoge paradigmáticamente una imagen bastante aproximada de los
espacios que se quieren destacar y valorar para beneficio de un aprendizaje con
mayores pretensiones. Pues, la educación tradicional considera normalmente tan
solo determinados aspectos del aprendizaje, si bien intenta abarcar un amplio
espectro del conocimiento.
El ámbito de trabajo que se propone a partir de la disposición de las
personas dentro de un aula, o las condiciones de “sacralidad” que reviste el
recinto destinado a biblioteca, genera relaciones lineales y unidireccionales; en
el hecho, se verifica por el tipo de orden que deben mantener las personas, a
fin de que la linealidad no sea interrumpida y sea posible seguir el hilo
conductor de la misma. Sin embargo, debemos reconocer que el proceso de
aprendizaje no se completa con la actividad de aula, pues, se requiere un
tiempo de reflexión posterior, para confrontar lo recientemente escuchado con
nuestro propio entendimiento y según el historial que poseamos sobre el tema. Juan
Casassus se refiere al fenómeno como “el efecto jueves”, queriendo decir con
esto que las cosas se asimilan madurando en nuestro interior con el pasar de
los días.
El ejercicio de “retiro”, necesario a nuestra comprensión de los fenómenos,
posee algunas etapas reconocidas por todos y ciertamente los sistemas
educativos lo contemplan. Es el caso extremo de las bibliotecas, lugares de
máximo retiro para el estudio dentro del colectivo estudiantil, fase anterior
al retiro total del imaginario personal, que se remite al “desván” de nuestros
recuerdos íntimos; dicho como lo entendería Gastón Bachelard en la “Poética del Espacio”,
donde asigna estadios del imaginario humanos, comparándolos con los espacios de
una casa.
La sucesión sutil de estos lugares, propicios para el desarrollo del imaginario
colectivo y personal, suele resolverse discretamente en nuestra sociedad,
dentro de aquellos espacios no asignados a una actividad declarada o, al menos,
no adscrita a una funcionalidad específica de orden primario. Como ejemplo
podríamos mencionar las partes de una casa, que se ajustan a actividades
primarias, las que coinciden normalmente con su programa: el estar, comedor;
los dormitorios; el baño y la cocina. Estos lugares son destinados
“normalmente” a los usos que los nombran, sin embargo, para que puedan
interrelacionarse debemos recurrir a una serie de espacios arquitectónicos de
“orden secundario”: vestíbulos, galerías, zaguanes, pasillos, pórticos, patios
de diferente índole, siendo los “de luz” los menos considerados, pasando por
los de trabajo, esparcimiento, distribución o reunión de recintos, o con todos
los atributos mencionados y sumando otros. Hay una serie de “conectores espaciales”
entre los recintos, o lugares asignados por su nombre, a una determinada
función, que constituyen la verdadera riqueza de la arquitectura;
consecuentemente con ello, lo que ocurre dentro de estos espacios, es también
un valor posible de reconocer como riqueza. Sobra decir que tales espacios de
carácter informal y en cierto modo obligados por los de asignación más rígida,
no reemplazan a estos, sino más bien se complementan. Sin embargo, reconocer su
importancia implica la comprensión de lo que allí sucede y su consecuente
valoración.
Es, en este sentido, es de alto interés estudiar empíricamente la
importancia de estos espacios dentro del ámbito estudiantil, en general; y establecer
si suponen una riqueza que abunda en favor de los aprendizajes que provienen de
la diversidad cultural, tanto personal como de grupos culturales o interés. Además,
hace falta comprender si estos lugares pueden ser oportunidad de una
confrontación enriquecedora con la línea oficial y aceptada de los métodos
educacionales. Sabemos que existe una realidad de las relaciones espacio-educacionales,
de orden secundario, que podría ser develada y, en la justa medida de su
consideración, aportar beneficios sociales en el área del conocimiento y las
relaciones culturales.
Se ha sostenido que los espacios que propician la riqueza cultural de
discusión libre y abierta, coloquial y comprometida solo con el propio espíritu
de los actores, por lo general, se presentan dentro de los diferentes grados de
transición entre las actividades rutinarias de los actores. Es decir, dentro
del las actividades consideradas normales por la sociedad contemporánea, se
encuentran solo aquellas que se pueden nominar desde la oficialidad y, en todo caso, tendientes a un fin determinado,
con un orden comprensible para la propia estructura social. El espacio físico y
temporal para la recreación de los ciudadanos no contempla personas, sino a un
conglomerado laboral que necesita renovar su espíritu de trabajo; visto así, el
individuo tiende a apreciar un beneficio adquirido que le permite justificar
plenamente su existencia; el recreo se percibe como un bien necesario y
merecido y su orientación pública no extraña a nadie. Sin embargo, los
insterticios cotidianos que se producen durante el tránsito entre actividades
reconocidas, tanto en cuanto al tiempo que suponen, como en cuanto a los
lugares por donde toma cuerpo este tránsito, genera un tiempo y espacio propios
del individuo, el cual de modo espontáneo ha sabido canalizar en torno a sus
intereses personales; estos son generosamente comerciados con los otros actores
con que se relaciona durante los tránsitos. El ritmo de los mencionados
tránsitos, es regulado por el interés que los individuos ponen a la relación
que establecen, propiciando a menudo la prolongación de estos espacios en
ocasiones sucesivas.
Es necesario, entonces, percatarse que estos tiempos disponibles para el
tránsito, entre actividades reconocidas por útiles a la sociedad, son “robados”
a la máquina productiva o coercitiva del sistema (no me olvido, que durante los
tiempos duros de la dictadura, la consigna callejera era “circular”, pues, la
calle se suponía para ese solo efecto y detenerse en una esquina, ya en soledad
o aún peor en grupo, constituía una sospecha digna de ser sancionada). Desde la
perspectiva actual, las sospechas eran bien fundadas puesto que entre los
innumerables temas de conversación que pueden darse entre las personas, los de
carácter político son de primer orden y los acontecimientos permitían pensar
sobradamente en las múltiples conspiraciones que se gestaban desde cualquier
rincón ciudadano.
3. Espacios educativos,
diversidad y ciudadanía.
En el concierto mundial contemporáneo e histórico podemos observar pueblos
enteros en tránsito diaspórico internacional o, incluso, clases marginadas dentro
de su propio hábitat, junto con su afán pujante de conquistar un lugar para
establecerse, como es el caso de las “tomas” en nuestro país y los “ocupas” de
la modalidad europea. Los casos recién mencionados, por cierto, poseen un
carácter aflictivo que se aplica a los actores por el hecho de encontrarse en
desmedro social, marginados del supuesto “paraíso” montado por la cultura
occidental o, peor aún, privados de las necesidades básicas para la
subsistencia pacífica dentro de un conglomerado. Casos de mejor condición, por
gratuitas y no relativas a estados precarios, podrían estar representados por
los añorados viajes en tren, dentro de los cuales se establecían vínculos
sólidos, que frecuentemente podían durar tan solo las pocas horas de trayecto.
La experiencia común, que arranca de una aventura simple, determinada por el
tránsito conjunto, establece vínculos genuinamente humanos. De orden
experiencial único aparecen sólidos aunque puedan ser efímeros.
Las culturas o grupos sometidos a éxodos de todo tipo -migraciones,
expatriaciones, traslados, exoneraciones, erradicaciones, etc.-, siempre que se
constituyen insertos en un tránsito o trance, generan lazos poderosos entre sus
miembros y ello proviene de una construcción cultural en torno a los asuntos de
interés común, los que encuentran canales de acción y discusión durante la
transitividad que somete al grupo. De
acuerdo a esto, podemos postular que es durante el estado de transitividad
donde se aprecia una gran riqueza innovadora capaz de producir conocimiento de
todo tipo; de orden práctico y cultural en todo el amplio espectro. Esto supone
el desafío pendiente de indagar qué sucede durante la transitividad de los
espacios intersticiales de la vida escolar y universitaria nacional, dentro de
los propios espacios educativos y en los alrededores de los barrios donde se
encuentran emplazados los establecimientos escolares y universitarios.
Puesto que se trata de lugares que no aparecen dentro de la nomenclatura
habitual del esparcimiento, salvo los locales destinados expresamente a ello, hace
falta identificarlos y señalarlos de algún modo, aunque por ahora sean
denominados genéricamente “espacios coloquiales del aprendizaje”; y,
particularmente, por la dinámica cultural que hipotéticamente proponen, “espacios
de transitividad propicios a la generación de conocimiento”. Entendiendo que la
primera denominación se acercaría más al espacio físico propiamente tal y la
segunda, apuntaría más bien a su carácter de espacio temporal, asociado a un
devenir social, a partir de tiempos dispuestos genuinamente desde las personas.
Los límites de estos espacios propicios para el aprendizaje natural son
sutiles, por cuanto comprenden dos dimensiones difíciles de establecer:
·
Los
espacios físicos propiamente tales.
·
Los
espacios temporales del acontecer dentro de esos lugares físicos. Esta segunda
dimensión, por cierto, requiere de actores con sus actos para aportar su
dimensión temporal.
La primera de ellas supone los espacios físicos donde se producen los
encuentros interpersonales, los cuales no están perfectamente definidos por la
arquitectura, por ser tratados a modo de conectores, supeditados al orden mayor
de los lugares principales de un complejo. Esto vale para toda su extensión, considerando
los espacios interiores de la edificación y también los exteriores, destinados
a patios o simples separaciones entre edificios, que no pretenden en principio,
más que servir las necesidades de iluminar los interiores o separar físicamente
del vecino los volúmenes construidos y no ocasionar interferencia negativa
entre ellos. Estos últimos tienen estrecha relación con los no lugares que se generan en los
intersticios de una arquitectura poco cuidadosa y autorreferente que suele
apreciarse frecuentemente dentro de la tendencia racionalista, la cual propone
un marcado funcionalismo de la misma. La resultante periférica del “objeto
arquitectónico” suele ser de un marcado acento desolador, que implica por lo
general un no lugar, vale decir que
este no se constituye como un espacio que da cabida digna al acontecer
cotidiano de las personas. Esta sensación de desolación se aprecia claramente
en los barrios de última generación, en las cuales el primer piso no recoge el
tráfago natural de la calle, sino solo la limpia llegada de las torres a los
planos inferiores. Estos planos de caprichosa constitución tienen por
protagonista una pulcra calzada, con prohibición de estacionamientos, veredas
amplias y bien trazadas con arborización planificada y las explanadas de los
solares aparecen limpias entre los edificios. Todo parece muy a propósito como
para que la actividad ciudadana suceda en plenitud dentro de estas nuevas
ágoras contemporáneas; sin embargo, falta su componente principal: el
ciudadano, habitante, o como queramos llamar al individuo, según nuestra
perspectiva. Las personas llegan al barrio completamente encapsuladas dentro de
su vehículo particular y se los traga la tierra por las bocas que dan entrada a
los estacionamientos subterráneos del barrio, privados o pagados. ¿Quiénes
circulan por la superficie urbana? Ciertamente hay grupos marginados que ocupan
el espacio de modo diferente al descrito, pues, acusan una diferenciación que
denota claramente que los lugares no se adecuan a sus usos naturales. Son
lugares que solo adquieren la calidad de tales con marcada intermitencia de
tiempo y su mutación desde su “no lugar” a poseer los atributos propios de “lugar”,
sucede brevemente durante las horas de colación, cuando las personas que
cumplen riguroso horario de trabajo, se vuelcan a los mezquinos prados y poco
acogedores bancas que se hallan dispuestas por allí, como vestigios de la
publicidad maqueteada del proyecto arquitectónico, bajo franca supeditación al
proyecto económico.
Desde la perspectiva de la segunda dimensión de los espacios coloquiales
del aprendizaje, estos adquieren una cualidad adicional, la cual supone un acto
creacional desde el punto de vista social, puesto que es aportativo de su propia
modalidad y acoge las diferencias de la diversidad y de suyo propone un campo
neutral, igualador de opiniones. Hoy se ha puesto en boga, por ejemplo, el
discreto rincón para fumadores, fundado en ninguna parte y descubierto por los
aficionados al tabaco; es un acto de pequeña fundación, producto del hallazgo
de un res nulius adecuado a sus
intereses. Estos descubridores forzados, se obligaron a ello desde su pseudo proscripción
por una sociedad profiláctica que aprecia el comportamiento estandarizado de
sus integrantes y define de tanto en tanto las normas de conducta, propias de sus
intereses macro sociales. Hay que señalar que los espacios encontrados por los
fumadores y el momento que allí tiene lugar, establece vínculos muy sólidos de
convivencia durante la efímera sesión; ello hace posible que estos precarios
lugares físicos adquieran una valoración social que implica su nombramiento y,
por tanto, su creación como lugar propiamente tal, más allá de su mero
establecimiento material.
La actitud imperativa sobre los comportamientos de las personas conlleva,
en suma, una cierta coerción sobre sus actos, determinando en su comportamiento
un relativo cariz de rebeldía, cuando no abierta oposición, que toma especial cuerpo
en los espacios que no forman parte del “inventario” social; dentro de ellos se
desarrolla una riqueza de comunicación que supera a la efectuada dentro de los
espacios que acogen actividades dirigidas o administradas con un determinado
orden.
La incógnita aquí planteada en este artículo no es menor, la del espacio y
su peso en la construcción social de lo educativo, forma parte de aquellos
aspectos aún ignorados de la dinámica educativa, el del espacio y su relevancia
en la formación de sujetos críticos y participativos, lo que va invariablemente
ligado a la necesidad de conocer las características propias de estos espacios
físicos y sociales, tratando de establecer la importancia que suponen como
hábitat capaz de albergar o frenar aspectos educativos, culturales y
sociales.
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