24 de septiembre de 2010

¿Los docentes requieren sólo de herramientas metodológicas para sus prácticas docentes o les sirve de algo aprender a ver al otro?



















Patricio Alarcón Carvacho


Previo a responder esta pregunta se tiene que responder otra, ¿los profesores estiman que siempre ven a sus estudiantes? Sin duda que la mayoría afirmará “verlos”, que pueden describirlos físicamente, dar a conocer algunas de las características de su personalidad e identificarlos por su nombre y apellido. Desde la perspectiva teórica de la coexistencialidad, esta es una vista parcial del estudiante. ¿Qué falta incluir para completar al estudiante?, ¿quién es el encargado de completarlo?

Primero, todo estudiante, al igual que todo ser, siempre está completo, sólo puede estar incompleto para quien lo describe como tal, por lo tanto la “falta” o incompletud está en quién observa y no en lo observado.

Lo que falta para “completar” al estudiante, es otro completo y no en “falta” de un “docente político”, vale decir, existente en el dominio político, en el “aquí y el ahora”, único contexto donde es posible percibirse a sí mismo y al otro como un todo completo y, por ello, perfecto.

Esta es la principal razón para preguntarnos por la coexistencia en el aula, pues, es en esta condición vital de relación estudiante-educador, en un mínimo tiempo y en un mínimo espacio, en algo tan intangible como real, el “instante” o contexto interaccional en que el profesor se “ve” con el alumno, en que el profesor aprende y enseña al alumno, específicamente en el instante en que el profesor existe y hace existir al estudiante. La palabra “ver” se utiliza aquí al modo de J. Lacan, en su teoría del estadio del espejo, como la mirada que devuelve la otra mirada entregando la identidad, y también con la connotación que la utiliza J. P. Sartre cuando menciona que la mirada quita o da vida.

Pensémoslo de otro modo: tiene relación con el tipo de danza estructural congruente, que se produce en el único contexto posible de aprendizaje; el aquí y el ahora. Se puede gastar mucho tiempo, dinero y estudios en resolver problemas “prácticos” entre los “danzantes”, como por ejemplo: ¿Dónde realizar la “danza”?, ¿qué apresto debería entregársele a los danzantes?, ¿cuál será la música más adecuada?, ¿con qué coreografía podría obtenerse una mejor performance?

No se pone en duda que en el ámbito educacional se hacen muchos esfuerzos por mejorar la calidad de la danza profesor-alumno: el danzante-profesor se prepara con el mejor traje y las mejores técnicas, el salón-aula se prepara con esmero incorporando las más modernas y sofisticadas tecnologías para que la iluminación y el sonido sean perfectos.

En el marco de esta metáfora surgen varias interrogantes: ¿Para qué sirve tanto preparativo si no se hace ingresar al co-danzante a la pista?, ¿Alguien se acordó de invitar al acompañante de baile?, ¿Cómo se hace entrar al co-bailarín a la pista?, ¿Es lo mismo bailar solo que acompañado?, ¿Cómo se puede enseñar a bailar a otro sin que el otro esté presente?, ¿Cómo una escuela de baile podría lograr que sus “aprendices” se desarrollaran y disfrutaran si no se les permite entrar a la pista?

Esta nota, como se puede apreciar, es una invitación a pensar seriamente y con sentido pedagógico sobre los fundamentos y reflexiones que diferentes autores han entregado y realizado, directa o tangencialmente, sobre la interacción profesor-alumno en el ámbito ontológico. Sabemos que educadores con diferentes especialidades y años de ejercicio profesional, han utilizado infinidad de maneras de interactuar con sus estudiantes desde los estilos más autocráticos a los más democráticos, de los más cercanos y afectuosos a los más apáticos y fríos, de los menos comunicativos a los más comunicativos, de los más despreocupados a los más preocupados, desde los más a los menos validadores.

La revisión de antecedentes sobre este tema permite encontrar estudios sobre tipos de interacción profesor alumno, y sobre la importancia de la calidad de éstos, haciendo factible hablar de una cierta Pedagogía de la Coexistencialidad, la que aborda con igual importancia tanto la identidad educativa (del docente y del estudiante) como la intimidad educativa, desde la óptica de una relación madura que desarrolla simultáneamente identidad e intimidad de los interactuantes, donde educar es una decisión, porque implica validar la identidad del otro y la propia y vivir la intimidad educativa con la intencionalidad de respetar y fortalecer las dos identidades en juego.

Tal desafío reflexivo-pedagógico es plausible, pues, en las publicaciones actuales se puede acceder a reflexiones filosóficas existencialistas, fenomenológicas, humanistas o transpersonales, de las cuales habría que extrapolar alguna vinculación con el tema de la coexistencialidad. Por otro lado, otra vertiente de información reflexiva sobre el tema puede encontrarse en algunos tópicos abordados por los teóricos de la información, especialmente en los relacionados con las distinciones entre interacciones comunicacionales más o menos efectivas y más o menos afectivas, dentro de este mismo paraguas epistemológico, también contribuyen a comprender la complejidad humana la teoría sistémica cibernéticas de segundo orden y el paradigma de la complejidad, la primera en tanto contribuye a diferenciar la estructura y la organización de un sistema o máquina artificial y la de un sistema o máquina viva, y la segunda porque además de incorporar los fundamentos de la teorías antes señaladas, agrega luces epistemológicas para percibir en el otro, el tejido existencial que lo constituye como tal, entregando alternativas gnoseológicas para quitarse las vendas de una inteligencia ciega, lo que con cierta re-lectura, podría traducirse en quitarse una venda que nos permite ver al otro.

Todas estas fuentes teóricas, empero, no abordan frontalmente el tema ontológico de la coexistencialidad profesor- alumno, aunque ya existen esfuerzos primeros en esa línea (me refiero al libro de mi autoría: “Pedagogía de la Coexistencialidad”, Editorial Re-kreo, Santiago, 2010). Con todo, ese es, el desafío que tenemos los educadores críticos que siempre hemos querido entender que una educación que omite al estudiante -o lo cercena en partes útiles e inútiles-, sencillamente, es una educación que deja de ser una buena educación; al menos, que ya no es una educación auténticamente liberadora.