6 de julio de 2012

Derechos Humanos y Pedagogía Crítica: Algunas reflexiones preliminares


Pía Fuentes Castro
Profesora de Educación Básica


En ocasiones, en el campo educativo, ubicamos los Derechos Humanos por un lado y la Pedagogía Crítica por otro lado, sin que nos preocupemos de establecer los nexos y aportes existentes entre una mirada y otra. Otras veces, entendemos que están tan íntima y naturalmente ligados que se nos borran cognitivamente los límites y desaprovechamos educativamente el potencial aporte comprensivo de una y de otra. ¿Qué goznes es posible trazar entre los Derechos Humanos y la Pedagogía Crítica, ambos referentes connotados para la construcción de una sociedad y una escuela nuevas?

Partamos señalando que la educación en Derechos Humanos tiene, según la concepción de la Pedagogía Crítica, el deber de desarrollar sujetos que tengan un conocimiento básico y reflexivo de las normas que poseen las instituciones que debieran defender sus derechos, así como del objetivo que posee la educación cívica en el tema de los derechos de las personas. Sin duda, es necesario instalar este tipo de conocimientos como un tipo de herramienta que hacen que los Derechos Humanos sean y se mantengan vigentes.


La Pedagogía Crítica parece ir más allá: propone, en este contexto, que el conocimiento crítico da mayores posibilidades de actuar y, por ende, entrega mayor poder al sujeto para así opinar y exigir coherentemente el cumplimiento de sus Derechos Humanos, tanto para si mismo como para los otros. Así, este sujeto de derecho desarrolla la capacidad intelectual y ética de fundar sus juicios y demandas asumiendo una postura responsable y tolerante.

La misión de los y las educadoras sería, en consecuencia, la de desarrollar esta conciencia crítica en sus estudiantes. Paulo Freire nos diría al respecto que “La educación debe ser una experiencia de decisión, de ruptura, de pensar correctamente y de conocimiento crítico”, lo que equivale a desarrollar prácticas educativas basadas en un interés crítico y emancipatorio. Se promueve, así, la acción educativa y social orientada a superar las estructuras opresivas imperantes en este mundo capitalista y globalizado. Esto implica concebir a los hombres y las mujeres como sujetos autónomos que trazan su vida desde sus propias vivencias, tanto históricas, culturales y sociales, logrando, por lo tanto, re-definirse y re-significarse continuamente. Es decir, promover sujetos reflexivos y autoconscientes que sean capaces de comprender lo que hacen, de comprender lo que comprenden y que, en el mejor de los casos, comprenden que hay que cosas que no comprenden lo que los obliga a un estilo de vida de permanente cuestionamiento y de esfuerzo de superación de las condiciones que oprimen su pensamiento. Esto significa situar al educando –y al educador- frente a una realidad conocida y desconocida, para  poder interrogarla y re-interrogarla.


El desafío de formar hombres y mujeres cuestionadores, conlleva a que éstos se enfrenten de forma crítica a una realidad que se muestra como natural, frente a estructuras que se muestran como inalterables, dándole y dotándolos de diferentes significados. Apela especialmente a una educación que invita a soñar, a ser capaces de crear (su) futuro, de autoafirmarse y de autoestimarse, parándose frente a su sociedad como sujetos comprometidos con el bien común, lo que –invariablemente- implicaría también su propio bien.

Esta forma de concebir la pedagogía -y los aprendizajes requeridos en el marco de los Derechos Humanos-, se liga completamente con el interés constitutivo del conocimiento emancipador propuesto por Jürgen Habermas, interés (social y pedagógico) que conduciría hacia la autonomía de la alumna y del alumno, ayudándolo alcanzar su máxima de libertad. Implica otorgar conocimientos y oportunidades de aprendizaje que emancipen a los sujetos de las falsas ideas, de distorsiones prefabricadas y de formas de coerción en cuanto a las relaciones sociales que limitan/oprimen a la humanidad.

Es decir, la educación, especialmente la que aboga por los Derechos Humanos, debería, bajo este paradigma crítico, crear un currículo que conlleve a analizar y a cuestionar los procesos mediante los cuales se ha creado nuestra comprensión de la sociedad, incluyéndose en ésta, nuestra vida social como también nuestros puntos de vista sobre ella misma.


El cuestionamiento que aquí se presenta como necesario para poder educar bajo una mirada crítica, debe estar centrado en el diálogo cultural y en la negociación, para así poder luego transformar la sociedad ya que “…A través del proceso de interpretación de la realidad y del conocimiento y de la negociación, los estudiantes reconstruyen la cultura”[1]. Es decir, esta forma de hacer pedagogía es también política, pues, la educación que intenta ser trasformadora y no perpetuadora de estructuras debe adoptar una postura política. Le es imposible disociarse de ella, como diría Paulo Freire: “se entiende la educación como una acción política encaminada a despertar a los individuos de su opresión y a generar acciones de transformación social”[2]. En otros términos, las escuelas son de hecho esferas debatidas que encarnan y expresan una cierta lucha sobre qué formas de autoridad, tipos de conocimiento, regulación moral e interpretaciones del pasado y del futuro deberían ser legitimadas y transmitidas a los estudian­tes. En pocas palabras, las escuelas no son lugares neutrales, y consiguientemente tampoco los profesores pueden adoptar una postura neutral”[3].

El diálogo cultural antes mencionado, según Freire, es una actitud y una práctica que lograría desafiar a las ideologías autoritarias, por lo tanto, a la intolerancia y, por sobre todo, a la homogenización. Arrastra consigo la capacidad de reinvención y de desarrollo de una cultura de encuentro con los otros, para así poder aprender a ser, a estar, a convivir. El diálogo se plantea, entonces, como lo humanizante ya que constituye un encuentro donde todos se educan entre si, mediatizados por algo propio –el mundo- en cuanto posibilidad de establecer acuerdos y normas de convivencia no homogeneizantes sino incluyentes e intersubjetivas.

De acuerdo a lo señalado, la Pedagogía Crítica sería el fundamento de un camino válido y pertinente para crear/canalizar la voz de los ausentes y los olvidados. Una voz de disidencia e intervención, intervención necesaria para inventar otra democracia, aquélla donde la distribución de la riqueza se haga con equidad, donde la producción de significados se haga de forma colectiva y la toma de decisiones sea una responsabilidad compartida y, finalmente, los Derechos Humanos sean una realidad.


Sin duda, entender la educación en Derechos Humanos desde una óptica crítica hace redefinir el sentido de ésta misma. Planteando así también los nuevos roles que les competen a los diferentes actores de la educación. Es decir, transformar la conocida educación cívica, a ratos intrascendente e instrumental, en una real educación en Derechos Humanos.

Al continuar con el planteamiento anterior de redefinir el sentido de la educación en Derechos Humanos, encontraremos que su principal objetivo debería ser el de educar hacia la democracia -en y para la democracia- objetivo fundamental que es alentado inequívocamente por la Pedagogía Crítica. Si los Derechos Humanos son parte de una mirada democrática, tanto en lo político, cultural como educacional, donde el respeto por el otro como un ser íntegro es su principal máxima, entonces, vivir en una sociedad democrática implica reconocer auténticamente la dignidad humana como un tema central de las prácticas educativas, junto con reconocer a las variadas culturas como diferentes y necesariamente válidas.

Adicionalmente, la educación en Derechos Humanos adquiere su sentido más profundo cuando trata de erradicar la marginación, siendo esto posible sólo a partir del empoderamiento intelectual y ético del sujeto, haciéndolo capaz de resignificar su situación de exclusión y alentándolo a participar en la toma de decisiones políticas, económicas y culturales de su entorno. Siendo éstas tareas sólo posibles de realizar si el sujeto está eficientemente educado para interrogar y cuestionar la realidad, para pararse frente a su realidad de forma crítica. Es decir, ser un sujeto de derecho y un sujeto crítico; y ambas cosas a la vez.


Recordemos que un sujeto de derecho es aquel que es capaz de hacer uso de su libertad, reconociendo los límites, reconociendo la diversidad, por lo tanto, practicando el respeto mutuo. Reconociendo al otro como un ser legítimo, diferente de si y con capacidad de ser autónomo. Por lo tanto, valorar esta posición crítica que le da sentido a la educación en Derechos Humanos conlleva a replantearse la práctica docente y la institución escolar. Implica hacer cambios profundos, no sólo en el aspecto técnico, si no más bien en la cultura de la escuela, en su clima, en el currículo explícito y en el implícito. Como propondría Giroux, dándole mayor énfasis a la distribución del poder dentro de la escuela y del aula. Es decir, poner el currículo al servicio de la emancipación de los educandos, para así lograr la  autonomía moral, intelectual y política de toda la sociedad. Para esto la escuela debe convertirse en un agente transformador, de cambio, y no estar dirigida a reproducir la sociedad imperante que sólo ha perpetuado las injusticias por tantas generaciones. 

La educación en Derechos Humanos que plantea la Pedagogía Crítica, en consecuencia,   entrega herramientas teóricas y de sentido adecuadas para levantar y diseñar alternativas que pueden lograr eliminar las injusticias sociales y las violaciones a los Derechos Humanos que están traen. Levanta además una alternativa creativa para desarrollar una sociedad fundada en la ética participativa, en la que los sujetos pueden pararse frente a su sociedad como  sujetos comprometidos con el bien común. Esto es así dado que el convivir, el real convivir, consiste en que uno como sistema en presencia de otro individuo en un determinado contexto y momento vayan cambiando en forma congruente estos ambos individuos, como diría N. Luhmann[4]; es decir, un auténtico y profundo convivir es el que al hacer acciones, constituyo a ese otro como un igual, un legítimo otro en esta mutua coexistencia. Esa es una tarea aún pendiente en Chile.


[1] Ayuste, A. otros. (1994). Planteamientos de la Pedagogía Crítica. Comunicar y transformar. Barcelona: Grao. Pág. 13.
[2] Ayuste, A. otros. (1994). Op. Cit. Pág. 6.
[3] Giroux, H, (1997). Los profesores como intelectuales hacia una Pedagogía Crítica del aprendizaje. Madrid: Piados, Pág. 6.
[4] Cfr. Luhmann, N. (1990). “Sociedad y Sistema: La ambición de la teoría”. España: Edit. Piados y Luhmann, N. (1996) “Teoría de la sociedad y pedagogía”. Barcelona: Edit. Paidós.

Formación por competencias y educación crítico-transformadora


Pedro Huerta M.
Profesor de Historia y Ciencias Sociales



I. Introducción

Comenzaré por exponer los argumentos que vertebran este artículo, partiendo de un supuesto constatado[1] y cuestionable, la relevancia prioritaria que ha ido adquiriendo el enfoque educacional basado en competencias[2] en las agendas curriculares de los gobiernos contemporáneos, no solo a nivel de las políticas nacionales sino también como consenso internacional. Reconozcamos, pues, que este posicionamiento consensuado adquiere su pertinencia en el marco de la reestructuración del  sistema  y la sociedad capitalista a mediados de la década de los 70s, dando paso al desplazamiento de un paradigma Keynesiano, Cepalino, y Dependentista, para el caso  de las economías latinoamericanas, a un modelo neoliberal fundamentado en el pensamiento teórico de Friederich Von Hayek y Milton Friedman[3]. Ello permitió el posicionamiento prioritario de una pléyade de conceptualizaciones educativas de corte eficientista y tecnocratizante, a las cuales subyace el imaginario de la innovación o, a la postre, su variante, la modernización. Estas categorías conceptuales claramente no neutrales en términos de una racionalidad política, cimentaron las bases de un conjunto de reformas educacionales en nuestro continente.

En este escenario y como  signo de ese mismo imaginario intelectual del pensamiento   hegemónico[4] y modernizador (hago alusión al neoliberalismo), o también llamado innovador, se introdujo y posicionó en un lugar prioritario el concepto de las competencias[5], derivándolas en básicas, claves y transversales, definiendo que estas certificaban la calidad tanto de la enseñanza como del aprendizaje, resguardando la orientación fundamental dada por la evaluación y certificación de conductas a fines al mercado laboral y al sistema productivo.

En términos prácticos esta  reorientación de la economía posicionó estratégicamente el sistema educacional en sintonía directa y dinámica con la economía y, a la postre,  con el sector empresarial y laboral[6]. Ello determinó la estrecha relación entre capital humano avanzado y capital económico, (lo que no quiere decir que esta premisa no haya estado presente en los modelos desarrollistas anteriores[7], la diferencia  más bien radica en la especificidad, más que en la formas de aplicación). Dicha relación influenció decisivamente el posicionamiento prioritario alcanzado por el modelo de las competencias en educación. En tanto, las competencias resultaron fundamentales en este imaginario en la perspectiva del desempeño, certificación y acreditación laboral (empresarial) mejorando las condiciones de producción, afianzando el crecimiento económico, aumentando la tasa de rentabilidad y, estableciendo, una contribución sustancial a hacer más efectivo y eficaz las dinámicas de la producción capitalista.

Cuando se examinan estas tendencias a la luz de los supuestos epistemológicos que las animan, queda al descubierto que las opciones por la modernidad, la modernización en la lógica de la nivelación y certificación de conductas en este caso laborales ( en directo vinculo con el enfoque centrado en competencias) son conceptos centrales en el imaginario del capitalismo, que son esencialmente una opción epistemológica por el ideario de la modernidad burguesa[8] pero que, desde una postura teórico-critica, a lo menos, estos argumentos son puestos en tensión.


En este escenario de interrogación, los problemas que intentaré abordar en este artículo se circunscriben en dos dimensiones: una de tipo teórica y otra de orientación práctica. En primer lugar, en la dimensión teórica analizaré la relación  conceptual del constructo de las competencias respecto del ideario del proyecto burgués e ilustrado fundamentado teóricamente en el pensamiento liberal (o neoliberal). Y, en segundo lugar, en la dimensión práctica se intenta generar una re-significación del concepto de las competencias desde una perspectiva socio-pedagógico-critica,  lo que permite esbozar ciertas tentativas para la contribución a un modelo crítico de las competencias afines a los principios que rigen el proyecto educativo de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano.

Por las razones anteriores, se hace necesario esgrimir las siguientes interrogantes: ¿En que supuestos sociales y epistemológicos se funda el actual modelo de competencias? ¿Competencias para una sociedad progresista y critica o para una sociedad salvajemente competitiva y funcional? ¿Es posible un modelo de competencias críticas? ¿Nuestra institución puede atender a estas demandas?


II. El enfoque teórico de abordaje: La teoría crítica de la sociedad

La teoría critica  se propone a través de la práctica,
que los estudiantes alcanzan una conciencia crítica dentro de su sociedad.”[9]

“La educación debe tener presente estas relaciones y determinar
cómo las condiciones estructurales de la sociedad influyen en el proceso educativo.”[10]

Situaré  mi posicionamiento teórico en la perspectiva de la modernidad reaccionaria, es decir, en la  teoría crítica  inspirada en los planteamientos de la escuela de Fráncfort. La raíz de tal orientación teórica adquiere su influjo en los pensadores clásicos como Hegel y en el uso y entendimiento de la crítica desarrollados por Karl Marx. Estas tradiciones intelectuales influenciaron decisivamente el planteamiento de los teóricos de la escuela de Fráncfort. Entre los autores más destacados se cuentan Max Horkheimer, Theodor Adorno, Herbert Marcuse y Jürgen Habermas.

El planteamiento central de la teoría crítica de la sociedad es el reconocimiento explícito existente entre el conocimiento e interés, lo que la distingue esencialmente de la teoría tradicional. Otro de los elementos centrales es su sistemática crítica a la sociedad Occidental y a la sociedad industrial, su advertencia de que la ciencia y la tecnología se han convertido en instrumentos poderosos para la manipulación, la represión y la dominación, antes que el camino para la ilustración y la libertad.

Al decir de Horkheimer “la manipulación de la naturaleza Física y de los mecanismos económicos y sociales específicos exige por igual la reunión de un cuerpo de conocimiento como el que se provee en un conjunto ordenado de hipótesis. Los adelantos tecnológicos del periodo burgués están inseparablemente ligados a esta función en la búsqueda de la ciencia. Por una parte, volvió fructíferos los hechos para la clase de conocimiento científico que tendría aplicación práctica en las circunstancias y, por la otra, permitió la aplicación del conocimiento ya poseído. Fuera de toda duda, tal obra constituye un momento  de la transformación y el desarrollo continuo de los fundamentos materiales de esa sociedad.”[11] 

A juicio de los pensadores de Fráncfort la teoría tradicional cumple el rol puente entre ciencia funcional al servicio del progreso de la sociedad burguesa, mientras que el planteamiento de la teoría critica anida en un  interés práctico, el del mejoramiento radical de la existencia humana, de esa sociedad humana a la cual critican. Para lo cual se requiere un esfuerzo intelectual encaminado a develar las contradicciones epistémicas del pensamiento tradicional y conservador, con la intención de poner reflexivamente al descubierto los fundamentos ontológicos de la constitución de la sociedad capitalista y sus mecanismos de dominación ideológicos. En esa perspectiva los pensadores de Fráncfort sostienen que un pensamiento crítico se asienta en: En el esfuerzo intelectual y eventualmente práctico, que no se satisface con aceptar las ideas, las acciones y las condiciones sociales prevalecientes, irreflexivamente y por mero hábito; el esfuerzo que trata de coordinar entre si los aspectos individuales de la vida social y con las ideas y objetivos generales de la época, de deducirlos genéticamente, de distinguir la apariencia de la esencia, de examinar los fundamento de las cosas, en suma de conocerlas realmente.[12]


El pensamiento critico es, desde el planteamiento de los pensadores de Fráncfort, una necesaria formación de autoconciencia reflexiva dando paso a una forma de pensamiento que se fundamenta en la reflexión consiente y responsable sobre la sociedad y la necesidad de indagar en sus contradicciones y la formas veladas de dominación de esta.

III. Los supuestos sociales y epistemológicos que fundamentan el posicionamiento prioritario del enfoque centrado en competencias.

Los sectores dirigentes, la intellingentia y los medios de comunicación, sitúan al sector educacional en el centro del discurso sobre el desarrollo nacional; casi como una respuesta situada aparentemente más allá de las ideologías, aunque en verdad empieza a operar como una nueva ideología “ neutral y de consenso” frente a los nuevos desafíos del siglo veintiuno.

Por de pronto, a partir de los años 80, los gobiernos, los grupos directivos, los intelectuales y los mass media- junto a organismos internacionales como la UNESCO, la OCDE, el Banco Mundial y el Banco interamericano de desarrollo – han empezado a identificar a la educación como el principal instrumento para el desarrollo de los países, el crecimiento de las economías, el aumento de la productividad y para superar o, al menos estrechar, el abismo interno de la pobreza y el externo de conocimiento y tecnología que separa a los países desarrollados de aquellos en vías de desarrollo. Incluso más: se ve a la educación como un ingrediente principal para restablecer la cohesión social, evitar la anomia juvenil, prevenir el crimen y la drogadicción, afirmar los valores de la sociedad[13].

Estas concepciones sobre el sector educacional se cimentan en el actual escenario económico social en el ideal del estado mínimo y el mercado máximo, así como la identificación de la globalización y el neoliberalismo con la modernización[14], progreso y desarrollo, se vincula estrechamente con una visión educacional, encaminada a fortalecer el llamado capital humano, con la finalidad de desarrollar las capacidades y las competencias del conjunto de la población, de los actuales y futuros ciudadanos que son, al mismo tiempos, la actual y futura masa laboral.  

En este imaginario se piensa a la educación no como un bien social y humano, sino como un bien esencialmente capitalizable en términos de su función instrumental y operacionalizable a través del desempeño en el mercado de trabajo, no es educación para la vida y el fortalecimientos de los valores morales y espirituales de la sociedad, es una educación esencialmente para el sistema productivo, como envión del crecimiento económico y el mantenimiento de la tasa de rentabilidadad, lo que se articula con un  enfoque evidentemente empresarial.

Los especialistas que sustentan este pensamiento fueron inspirados inicialmente por el pensamiento de la escuela de Chicago, la cual se configuró como una ideología neoliberal totalizante en muchas dimensiones de la sociedad, que se alimentó y combinó de manera heterodoxa  en el pensamiento de Von Hayek, las propuestas económicas de Friedman, la crítica cultural desarrollada por algunos neoconservadores norteamericanos, las sugerencias políticas provenientes de la escuela del public choice, el catolicismo capitalista de Novak, etc. La revista de Estudios Públicos editada por el centro académico del mismo nombre (CEP), ofrece a lo largo de su trayectoria la mejor compilación del modo cómo este pensamiento de corte liberal (neoliberal) ha residido en Chile e incorporado por las intelligentsias al debate nacional.


Los especialistas adscritos a este pensamiento hablan de acrecentar nuestro capital humano porque el desarrollo pleno de la nación ya no se cimienta en su capital físico, sino en el “valor agregado” que pone la fuerza laboral, con sus conocimientos, actitudes, tecnologías de todo orden. En otros términos, Chile vale la suma de talentos y las competencias de sus habitantes. Chile suma la riqueza de los saberes de los que hoy día trabajan, de los que ya no laboran, los talentos y las competencias de los niños y jóvenes que se harán efectivos en los años que vienen. Esos talentos y capacidades son suscitados por la educación. Por eso la educación crea riqueza y es esencial en la lógica de este pensamiento para generar el crecimiento económico.

Bajo estos supuestos epistemológicos y sociales, el enfoque educacional centrado en competencias resulta central y juega un rol prioritario, evidentemente porque las empresas con éxito reconocen que, para ser competitivas en el S.XXI, han de invertir en capital humano.

En la economía global actual, la capacidad para contratar, desarrollar y mantener a trabajadores cualificados resulta esencial para el crecimiento y el desempeño empresarial. El hecho de garantizar que los trabajadores cuenten hoy en día con las competencias y capacidades para llevar a cabo su trabajo de un modo eficaz los beneficia a ellos, a las empresas y a la sociedad en general. En la economía global actual, la cuestión no es si hay que desarrollar sistemas de normas de competencias laborales, sino cuándo y cómo. De manera que las competencias resultan fundamentales para la empresa, el sistema económico y los lineamientos proyectuales de un modelo económico social vinculado al mercado internacional, es decir, a la globalización. Permite ser más eficaz, más racional (instrumentalizado), más modernizadores, más progresistas, permite insertarnos en las condiciones de la  actual fase de la modernidad.

Estas concepciones actuales que sustentan la centralidad de la educación basada en competencias, son en esencia el mismo imaginario inspirador de las élites liberales del siglo XIX, son los criterios inspiradores de los creadores de los República, sus fundadores soñaron, al igual que nuestros actuales dirigentes y especialistas adscritos al ideario de la modernidad y del pensamiento liberal con la “difusión de las luces”, siendo esta la herramienta fundamental que supuso un renovado optimismo y confianza en la razón que fundamentó a la educación como instrumento de la emancipación humana y el progreso material.

A lo largo del siglo XIX los intelectuales y políticos más relevantes soñaron con un país cimentado en la ciencia y las letras, con un pueblo soberano educado. Darío Salas, al proponer la ley de educación primaria obligatoria, anticipaba el reconocimiento del capital humano como fundamento de la democracia y el progreso; Frei Montalva y su sabio Ministro de Educación, Gómez Milla, soñaron también al proponer una educación moderna e igualitaria. Todos ellos creían en la educación como instrumento de progreso o, al decir de los neoliberales la educación, como la riqueza en tanto capital humano. Es decir, todos ellos creían en el ideario de la modernidad burguesa y en la educación al servicio del progreso material de la sociedad capitalista.


En la actual fase de la modernidad, el enfoque centrado en las competencias se posiciona centralmente en este imaginario, ya que permite mejorar lo que los neoliberales llaman el capital humano, fuente de la riqueza y del mejoramiento del mercado laboral y el sistema productivo. En ese escenario, las competencias se transforman en el criterio que certifica una  productividad  eficaz, es la respuesta a una necesidad del mercado laboral de que sus trabajadores sean capaces de desempeñarse en diferentes ámbitos, es decir,  que sepan hacer en contexto, que tengan las competencias que les demanda su trabajo, con lo cual mejorar sustancialmente la producción de los bienes que sus trabajos generan. En este sentido, el enfoque centrado en competencias reside en la calificación de la mano de obra, su origen carga con la idea de aprendizaje y evaluación de conductas entendidas como desempeños en un conjunto de situaciones adscritas al tipo de trabajo de que se trate. 

En este pensamiento las competencias se encuentran jugando un rol instrumental central para la actual economía, su racionalidad se funda e inspira en el pensamiento de la modernidad, del progreso, del desarrollo es decir, en el ideario de pensamiento liberal. Si nos adecuamos a sus ideales, este tipo de enfoque de competencias configura una sociedad altamente empresarial donde los principios que rigen son los del éxito individual, el afán de lucro, la búsqueda de la propia utilidad, el egoísmo, el afán de autoafirmarse imponiéndose sobre el resto, sin relación dialógica con el otro, sin construcción solidaria de sociedad, sin ideario emancipador, es decir, la configuración de un sistema educacional ad-hoc a las necesidades de una sociedad altamente competitiva y salvajemente exclusiva y marginalizadora en donde gana la fuerza del dinero y la capacidad empresarial, por sobre el intelecto y las capacidades humanas de la razón dialogante y critica.  

Evidentemente, la pretensión es reflexionar sobre otro tipo de sociedad, que se funde en otro tipo de racionalidad que anime un modelo alternativo de competencias, la que se constituya a partir de una modernidad reaccionaria, una modernidad que tome conciencia del actual e histórico rol instrumental de la educación y el modelo de competencias a fin a esa concepción y  el sistema productivo. Un tipo de modernidad que critique la hegemonía de pensamiento de la  razón y la técnica, una  modernidad que ponga al descubierto el problema de la racionalidad instrumental que termina siendo la racionalidad de la imposición y el dominio del ejercicio vertical del poder.

Este texto, en esta primera parte, se configura a partir de las premisas  que animaba a los pensadores críticos de Fráncfort los que, a través de la Dialéctica de la Ilustración,  pusieron al descubierto que la modernidad ilustrada -que pretendía ser crítica-racional (autocuestionadora), que es el punto principal del proceso de formación cultural con el que se identifica la modernización occidental-, se ha convertido en una nueva mitología que refuerza aquello mismo con lo que quería acabar. En esa lógica la crítica es que este modelo de competencias, que se asienta en una perspectiva innovadora y modernizadora directamente vinculada al mercado laboral, es una opción por una sociedad que responde a los criterios de esa racionalidad. En este escenario, convendría interrogarse si este modelo fuese adoptado por una institución como la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, que se inspira en el ideario de la democracia y la participación crítica, entregándose a la imposición de la razón instrumental y a los criterios del mercado como modelo educacional, por el solo hecho de aceptar vertical y acríticamentente los designios del  poder y las modas intelectuales del pensamiento.


En este sentido, la alternativa es resignificar el actual modelo de competencias, a uno que esté a las alturas de las circunstancias de un pensamiento critico en una institución que se inspira en esos ideales, los de la racionalidad comunicativa, por lo tanto, en los principios de la democracia, la construcción de ciudadanía crítica y reflexiva con un rol activo en la sociedad del conocimiento.


IV. Competencias desde una perspectiva progresista.

El concepto de competencias presenta una tensión evidente, dada  por la  multiplicidad de definiciones y enfoques, por su anti-normativa pretensión de definición. Entonces, al hablar de competencias convendría hacer ciertas salvedades, ya que no es lo mismo hablar del enfoque por competencias desarrollado en los países anglosajones, los del mundo francófono o estados Unidos y España, por ejemplo.

Por mi parte, realizaré una aproximación al concepto de las competencias desde tres autores, para exponer finalmente una opción más propia: la de Perrenoud, la de Aguilar y Cepeda y la de Rey y Staszewski.

Una de las definiciones más conocidas y aceptadas, ha sido la ofrecida por Ph. Perrenoud,  en su trabajo sobre Diez nuevas competencias para enseñar. Para este autor la competencia designa una “una capacidad de movilizar diversos recursos cognitivos para hacer frente a un tipo de situaciones”. Perrenoud considera que las competencias no son por ellas mismas saberes, procedimientos o actitudes. La movilización se realiza en situación y pasa por operaciones mentales complejas, sostenidas por esquemas de pensamiento que permiten determinar –más o menos consciente y rápidamente- y realizar -más o menos eficazmente- una acción relativamente adaptada a la situación. Finalmente, Perrenoud entiende que las competencias, en este caso las profesionales, se construyen en la formación, pero también en la opción de la indagación cotidiana de un práctico, de una situación de trabajo a otra. Las competencias principales –que en el caso de la propuesta de Perrenoud son diez- incluyen competencias más específicas[15].

Para Aguilar y Cepeda “El concepto de competencia se refiere a un sistema de acción complejo que abarca las habilidades intelectuales, las actitudes y otros elementos no cognitivos, como motivación, valores y emociones, que son adquiridos y desarrollados por los individuos a lo largo de su vida y son indispensables para participar eficazmente en diferentes contextos sociales”. La competencia supone, para estos autores mexicanos, la capacidad para poner en práctica de manera integrada habilidades, conocimientos y actitudes para enfrentar y resolver problemas y situaciones. Además, identifican las competencias con habilidades complejas[16].

Finalmente, los belgas Rey y Staszewski (2004),  establecen que una competencia es una disposición para cumplir una tarea, disposición que se adquiere cuando el sujeto es apto para llevar a la práctica el conjunto organizado de saberes de diferentes tipos necesarios para cumplir la tarea en cuestión[17].

Atendiendo a estas tres definiciones se puede considerar, grosso modo, que una competencia es una capacidad, un sistema o una disposición dirigida a la acción, a preparar a los ciudadanos para dar respuesta a todo tipo de situaciones concretas en las que se van a encontrar a lo largo de su vida. Esta competencia está formada por saberes, habilidades, actitudes y todo aquello que interviene en cualquier acto educativo y social (motivación, valores, emociones, etc.). Las competencias se construyen en la práctica y en la práctica es donde se podrá comprobar si han sido desarrolladas correctamente.


El concepto de competencia va acompañado, en nuestra perspectiva, de una concurrencia simultánea de saberes, poniendo en juego ciertas capacidades del individuo frente a situaciones problemáticas que impone el campo contextual específico[18]. Desde esta perspectiva, el contenido disciplinar -en nuestro caso, de las ciencias sociales- persiste como un recurso a ser movilizado, el cual tiene impacto ético-político y social. Evidentemente, la lógica de las ciencias sociales se asienta en principios de una racionalidad comunicativa. La generación de saber y de conocimiento aplicado se genera en el desarrollo de competencias argumentativas multivariables con lo cuales se lee la realidad, identificándola, interpretándola y poniéndola en situación de sentido con interés socio-político. En este escenario, el desarrollo de competencias críticas supone los siguientes principios de orientación:

Participación: Supone el ejercicio del dialogo constructivo, poner al descubierto el carácter agonal, conflictivo, del orden democrático, tornándose esto ultimo un requisito fundamental para un protagonismo real de los ciudadanos, con apertura permanente a la transformación social. Es lo que Chantal Mouffe y Ernesto Laclau [19]denominaron como “condiciones de la democracia radical”.

Comunicación: La comunicación juega un rol central a partir del ejercicio del dialogo constructivo, desarrollo de las capacidades de empatía mediante la compresión de las acciones humanas, realización de debates para expresar las propias ideas y escuchar y respetar las demás. Elaboración y asimilación critica de opiniones y argumentaciones sobre las realidades sociales e históricas.

Transformación: Este principio consiste en una formación que propicie el espíritu crítico y transformativo, el cual es capaz de leer, traducir y transformar  los contextos profesionales en los que se inserte. Ello requiere contar con las herramientas que permitan aproximarse a la realidad social y producir conocimiento relevante para el desarrollo de una mirada transformadora de la realidad. Es una orientación anti-conservación y pro- cambio para el mejoramiento.

Contextualización. Un enfoque de competencias críticas requiere un interés de situar los problemas, una lectura de diagnóstico situada. Investigar la realidad social supone un enfoque que analicé las problemáticas en su  contexto. Por  ello, la respuesta situada y contextualizada a las problemáticas de la realidad social es central en este modelo de competencias.                                                                                                           

V. Competencias para una institución de carácter pluralista y critica circunscrita en el marco de las carreras de las  ciencias sociales

Un modelo de competencias críticas ad-hoc a las necesidades de una institución de pensamiento crítico con carreras de ciencias sociales debe estar vinculado a un modelo de competencias de carácter crítico residido en los principios que fueron esbozados con un rol central en el conocimiento disciplinar de las ciencias sociales. Las ciencias sociales nos dotan de principios y herramientas con los cuales consolidar este enfoque crítico de competencias, para ello, es preciso, desde la misma construcción del conocimiento de las disciplinas sociales, buscar las  herramientas para la configuración de las competencias de carácter crítico.

En este sentido, el corpus analítico tanto de la sociología, la ciencia política, la economía, la historia, la pedagogía y la psicología, nos posibilita, desde la producción de sus conocimientos, los principios para la articulación de un modelo crítico de competencias. Bajo estos supuestos, un modelo de competencias críticas para una institución de este carácter debe asentarse en la interdisciplinariedad de variables y dimensiones de análisis. Posibilitando la articulación de un pensamiento de carácter socio-histórico directamente vinculado  a las lógicas del pensamiento reflexivo y critico.


La formación del pensamiento social e histórico ha tenido en el pensamiento crítico y en el pensamiento creativo dos importantes tradiciones de importancia trascendental para un modelo crítico de competencias que se sustente en la producción de conocimiento de las ciencias sociales. En esta lógica, Tulchin, por ejemplo, definía el pensamiento crítico como “una combinación de aptitudes, competencias, actitudes y disposiciones utilizadas en el pensamiento de evaluación razonado que requiere enjuicio cuidadoso o una reflexión continua[20]”. Y entendía que el alumnado debía utilizar herramientas y métodos del pensamiento crítico para evaluar evidencias, detectar inconsistencias e incompatibilidades, sacar conclusiones válidas, construir hipótesis y darse cuenta tanto de las posibilidades de opiniones como de los hechos a la hora de estudiar esta historia. Los estudiantes manejan materiales controvertidos y preguntan y buscan contestaciones a cuestiones difíciles; cómo pensar de una forma crítica sobre una información y cómo tratar ésta. Tulchin ilustra su propuesta en el estudio de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto.

También Dhand ha defendido la necesidad de la formación del pensamiento crítico. Para este autor, la meta básica de la educación es desarrollar en el alumnado la habilidad de pensar, sentir y hacer. Y la función del pensamiento crítico es animar a los estudiantes a pensar críticamente los problemas públicos aprendiendo a valorar afirmaciones, acontecimientos, ideas, experiencias, etc. La propuesta de Dhand incluye un conjunto de habilidades del pensamiento crítico, las conductas de un pensador crítico, los métodos para la enseñanza del pensamiento crítico, los principios que deben guiar a los profesores y un conjunto de sugerencias para la implementación del pensamiento crítico. Entre las habilidades destacan, por ejemplo, las siguientes: descubrir sesgos en las fuentes conocidas, descubrir información irrelevante, determinar si los hechos justifican o avalan una generalización, distinguir entre hechos y juicios de valor, juzgar la solidez de un argumento, etc… Algunas de ellas son comunes a otros listados de objetivos o de procedimientos históricos.[21]


En este escenario un modelo de competencias críticas para la Universidad Academia de Humanismo Cristiano debe tomar en consideración el conocimiento de las propias disciplinas que enseña, con la finalidad de establecer competencias de tipo social y ciudadanas,  las cuales deben desarrollarse a partir de los contenidos del área de ciencias sociales, a través de las habilidades y destrezas y actitudes que el conocimiento disciplinar genera. Entre ellas:

1.       “Comprensión de la realidad social, actual e histórica para desenvolverse socialmente,
2.       Entender los rasgos de las sociedades actuales: su pluralidad, los elementos e intereses comunes de la sociedad en que se vive,
3.       Crear sentimientos comunes que favorecen la convivencia,
4.       Desarrollo de la capacidad de empatía (ponerse en lugar del otro) mediante la comprensión de las acciones humanas,
5.       Ejercicio del diálogo constructivo,
6.       Realización de debates para expresar las propias ideas y escuchar y respetar las de los demás,
7.       Acercamiento crítico a diferentes realidades sociales, actuales o históricas,
8.       Elaboración y asimilación crítica de opiniones y argumentaciones sobre las realidades sociales e históricas”

En definitiva, un  modelo  de competencias críticas para la Universidad Academia de Humanismo cristiano supone una articulación directa con la producción de conocimiento de las ciencias sociales con el corpus epistemológico de las disciplinas. En tanto, estas nutren la formación de competencias de tipo reflexivas resididas en la lógica de la racionalidad comunicativa como lo son las competencias de argumentación, por ejemplo.

La  compresión de la realidad social e histórica en perspectiva transformadora para el mejoramiento nos entrega herramientas para desenvolverlos socialmente, entender los fenómenos de las sociedades actuales, participar de ellos, tener un rol activo,  posicionado y situado argumentativante. En este escenario, la construcción de las competencias críticas de la formación de la Universidad nos permite formar en competencias  que promuevan la formación de un profesional con identidad autónoma recogiendo una formación que propicie el espíritu crítico y transformativo y sea capaz de leer, traducir y transformar los contextos profesionales en los que se inserta.

El profesional formado en una universidad adscrita a este modelo de competencias será un profesional que cuente con las herramientas que le permitan aproximarse a la realidad social y producir conocimientos relevantes para el desarrollo de una mirada particular  y propositivas con ideas que contribuyan al cambio de la sociedad.


Bibliografía:


  1. Joan Pagés Las competencias ciudadanas, una finalidad de la enseñanza de la historia. Universidad de Barcelona.
  2. Anderson, Perry: “Neoliberalismo: Un Balance provisorio”, en La trama del neoliberalismo. Mercado, crisis y exclusión social, Sader, Emir y Gentili, Pablo (comps.), CLACSO-Eudeba, Argentina, 1999
  3. Milton Friedman (1992) Libertad de elegir, Editorial Planeta-Agostini, (España).
  4. Osvaldo Sunkel (1998) La sostenibilidad del desarrollo en América Latina. En América Latina en el siglo veintiuno, de la esperanza a la equidad. Fondo de cultura económica.
  5. Henry Giroux (1990) Los profesores como intelectuales: Hacia una pedagogía crítica del aprendizaje. Barcelona Paidós.
  6. Max Horkheimer (1972) Teoría Critica. Editorial Paidós
  7. Sergio Grez (1998) De la regeneración del pueblo a la Huelga general Ediciones Dibam.
  8. Perrenoud, P. (1999): Diez nuevas competencias para la educación. Ediciones
  9. Aguilar, M. A/ Cepeda, B (2005): Pisa para docentes. La evaluación como  oportunidad de aprendizaje. Instituto Nacional para  la evaluación  de la educación. Secretaria de educación Pública de México.
  10. Rey, B./ Staszewski, M (2004) Enseñar historia a adolescentes en perspectiva socio constructivista .Editorial  Bruselas p 19.
  11. Osandón , L/  Ayala, E. (2007): ¿ Cumple algún papel los contenidos de la historia en el  aprendizaje por competencias. Iber, Didáctica de las ciencias  sociales , geografía e historia numero 
  12. Laclau, E; Mouffe, C (1985) Hegemonía y estrategias socialista. Haci a una radicalización de la democracia. Buenos aires .FCE.
  13. Tulchin, J. B.(1987) : Mas allá  de los hechos históricos: Sobre la enseñanza del  pensamiento  critico. Revista  de educación numero  282, 235-253.
  14. Dhand, H (1994) : Investigaciones de pensamiento Critico: Perspectiva de estudios sociales del profesorado. 



[1] El connotado didacta español Joan Pagés señala que el concepto de competencias sea tal vez uno de los conceptos educacionales más trascendentales. Esta apreciación queda en evidencia a partir de las distintas iniciativas de incorporar el tema de las competencias en los currículos nacionales de diferentes países especialmente los de la comunidad europea iniciativa que a sido imitada por diferentes países latinoamericanos entre ellos Chile .Pareciera ser por tanto este modelo centrado en competencias el concepto consenso que delinea la calificación educacional en los albores del siglo veintiuno. Cfr. Joan Pagés Las competencias ciudadanas, una finalidad de la enseñanza de la historia. Universidad de Barcelona.
[2] Nos referiremos esencialmente al enfoque por competencias de origen laboral, aquel que inspira las pretensiones  modernizadoras y productivistas de la sociedad aquel que se vincula con la certificación de conductas y pertinencias laborales, aquel que subyace a la doctrina económica y el progreso productivo, al cual planteamos una alternativa que se sustente en un modelo critico de competencias.
[3] Se  considera al filósofo prusiano Von Hayek como uno de los principales ideólogos del capitalismo neoliberal entre sus obras más destacadas “caminos de servidumbre”. En este libro “planteaba una dura impugnación al Estado Keynesiano de Bienestar y con él nacía el neoliberalismo, como una reacción teórica y política vehemente contra el Estado intervencionista y de Bienestar, en palabras de Perry Anderson (Anderson, Perry: “Neoliberalismo: Un Balance provisorio”, en La trama del neoliberalismo. Mercado, crisis y exclusión social, Sader, Emir y Gentili, Pablo (comps.), CLACSO-Eudeba, Argentina, 1999, Pág. 15).  Por otra parte, Milton Friedman es el mejor exponente de este pensamiento en términos económicos los cuales se encuentran radicados en referencia a una política económica con énfasis tecnocrático y macroeconómico que considera contraproducente el excesivo intervencionismo estatal en materia social o en la economía y defiende el libre mercado capitalista como mejor garante del equilibrio institucional y el crecimiento económico de un país, salvo ante la presencia de las denominadas fallas del mercado.  Milton Friedman (1992) Libertad de elegir, Editorial Planeta-Agostini, (España).
[4]Utilizo la apreciación de Osvaldo Sunkel sobre el pensamiento neoliberal como pensamiento único. Según este autor El discurso único y dominante se afirmaba en forma explicita y reiterada o se suponía en forma implícita que el colapso del mundo socialista y la globalización del sistema internacional, junto con el inédito y acelerado proceso de profundas transformaciones tecnológicas, económicas, sociales, políticas y culturales en curso, estaban configurando una situación de superación de las ideologías tradicionales donde se impusieron la democracia liberal en lo político y el sistema de mercado en su versión neoliberal, en lo económico. Osvaldo Sunkel (1998) La sostenibilidad del desarrollo en América Latina. En América Latina en el siglo veintiuno, de la esperanza a la equidad. Fondo de cultura económica.
[5] No desconocemos que la noción de competencias ha sido caracterizada de manera tan distinta y variada, por lo tanto no dejamos de  considerar la existencia de diferentes visiones sobre el enfoque. En este escenario nuestra critica se establece sobre aquel enfoque que tiene su origen  empresarial y ejecutivo vinculado inherentemente al sistema económico social neoliberal, en ese sentido consideramos nuestra critica. Sin embargo, también no descartamos que este enfoque se ha malo per se, sino exponemos un debate con la finalidad de plantear un modelo de competencias de corte transformador y progresista a fin a las necesidades de una formación critica. Cfr. A Cataldo, Ovalio, Sladogna. (2004)Competencias Laborales; Diseño curricular basado en competencias laborales conceptos y orientaciones metodológicas. Ediciones Banco Interamericano de desarrollo(BID)
[6] El origen de esta relación la encontramos  el las transformaciones educacionales desarrolladas por el régimen militar. En ese contexto que perdura  hasta la actualidad el sistema educacional se reorienta en una lógica de funcionalidad  al modelo de desarrollo socio-económico que se procuraba aplicar.  Marcela Gajardo establece dos grandes periodizaciones en las que podemos encontrar la concordancia entre las trasformaciones estructurales introducidas por el régimen con respecto a los cambios introducidos en el sistema educacional  lo que se ha dado en denominar medidas en pro de la modernización del aparato educacional.
[7] En el modelo socioeconómico desarrollista la educación publica jugaba un papel relevante, en tanto medio de movilización social y la constitución de una sociedad desarrollada, de ahí por tanto, que la educación se pensara como un medio y un mecanismo de alcanzar el desarrollo anhelado por la vía de la inversión del estado en el capital social de la nación, es decir, en la educación de su mercado interno. En esta lógica se definía el estado respecto el sistema educativo como medio y mecanismo estratégico en la búsqueda del desarrollo. 
[8]La idea de un mundo "moderno" y de la modernidad burguesa se afianza, en la polémica francesa entre los "anciens" y los "modernes", a finales del siglo XVII . Alrededor de esta polémica se constituyen la idea ilustrada del progreso, que será un elemento central de la filosofía política e histórica del siglo XVIII, y la definición de la sociedad como un sistema perfectible, que se sujeta progresivamente a paradigmas más racionales de acción. En este escenario se articula la noción de una modernidad burguesa, animada por los principios de la razón como instrumento de progreso de la sociedad, como paradigma de desarrollo de la sociedad capitalista.
[9] Henry Giroux (1990) Los profesores como intelectuales: Hacia una pedagogía crítica del aprendizaje. Barcelona Paidós p 18.
[10] Óp. cit.  45
[11] Max Horkheimer (1972) Teoría Critica. Editorial Paidós p 194.
[12] Óp. cit. p 270
[13] Los principios de la regeneración de  los males sociales son es esencialmente un discurso de la modernidad, del mejoramiento, del progreso y el disciplinamiento social propias del imaginario del progreso liberal,  en términos de la oposición  entre la barbarie y la civilización a juicio de los autores liberales los males sociales representan los barbarie las costumbres a erradicar de ahí que estos autores planten la regeneración del pueblo y así este sea la principal arma de la lucha sindical del ideario de la modernidad proletaria para un análisis al respecto revisar Sergio Grez (1998) De la regeneración del pueblo a la Huelga general Ediciones Dibam.
[14] El ideal de la modernización proviene para nuestro contexto actual educacional del decreto 300 impulsado por la dictadura militar En definitiva, los cambios operados a partir del decreto trescientos se expresan en  las formas  de  racionalizar  las medidas adoptadas con anterioridad, así como la de introducción de mecanismos correctivos y nuevos elementos para adecuar el sistema educativo al sistema social en su conjunto pasan a configurar el denominado proceso de modernización del sector educacional. Modernización que, al insertarse en las coordenadas del sistema socioeconómico vigente, se confunde con los procesos de privatización en general y con la imposición de un estilo autoritario y vertical de construcción política del país que, necesariamente se refleja en la práctica educacional .Respecto del papel del estado en la educación, en este periodo se decidió que el estado debía limitar su responsabilidad en la educación, particularmente en los niveles medios y superior transfiriendo algunas actividades concretas y las futuras posibilidades de ampliación al sector privado, reservándose las funciones normativas y fiscalizadoras propias de la definición subsidiaria en la que se enmarca la gestión del gobierno. 
[15] Perrenoud, P (1999): Diez nuevas competencias para la educación. Ediciones p 19
[16] Aguilar, M. A/ Cepeda, B (2005): Pisa para docentes. La evaluación como  oportunidad de aprendizaje. Instituto Nacional para  la evaluación  de la educación. Secretaria de educación Pública de México. P 16
[17] Rey, B./ Staszewski, M(2004) Enseñar historia a adolescentes en perspectiva socio constructivista .Editorial  Bruselas p 19.
[18] Osandón , L/  Ayala, E.(2007): ¿ Cumple algún papel los contenidos de la historia en el  aprendizaje por competencias. Iber , Didáctica de las ciencias  sociales , geografía e historia numero 52 p 72-82
[19] Laclau, E; Mouffe, C (1985) Hegemonía y estrategias socialista. Haci a una radicalización de la democracia. Buenos aires .FCE.
[20] Tulchin, J. B.(1987) : Mas allá  de los hechos históricos: Sobre la enseñanza del  pensamiento  critico. Revista  de educación numero  282, 235-253.
[21] Dhand, H ( 1994) : Investigaciones de pensamiento Critico: Perspectiva de estudios sociales del profesorado