José Miguel Valenzuela Córdoba
La construcción de una nueva idea de escuela
diferente, es un enorme desafío para los educadores y la sociedad de hoy. Esta
no solo requiere un cambio metodológico, o de gestión, éstos para efectos de la
trascendencia de los cambios, representan una acción meramente cosmética. Lo
que buscamos es la refundación de la idea de escuela, el asumir una cultura escolar
nueva, desafiante y contenedora de los retos que el mundo presenta desde hoy en
adelante.
Esta escuela debe ser alternativa,
cuestionadora de las practicas actuales y constructora de una cultura escolar y
pedagógica nueva, basada, a mi manera de ver, en a lo menos seis principios
fundamentales, como son: la superación del modelo ilustrado; la construcción de
una escuela de la ciudadanía, democrática y planetaria; una escuela crítica y
productora de transformaciones; con un rol docente como actor
político-histórico en pro de las utopías; la incertidumbre como principio orientador
de nuestra pedagogía; finalmente, la formación humana y personal como eje
formativo.
Así, la transformación de esta cultura
pedagógica se introduce en el aula con el gran desafío de hacer ciencia desde
el hacer en el aula y la reflexión permanente de los actores del proceso de
construcción del saber pedagógico, en una práctica que define esencialmente su
condición de profesionales de la pedagogía y de la educación. De esta manera,
el objetivo de este documento es hacer, a lo menos, dos reflexiones básicas en
torno a lo que serían, a mi manera de ver, contribuciones de la didáctica a la
construcción de un modelo pedagógico alternativo, para lo cual es necesario
previamente contextualizar el cambio pedagógico en la sociedad actual y la
demanda cultural que hoy se evidencia.
Contextualización del cambio didáctico.
Históricamente la escuela ha estado llamada a
cumplir con un rol fundamental en el proceso de socialización y de transmisión
cultural. Dicho proceso ha tendido a complejizarse
en el mundo contemporáneo, y aún más desde fines del siglo XIX, de la mano de la
transformación de la sociedad industrial, donde la escuela no solo desarrolló
funciones sociales y culturales globales, sino también, otras en relación a los
conocimientos y competencias específicas que la sociedad maquinista requería.
Sin embargo, y paradojalmente, hoy, a poco
más de un siglo, queda la sensación que la escuela no tiene claro qué, cómo y para qué enseñar.
Los conocimientos que debe entregar cambian a una velocidad vertiginosa y el
ritmo del aprendizaje es imposible sincronizarlo con el ritmo de la producción
y especialización de los mismos. Por otro lado, la forma de cómo entregarlos se
ha hecho más compleja, dejando obsoleta la memorización como estrategia básica
de conocimiento y exigiendo cada vez más el desarrollo de competencias que
involucran conocimientos, habilidades y capacidades de manera creciente. Del
mismo modo, la trascendencia y pertinencia de los conocimientos entregados hoy,
es todo un desafío, pensado básicamente que nos insertamos en un mundo
altamente demandante, cambiante y de fuerte tendencia a la incertidumbre.
El Paradigma
educativo y social hoy se manifiesta en crisis,
dando señales complicadas y erráticas en torno a la función de la escuela y de
lo que debe ser el trabajo en el aula. Con el cambio paradigmático de hoy, la
verdad es que las certezas dadas por la ciencia y por el método científico
están hoy en duda. Por siglos nos formaron para la creencia ciega en la ciencia
y su constructo teórico como “verdadera fuente” de conocimiento. En la escuela,
se tradujo en la sobrevaloración del conocimiento científico (las asignaturas escolares
que pasaron a ser importantes fueron algunas como matemáticas, biología, etc.)
y el desprecio por las artes y las humanidades, o simplemente a todo
conocimiento que tuviera olor a subjetivo. Sin embargo, el cambio paradigmático
nos hace enfrentarnos hoy, al desafío de educar para la incertidumbre. Edgard
Morin, para definir este momento concluye que “la historia humana ha sido y sigue siendo una aventura desconocida… [
y continua], la aventura incierta de la humanidad es una repetición dentro de
su esfera incierta del cosmos, que nació en un accidente impensable para
nosotros y que prosigue en un devenir de creaciones y destrucciones…”
.
Entonces, en función de este momento, ¿qué
tipo de desafíos tiene una escuela en torno al mundo de hoy? Simplemente todos.
Pero este desafío no se traduce meramente en
el diseño de estrategias y prácticas innovadoras, que nos permitan aprender
recetas para reaccionar a un mundo cambiante. Morin habla más de enseñar
principios que permitan afrontar riesgos, lo inesperado, lo incierto, y
modificar su desarrollo en virtud de las informaciones adquiridas en el camino.
Es necesario aprender a navegar en océanos de incertidumbres a través de
archipiélagos de certeza. Así, “…la
educación del futuro debe volver sobre las incertidumbres vinculadas al
conocimiento: la incertidumbre cerebro-mental (traducciones y reconstrucciones
internas), la incertidumbre lógica, la incertidumbre racional (¿racionalidad o
racionalización?) y la psicológica (el autoconocimiento es ilimitado)…”
Más aún, las lógicas del mundo científico y
tecnológico, se presentan complicadas y no complejas, así nos relacionados con
los conocimientos fragmentados e inconexos, deben dar paso a aprendizaje de
conocimientos complejos,
representativos de la complejidad del mundo. De la misma manera, una nueva
pedagogía busca otra acción educativa, que se basa en el principio de hacer
simple lo complejo, es decir, establecer el entendimiento de sus lógicas, que
no significa simplificar la realidad, como hasta ahora lo ha hecho la escuela.
Del mismo modo que lo complicado es ininteligible, lo simplificado se presenta
como un boceto de la realidad, pero carente de la capacidad de recoger el
sentido y la esencia del saber mismo. En otras palabras, enseñar hoy es hacerlo
bajo nuevas formas de comprender la realidad, asumir la multidimensionalidad y
la necesaria interdisciplinariedad del estudio de la realidad.
Así el principio articulador de nuestros
conocimientos inciertos se basa según Morín en la idea que “…nuestra realidad no es otra cosa que nuestra idea de la realidad”.
Entonces, ¿qué transformación pedagógica se
requiere en la escuela para hacerse significante y revelante? Pregunta compleja
y de enormes implicancias, pero que para efecto de este trabajo, quisiera que
quedara solo a nivel de reflexión en un campo restringido de acción, posicionando
ésta en el plano del aula y de las relaciones existentes entre profesor(a),
alumno(a) y conocimiento. Así, y volviendo al fin de este trabajo, quisiera más
que responder, cuestionar a lo menos dos consideraciones en torno a los cambios
en el aula y la relación con el tema central de enseñar y aprender en la
escuela, como son el tipo de saber que enseñamos y el rol del profesor en el
aula.
Saber y saberes construidos en el aula.
Nuevas transposiciones y nuevos conocimientos.
Como una primera manera de responder al
enigma de qué enseña la escuela, es importante abordar el tema del saber o
saberes presentes en el contenido escolar y que dicen relación con lo que
Chavallard define como la “transposición
didáctica” que la escuela hace para hacer del saber sabio (conocimiento
científico o mejor dicho validado por la comunidad científica) y un saber enseñado (conocimiento científico
reducido y traducido para el mundo profano). “El concepto de transposición didáctica, en tanto remite el paso del
saber sabio al saber enseñado y por lo tanto a la distancia eventual,
obligatoria que los separa, da testimonio de ese cuestionamiento necesario, al
tiempo que se convierte en su primera herramienta… es una herramienta que permite recapacitar, tomar distancia, interrogar
las evidencias, poner en cuestión las ideas simples, desprender de la
familiaridad engañosa de su objeto de estudio. En otras palabras, lo que permite ejercer su vigilancia epistemológica”
.
Chevallard continúa explicando, respecto del
tema del saber enseñado: “Para que la
enseñanza de un determinado elemento de saber sea meramente posible, ese
elemento deberá haber sufrido ciertas deformaciones, que lo harán apto para ser
enseñado. El saber tal como es enseñado, el saber enseñado, es necesariamente
distinto del saber inicialmente designado como el que debe ser enseñado, el
saber a enseñar. Este es el terrible secreto que el concepto de transposición
didáctica pone en peligro… la cuestión de adecuación no debe ser cuestionado…”.
Así mismo, el autor reconoce que este proceso
de hacer posible el conocimiento, este saber sabio, implica un reduccionismo
que descontextualiza, o mejor dicho, según palabras del autor, exilia de sus orígenes
y separa su producción histórica en la esfera del saber sabio, pero que se
legitima desde la autoridad de un productor de dicho saber.
La transposición tiende a verse con mucha más
complejidad si observamos lo que en la práctica vemos respecto de este proceso.
El profesor ha vivido un proceso de formación en una especialidad y en su
formación profesional, no vinculada necesariamente al saber sabio y, muy por el
contrario, su proceso de formación es una transposición similar a la que
posteriormente va a dirigir en el aula. En su formación, está ausente la construcción
de conocimiento, la investigación y experimentación como primera fuente de
conocimiento y su trabajo intelectual, generalmente esta vinculado a la
síntesis de ideas ajenas, reproducción de información, generalizaciones,
abstracciones descontextualizadas y muchas veces intrascendentes.
Consiguientemente, el profesor se posiciona en el aula como docente, donde
genera nuevos procesos de transposición hacia el saber con sus alumnos, pero en
la práctica, lo que presenciamos, es una transposición de una transposición,
donde el conocimiento entregado se presenta aún más inconexo y carente de significado para la comprensión
del mundo por parte de los alumnos, haciendo que el proceso tienda a un modelo
bancario (en palabras de Freire) y reproductivo-memorístico, no despertando en
el alumno vínculos afectivos con el saber ni con el conocimiento como fuente de
explicación del mundo (más que quitar la venda de la ignorancia y mirar la luz
del mundo estamos haciendo todo lo contrario, poniendo nuevas vendas).
Siguiendo con la misma reflexión, pero ahora
desde otro foco, esta concepción de saberes diferentes nos lleva nuevamente a
la cuestión entre lo complejo-complicado y lo simple-simplificado, que no
implica necesariamente hacer del conocimiento un lenguaje o contenido ajeno al
mundo escolar. La complejidad, como ya dijimos, no dice relación con la
ininteligibilidad del conocimiento sino con mantener las relaciones con el
contexto en que se enmarcan y con la carga conceptual profunda que lo definen
en esencia. Desde esta perspectiva, un conocimiento transpuesto tiende a perder
la frescura del desafío cognitivo subyacente y se vincula más al “peso” de la
ciencia y la “Erudición”, la que ni siquiera se acerca a la razón de ser de al
escuela.
Del mismo modo, a nivel del aula, es
importante resaltar otro problema complejo, los procesos de transposición junto
con simplificar lo complejo, desnaturalizan el saber. Desde esta perspectiva,
tal vez una adecuada transposición hace de este conocimiento enseñable el ideal
para ser enseñado, sin embargo, la sola existencia de la transposición genera
una barrera difícil de franquear, al desvincular al alumno con todo el legado
social-cultural que significa el conocimiento y que nos define como seres
humanos. El desafío sería superar la transposición, o mejor dicho, generar la
construcción de un “saber de saberes” desde el aula, donde el alumno se
focalice no en la reproducción (recreación) de conocimiento construido por
otros, sino la creación de un saber nuevo, dinámico, fruto de la reflexión,
tanto del profesor como del alumno, en torno al sentido, significado y función
que tiene el conocimiento para el desarrollo humano. Así, estaríamos significando
y resignificando el saber del alumno y no deslegitimándolo como hasta hoy se
hace a partir de la concepción del alumno como “tabula rasa”, que por lo demás
representa una antigua deuda curricular
de la escuela.
Hoy, con el cambio paradigmático de las
ciencias, no existe un límite a la forma de validar el conocimiento, como hace
unos años, y la construcción del conocimiento es absolutamente factible en el
aula, sin embargo, esto implicaría el replanteamiento total del rol del
profesor en el aula y la forma de vincular al conocimiento y al sujeto
enseñante que representa el alumno. De esta manera, el desafío es generar una
lógica nueva para la comprensión del mismo triángulo didáctico y el objetivo de
la didáctica en el aula. El aula debe convertirse en un espacio de relación con
el conocimiento, con la forma en cómo lo construimos, lo valoramos, lo
significamos, y no el espacio del saber para ser entregado, incluso, en
ocasiones, mal aprendido. Por ejemplo, en la escuela, no es posible “enseñar
ciencia”, cuando ni siquiera se hace el ejercicio de enseñar el método
científico.
Pedagógicamente, y paradojalmente, debemos
buscar un aula que enseñe a pensar y menos a hacer por hacer, más tiempos para la
reflexión, que para hacer sin sentido (reproducir por reproducir), que
cuestione lo dado, más que ejecutar inconcientemente lo señalado, que haga más preguntas y que entregue menos
respuestas. En síntesis, re-posicionar nuestro hacer con una pedagogía de la
pregunta, que tiene absoluta coherencia con un mundo incierto que busca
explicaciones, donde la fragilidad de lo dado nos hace reflexionar
constantemente sobre el cambio y nuestra relación con él.
Al respecto de esto último, es importante
profundizar algunas ideas. Carme Romia, de la Universidad de
Barcelona afirmaba “No podemos educar
para el futuro desde un presente con presupuestos de pasado”,
queriendo decir con esto que la educación no esta enseñando lo que debe, ni
haciendo las preguntas adecuadas (¡ni siquiera esta preguntando!, pues, en
algunos casos el profesor le teme a ellas), pues la clave de la educación de un
nuevo milenio no debe precisarse tanto en el saber, sino ser o bien en el saber
ser,
Marta Burguet argumenta “…Y para aprender
este saber ser será necesario saber qué ser es importante también desaprender;
que los conocimientos adquiridos no son perdurables en el tiempo, que son
cambiantes, entender que lo que se sabía ya no vale y saber dónde se puede
encontrar los nuevos conocimientos necesarios. Así el papel del educador será
más bien de mediador entre las fuentes
de conocimiento y el educando, entre las nuevas tecnologías y la persona que
quiere acercarse a ellas y no sabe por dónde comenzar, entre la voluntad y el
deseo de saber sobre algo muy concreto, y la fuente donde se puede ser
respuesta a este deseo o necesidad”.
Paulo Freire, quién desarrolla una propuesta
en torno a la pedagogía de la pregunta,
plantea que una construcción pedagógica-didáctica, no necesariamente desde la
pregunta como acto metodológico, sino que a través de ella, donde surge el
diálogo como ejercicio intelectual que en si mismo enseña a preguntar y
responder de una manera comprensiva y crítica, por ende en la línea de la
superación de la transposición. Freire
enfatiza en el sentido colectivo de construcción del saber que enmarca el
diálogo y la pregunta, incluyendo al enseñando en un proceso en que no existe separación entre uno
que pregunta y otro que responde, sino que son dos que dialogan y generan un
saber (“Diálogo de Saberes”, base para la construcción de un saber democrático
y emancipador de la ignorancia, y para efecto de esta reflexión, inicio de un
hacer pedagógico nuevo y significativo). Este diálogo se presenta, de esta
manera, como una manera sencilla de vida cotidiana y pensamiento reflexivo,
enlazados por la pregunta. Una nueva manera se aprender, de enseñar y, finalmente,
de ser.
Freire nutre este proceso con algunas ideas:
en primer lugar el hecho que el saber se construye en la práctica, en segundo
lugar que el conocimiento es entendido como un proceso, una búsqueda, donde el
proceso es tan importante como el resultado. Estableciendo que, tanto aprende,
el educador, como el alumno en este proceso. Por lo tantos se desarrolla un
nuevo saber colectivo: “…el centro del
asunto no está en hacer con la pregunta “qué es preguntar”, un juego
intelectual sino en vivir la pregunta, vivir la curiosidad, testimoniarla al
estudiante”. Así,
la pregunta lleva a otras preguntas, problematizan lo preguntado y no cierra o
clausuran el debate. Freire concluye de esta manera que una pedagogía de la
pregunta no apunta a otra cosa que hacer que el alumno rehaga la pregunta para
aprender a preguntar mejor y así generar un proceso dinámico y dialéctico con
el saber.
Finalmente, apuntando hacia el centro de
nuestro eje problematizador, sobre didáctica y construcción del saber,
concluye: “Una educación de preguntas es
la única educación creativa, apta para estimular la capacidad humana se
asombrarse, de responder a su asombro y resolver sus verdaderos problemas
esenciales, existenciales y de conocimiento”.
Hacer una pedagogía desde la pregunta, pone en cuestionamiento profundo un
modelo de transposición de un saber simplificado, estandarizado, preestablecido
y claramente antidemocrático en lo que respecta a la génesis del conocimiento
que construye y refunda esta dinámica en un proceso claramente diferente y
expansivo.
Profesor investigador en la acción.
Ahora es necesario que reflexionemos sobre
otro elemento importante en la construcción del saber, como es el profesor y su
rol en un proceso de construcción de conocimientos nuevos.
Hoy la escuela dentro de su crisis se
obsesiona con el control, la predicción y el diseño del aprendizaje, como una
manera de asimilar su concepto de calidad a la estandarización, que a ratos
tiene rasgos de paranoia. La escuela y el profesor están normados, vigilados y
tratando de garantizar un producto, como si estuviéramos hablando de un mueble,
un alimento envasado o un producto de mercado.
Cada vez el lenguaje nos habla de algo diferente a lo que la escuela
históricamente hacía: “El alumno es un cliente y hay que servir”. ¿Será eso lo
que debe hacer el profesor: producir?, ¿será la sala de clases un lugar donde
construimos aprendizajes como objetos de valor transable?, ¿será el profesor un
repetidor de experiencia probadas, la extensión de la larga mano de la sociedad
que se extiende hasta las nuevas generaciones para reproducirse a si misma?,
¿será lo de la sala de clase un hecho objetivo, dado y predecible de punta a
cabo?
Otro enorme desafío para una didáctica
alternativa, es el reposicionamiento del profesor en un rol nuevo, que dé
cuenta de su condición de sujeto pensador, cuestionador y reflexivo de su
propia práctica, y que esta acción construya conocimiento del hacer docente. Un
reposicionamiento del profesor como investigador de su práctica, guía en una
pedagogía de la pregunta.
En este sentido, y en el plano de la
construcción profesional del docente, como a su vez en la legitimación de un
conocimiento en y desde el aula, el profesor tiene mucho que decir.
Enfrentado el profesor a la construcción del
acto de enseñar, es que se presentan dos caminos de acción. Asumirse como instrumento
dentro de un proceso y en este caso: “La
concepción que subyace a todas se concreta en el siguiente principio de
intervención: lo importante es ejecutar bien
la técnica de formulación y redacción de objetivos, que consiste en los
siguientes pasos; expresión conductual de objetivo, ejecución de una acción,
condiciones bajo las cuales se va a actuar y criterio de realización aceptable”.
Bajo esta opción, el profesor se sitúa en la
forma de instrumento de reproducción de un proceso, no solo con un contenido dado (currículo), sino además con
un guión de trabajo y de acción, dedicando su atención a la medición del logro
de objetivos y su correspondiente cuantificación. Son así sujetos pasivos,
obviando la complejidad de la realidad del aula y coartando la posibilidad de
protagonismo al profesor, su conocimiento y su capacidad de reflexión crítica
del hacer docente y por último de su postura ante el mundo.
Juan Manuel Álvarez al respecto concluye: “Si a la carencia de explicaciones se le
añade el análisis ideológico latente –sobre todo en cuanto a la concepción de
la educación y del sujeto que se está formando-, sólo nos resta esperar que el
aparato se caiga por su propio peso, víctima de su inaplicabilidad.”.
Quizás esta pueda ser una de las posibles explicaciones de lo crítico que se
puede presentar el proceso de aprendizaje, desnaturalizado, rígido y a-histórico
que presenciamos en la sala de clases.
La otra opción radica en la resignificación
del profesor en su rol dentro del proceso de enseñanza. Una concepción curricular desde la
investigación-acción concibe el proceso como un proyecto en ejecución, en
marcha, inacabado, donde los sujetos junto a constituirse como elementos de él,
lo construyen, estableciendo una relación dialéctica con el conocimiento en la
sala de clases. En este caso, la relevancia esta dada, no por la relación con
el conocimiento, sino la forma en que se construye. Así, el rol de profesor determina
un compromiso profesional con el proceso formativo del alumno y articula
relaciones mucho más complejas con el proceso creativo-formativo, en el que,
tanto él como el alumno, se ven involucrados.
De este modo, “La función del investigador, asignada y asumida por el profesor,
envuelve en una misma dinámica los elementos que desde perspectivas distintas
se contemplan aisladamente. Nos estamos
refiriendo a un replanteamiento de la función docente, que no se
entiende ya como la ejecución de una programación predeterminada, sino como
resultado de una toma de conciencia y una postura personal ante el hecho de
enseñare y de aprender (actividad reflexiva), ante el alumno, ante la sociedad,
y ante un proceso que se vuelve sobre sí mismo como fruto de aquella reflexión,
de aquella concienciación que desemboca en una praxis real y concreta
(reflexión+acción) en el aula. Se trata, en definitiva, de una exigencia de
definición clara de los principios éticos, ideológicos y sociales que
fundamentan la práctica visible escolar y el modo en que ésta se organiza,
haciendo de ella una actividad social crítica y abierta al diálogo. En ese
sentido la relación dialéctica que se establece entre teoría que informa a la
práctica y la práctica que fundamenta la teoría son susceptibles de
modificación. De otro modo se puede caer en el adoctrinamiento a través del
pragmatismo vulgar que somete, que no libera”
Una concepción dialéctica del profesor en
relación a su práctica y en relación al conocimiento, releva su importancia en
el proceso de enseñanza, recomponiendo la relación de estabilidad y cambio que
debe estar presente en el proceso educativo-socializador. El compromiso con el
conocimiento, la cultura y la sociedad, como acto de estabilidad, continuidad y
la posibilidad de lo nuevo, la construcción de un conocimiento desde la praxis
como eje dinámico de la acción docente. Pero no solo eso, la existencia de un
eje dinámico de acción reflexiva, implica, además, establecer una relación
diferente entre el profesor y el alumno, reordenando las relaciones de poder
dentro del aula y re-significando el rol de los actores del proceso de
aprendizaje, llevándolos al plano de la interacción, e incluso haciéndolo más
democrático y flexible, haciendo que el conocimiento surja como producto de los
consensos y las intersubjetividades puestas en acción.
Así, finalmente, un docente como investigador
en la acción desarrolla una compleja conciencia y comprensión de lo que ocurren
en el aula, asumiendo un rol más protagónico en el proceso educativo y la
dimensión pedagógica trascendente.
A modo de conclusión.
El debate recién empieza, pero cobra vigencia
cuando vemos que el paradigma de escuela que tenemos, se presenta con una
tendencia a la profundización de la crisis y cuando vemos que ésta no es
operativa, sino más bien estructural.
Aún queda mucho que decir, pensar y hacer
para el cambio pedagógico. Más aún el cambio
en el aula tiene un camino aún más largo, especialmente pensando que la
posibilidad de asumir cambios en manos del profesor tiene muchos menos de
probabilidades de construirse en el corto plazo. Pero este documento ha querido
posesionar a lo menos dos temáticas relevantes en relación al que hacer en el
aula y que son objeto de preocupación de la didáctica como campo disciplinar.
La relación del aula con el conocimiento es
uno de los tema de suma importancia a reflexionar en lo que respecta con el
trabajo en el aula. La significación, la trascendencia y la pertinencia del
conocimiento que se enseña en al escuela tiene directa relación con el tema del
rol y el sentido de la transposición del saber sabio a saber enseñado en la
escuela. Hoy lo que tenemos es un conocimiento desvinculado del saber sabio, y
más aún, este conocimiento es una mala simplificación del otro, teniendo escasa
posibilidad de ser útil para el alumno para su apropiación del mundo. El
reencuentro con el saber requiere un cambio, que no es menor, ni mucho menos
exclusivamente metodológico, sino requiere la construcción de una pedagogía con
lógicas nuevas, significativas, problematizadoras y trascendentes que den
cuenta de un mundo cambiante, incierto y complejo y no simplificado, complicado
y estático, como el que la escuela pretende mostrar.
Pero no solo eso, el cambio del hacer en el
aula requiere también asumir un profesor diferente, investigador de su
quehacer, crítico, reflexivo, democratizador del conocimiento y articulador de
nuevas relaciones en el aula, no solo con los alumnos, sino también con el
conocimiento y con el mundo social que nos rodea, nos demanda y nos exige
formas de conducta adecuadas a las necesidades del mundo de hoy.
La didáctica se autoconvoca a la construcción
de un campo disciplinar propio en el aula y las temáticas del profesor, el
conocimiento el alumnos son inherentes a su desarrollo, por esta razón, un
modelo de escuela construido desde una lógica diferente, con un aula distinta
es absolutamente necesario para hacer de la educación un proceso social
transformador de las relaciones humanas.
Valenzuela, José Miguel. “De la innovación a la construcción de una
Escuela Alternativa: Primeras Aproximaciones Teóricas.” Trabajo inédito,
presentado en el módulo Construcción del Campo Educativo, Curricular y
Pedagógico. Magíster en Didáctica e Innovación Educativa. Universidad Academia
de Humanismo Cristiano, Santiago, Mayo, 2005.
Interesante es discutir en profundo sobre el sentido mismo que tiene
el quehacer del profesor, entendido este como un arte del enseñar,
irreproductible e imposible de formar, como mera técnica, hecha para ser
transmitida mecánicamente como una buena receta que siempre es predecible desde
el momento en que diseñamos el acto de aprendizaje, o finalmente posesionarnos
en el debate desde el quehacer científico del maestro, quién no reproduce, no
repite, ni crea desde su singularidad genética, sino que se levanta como un
investigador, constructor de saber en y desde el aula y en un acto constante de
reflexión sobre su hacer, pensándose y repensándose siempre. Al respecto es
importante revisar las diferentes posturas del tema. Sarason, Saymur B. “La
enseñanza como arte de representación”. Paidós, Buenos Aires, 2002.
Cap. 5. Págs. 65-89; Fenstermacher, Gary y Soltis, Jonas, “Enfoques de la
enseñanza”, Amorrortu, Buenos
Aires, 1999. Cap. 1, Págs. 15-29 y Cap. 7, Págs. 155-216; Shulman, Lee S. “Conocimiento
y enseñanza”. Estudios Públicos,
Nº 83, 2001. Págs. 163-196.