Domingo Bazán & José Miguel Valenzuela
Pedagogos
I. Sobre la necesidad de mirar la formación de profesores desde la
óptica sociocrítica:
En décadas recientes ha aumentado el valor de la
hipótesis de que la situación y papel de los profesores constituye una variable
incidente en la calidad de la educación, bajo la figura de un proceso social y
formativo denominado “profesionalización”. A partir de este marco referencial y
decisional, la apuesta
por la “profesionalización” ha transitado en los años noventa desde nociones
más tecnificadas y homogeneizadas del rol docente, hacia una comprensión
definida por la producción de conocimiento y la creación situada de respuestas
a problemas emergentes por parte del profesorado.
Se ha señalado, así, que el desafío de la profesionalización docente es uno de los mayores temas a abordar para lograr una transformación social y educacional profunda[5], pues, el profesorado se encuentra ubicado en alguna parte intermedia del largo y sinuoso camino de construcción de la profesión docente y en ningún caso goza de plena legitimidad en cuanto profesional.
Estas
contradicciones en la formación de profesores, hemos señalado[11], adoptan la
forma de tensiones que no permiten un avance real en el desarrollo educativo, haciendo
prácticamente estéril la enorme inversión que ha hecho el país en materia de
educación. Algunas de estas tensiones son las siguientes:
Tensión
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La
formación de profesores se mueve entre:
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1
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Entre las demandas políticas,
sociales y económicas de mejoramiento de la formación de profesores
(exógenas)
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Y las demandas estrictamente pedagógicas (endógenas)
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2
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Entre el cumplimiento de la tradición
universitaria
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Y la atención a las demandas
propias de una Escuela o Facultad que forma profesores.
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3
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Entre la burocracia de las instituciones
formadoras
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Y la reflexión y el diálogo
pedagógico e intersubjetivo que se requiere para formar profesores.
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4
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Entre el discurso de las entidades
formadoras de profesores (nivel de gestión curricular)
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Y las prácticas educativas
efectivamente desarrolladas (nivel de la didáctica)
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5
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Entre una formación que promueve
la aceptación pasiva de la actual estructura normativa, de gestión y de
propiedad de las escuelas
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Y una formación que enfatiza la autonomía
profesional del docente
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6
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Entre una formación del docente fragmentada
y centrada en los contenidos especializados del curriculum de enseñanza
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Y una formación integrada a partir de las dimensiones política y emancipadora que derivan del saber pedagógico. |
7
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Entre una formación que base su comprensión
de la educación en una lectura psicologizada e instrumental
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Y una mirada de la educación que dialogue
críticamente con las otras ciencias sociales.
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8
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Entre una formación que acepta el aula como
territorio educativo
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Y una formación docente que
cuestiona toda la escuela y la cultura escolar como escenarios educativos a
aprovechar y potenciar, incluyendo el espacio extra-escuela
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9
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Entre la necesidad de
desarrollar las competencias profesionales de los nuevos pedagogos
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Y el
esfuerzo pendiente por enriquecer sus dimensiones más comunicativas,
emocionales, convivenciales y metacognitivas
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10
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Entre una formación
centrada en los procesos de enseñanza-aprendizaje
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Y una
formación que potencia la crítica, la reflexión y la investigación en y sobre la escuela y
la docencia
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11
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Entre una concepción de
la diversidad y la innovación de corte objetivista, controladora e
instrumental
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Y una
comprensión crítico-hermenéutica de ambas, que haga de la labor pedagógica
una apuesta por la transformación social de la escuela y la sociedad
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12
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Entre una formación de
profesores adultocéntrica
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Y una formación
que acoja efectivamente la infancia y la juventud como diferencias legítimas
y enriquecedoras.
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Se
ha consignado, además, especialmente en el marco de la educación pública, que diversos
diagnósticos sociales y pedagógicos han dado cuenta de una formación y
desempeño profesional de los profesores y educadores que los ubica en el grupo
de las profesiones menos profesionales. Esto es, como semi-profesiones o, dicho
con más optimismo, en proceso (forzado) de profesionalización[1]. En la denominada
reforma educacional chilena se ha hablado exactamente de “profesionalización
docente” para agrupar un conjunto de medidas y herramientas de intervención
destinadas a mejorar la calidad y el desempeño del profesorado[2]. Algunos estudios
dan cuenta, lamentablemente, de una tarea pendiente en esta materia pese a los
importantes esfuerzos desplegados en las últimas décadas[3].
En este marco,
si queremos comprender la raíz de la demanda de profesionalización es necesario
situarnos en la perspectiva de la modernidad como paradigma de base, escenario
a partir del cual se define y legitima el trabajo y las profesiones modernas.
En efecto, en el mundo moderno el ejercicio de una actividad laboral u oficio
supone niveles altos de especialización y preparación. Estamos hablando de una
sociedad moderna, altamente dinámica y compleja, caracterizada por la división
del trabajo y la diferenciación de roles y funciones, distante de un mundo
premoderno donde la familia era central y donde todos hacían de todo. Hoy día
no todos podemos hacer de todo, no se puede ser profesor, médico y abogado, a
la vez. De hecho, nos preparamos y capacitamos en instituciones reconocidas
formalmente de modo de quedar habilitados para incorporarnos en un ámbito
laboral definido por la división social del trabajo y por la exigencia de contar
con papeles o documentos que avalen dicha especialización. De este modo, tener
una profesión implica ocupar un determinado lugar en la sociedad, implica
poseer un status que depende de lo que la sociedad valora. Así, podemos señalar
que una profesión constituye la manera moderna de ejercer una actividad
legitimada, legitimidad que es supraindividual, pre-existente y simbólica, es
decir, responde al conjunto de valoraciones y creencias que definen lo
importante al interior de la modernidad: racionalidad, experticia,
universalidad, objetividad científica, emancipación, control del entorno,
prestigio social, etc.[4].
Frente a esto,
se ha
hablado desde el aparato estatal de Desarrollo
Profesional Docente (DPD) para apelar a una política pública relativamente
compleja destinada a mejorar el rol, las condiciones laborales y la formación
del profesorado desde categorías sociales, políticas y educativas[6]. Dentro de los
logros asociados a este esfuerzo de política pública se señalan los siguientes[7]:
a) Incremento relativo de la
media de remuneraciones de los profesores.
b) Aumento del interés y calidad académica de
los jóvenes que ingresan a estudiar Pedagogía.
c) Desarrollo de innovaciones en la formación
pedagógica[8]: prácticas tempranas y progresivas, nuevas
formas evaluativas, nuevas prácticas pedagógicas, procesos de integración
pedagógica e inclusión[9], uso de NTICs, incorporación de nuevos
temas (ej.: diversidad y atención a las NEE), entre otras.
d) Establecimiento de estándares para la
formación inicial docente y un Marco para la Buena Enseñanza, que hacen posible
un piso mínimo de evaluación del desempeño docente, incluyendo adecuados Planes
de Superación Profesional (PSP).
Es
claro, entonces, que uno de los temas centrales de las transformaciones
educativas desplegadas en la última década ha sido el de la formación y el
desempeño del profesorado, sin que estemos necesariamente de acuerdo en el
excesivo valor monocausal dado a esta variable para explicar los problemas de
“mala calidad” del sistema educativo en su conjunto. Lo que sí es cierto es
que, desde la mirada crítica, los esfuerzos desplegados han correspondido más
bien a preocupaciones que circulan en el mundo de las políticas públicas revestidas
de un tono técnico y político que invisibiliza los fundamentos sociales y
pedagógicos que la sustentan, haciendo que las iniciativas desarrolladas en
“tiempos de reforma” se vean carentes de sentido o de capacidad de
interpelación de los distintos actores ligados al tema[10]. Más al fondo
del problema, parece ser que estamos ante intervenciones públicas y decisiones educativas
que ignoran las contradicciones del sistema escolar y de la sociedad toda.
Como puede observarse,
cada una de estas tensiones constituye un problema formativo complejo que
amerita una mirada atenta, rigurosa y sistemática; entendiendo por cierto que
una tensión se resuelve dialécticamente, al interior de la polaridad que la
define, como una opción dinámica y provisional, nunca como una dicotomía
cerrada. Se trata de tensiones que obedecen, además, a la falta de opción entre
una pedagogía tecnocrática y una pedagogía emancipatoria[12]. La primera,
rechazando la segunda; la segunda, resignificando y articulando con la primera.
La tecnocrática, centrada en la eficiencia, la aparente neutralidad y el lucro.
La segunda, preocupada del sujeto, la emancipación y la transformación social. Hace
falta, en consecuencia, leer e innovar en la formación de profesores desde una
pedagogía crítica. Pero, ¿cómo hacer eso?
II. Sobre el
camino a recorrer para instalar/profundizar la mirada crítica en la formación
de profesores:
En
coherencia con los planteamientos precedentes, es posible enumerar un conjunto
de orientaciones pedagógicas y de gestión a considerar en un proceso de
innovación destinado a instalar y/o profundizar la mirada crítica en un proyecto
particular de formación de profesores. En este sentido, se recomienda lo que
sigue:
1. Adoptar una opción
de gestión y de formación docente propia, en la cual se acepte que el fundamento
de la formación de profesores es la Pedagogía, entendida esta como la
disciplina concebida para hacerse cargo del fenómeno complejo y
plurisignificativo de la educación, en articulación con otras disciplinas
auxiliares (Psicología, Sociología, Antropología, Biología, etc.), preocupada la
Pedagogía esencialmente de los sentidos o las razones de educar y de elaborar
una respuesta reflexionada al dilema social y ético de mantención o
transformación de las condiciones de vida del hombre moderno.
2. Valorar y
adoptar la concepción pedagógica denominada crítica (sociocrítica,
emancipadora o transformadora),
entendida, entre otros aspectos, como el esfuerzo formativo orientado a
desarrollar pensamiento crítico, autónomo, ético y político entre los
estudiantes, a través de prácticas educativas contextualizadas, pertinentes, constructivistas,
intersubjetivas, dialogales y, sobre todo, liberadoras de cualquier mecanismo
de opresión social o de determinismo moral o político existente en la sociedad.
3.
Acoger la
distinción pedagógica propuesta que articula las dimensiones curriculares y
didácticas de la formación, en la cual lo pedagógico remite a la
disciplina de la profesión docente en su dimensión mayor, mientras que lo
curricular y lo didáctico suponen un subconjunto de la pedagogía, existiendo
entre estos tres ámbitos de la profesión un continuo
necesario de coherencia epistemológica, social y política. Lo curricular
implica gruesamente los saberes a seleccionar en la marcha escolar, mientras
que lo didáctico implica específicamente el proceso de enseñanza y
aprendizaje.
4. Generar un
espacio permanente de discusión y de unificación de sentidos con respecto a
las dimensiones éticas, políticas y epistemológicas de la pedagogía crítica a
adoptar, especialmente en lo que respecta a:
a) La
versión del pensamiento crítico que
adoptará la carrera y la escuela en innovación, en términos de asimilar las
tensiones: hermenéutica o emancipadora; cognitiva o sociopolítica; racionalista
o emocional/corporalista.
b) La
profundidad de la perspectiva crítica
que adoptará la carrera y la escuela en innovación, en cuanto a su adopción
explicita y gradual, ya sea en el perfil de egreso, en algunas líneas de la
formación profesional o sólo en cuanto a su incorporación temática en algunos
cursos.
c) Los
principios centrales de la didáctica
crítica a desarrollar en la formación de profesores, entendido como el
proceso deliberativo de configurar sistemáticamente aquellos principios
didácticos que orientan la práctica pedagógica cotidiana de la carrera en
innovación y que se puedan declarar y socializar en documentos oficiales de la
institución.
5. Propiciar
espacios de alineamiento y articulación entre la misión y visión de la carrera
de pedagogía en innovación, la escuela a la que pertenece y la propia
Universidad. Esto implica garantizar participativa y reflexivamente que la
comunidad comparte una base común de referentes éticos y políticos en cuanto a
la naturaleza de la vida universitaria, la formación de profesores y, sobre
todo, el perfil de egreso de un profesor.
6. Implementar un
proceso interno de alineamiento y articulación en torno a una
mirada crítica de la educación y la didáctica entre los distintos académicos de
la institución, considerando diferencias generacionales y de sensibilidades
epistémico-pedagógicas existentes.
7. Desplegar en el proceso
de innovación una modalidad de gestión adecuada
que tenga en cuenta los siguientes elementos de una innovación pedagógica de
base sociocrítica[13]:
a) Toda
innovación de carácter sociocrítica tiene puesto el foco en la mentalidad y las
creencias de las personas, apuntando a transformaciones en la cultura
organizacional.
b) Por
lo tanto, deber considerarse en el proceso de innovación la idea de gradualidad
en el cambio esperado, esto es, planificar un cierto ritmo de transformación,
que no deje sensibilidades lastimadas o actores sin considerar.
c) Debe
tomarse en cuenta, además, las dificultades propias que implica el
cuestionamiento de las propias prácticas (resistencias al cambio, conflictos, puntos
de vista disímiles, etc.).
d) Debe
desarrollar condiciones permanentes para enriquecer la comprensión de la mirada
pedagógica hermenéutico-crítica, en términos de profundizar los distintos
autores y tópicos que han sido trabajados por la comunidad académica nacional e
internacional, en una suerte de Taller de
Análisis Pedagógico Crítico (TAPC) que resguarde y promocione el saber
pedagógico en construcción al interior de la Universidad.
e) La
metodología del proceso innovativo es en si misma una innovación para muchas
personas, pues, debe considerar espacios adecuados de discusión, dialogicidad e
intersubjetividad, en el idea de establecer acuerdos o entendimientos
suficientemente argumentados y consensuados, mostrando la unidad en la
diversidad. En ningún caso una innovación crítica debe tener como expectativa
la uniformidad del pensamiento de los miembros de la comunidad.
f) Sin
perjuicio de lo anterior, la innovación debe contar con un conjunto mínimo de
certezas y opiniones adecuadamente fundamentadas. Esto se consigue con la
exigencia de entregar propuestas formalmente presentadas, por escrito y sobre
la base de los insumos teóricos y epistemológicos que sean necesarios. La idea
es superar una mera “opinología” en la discusión académica.
g) Finalmente,
se recomienda la configuración de un liderazgo formal junto con uno no formal.
El formal se refiere a los responsables formales del proceso. Lo no formal se
refiere a aprovechar el carisma y liderazgo de personas que, al interior del
grupo, son respetados y que, además, tienen la experiencia previa de la gestión
académica e institucional.
8. El proceso de
innovación curricular y didáctica a desarrollar debe aprovechar claramente
aquellos aspectos considerados “saberes previos” de la unidad formadora de
profesores, tales como:
a) Los
altos niveles de motivación explicitados por los distintos miembros de la
comunidad educativa, si los hubiere.
b) La
existencia declarada, de ser el caso, de un contexto institucional de
validación/legitimación de los intereses formativos de la carrera que lidera o
ejecuta la innovación.
c) La
estabilidad de las innovaciones pedagógicas precedentes, de haberlas, sugiere una comunidad que interioriza y
defiende los pasos dados en el tiempo (aunque también puede ser leído como una
cierta resistencia al cambio).
d) La
necesidad de articular convenientemente la tradición y el cambio, recuperando
las prácticas actuales y resignificando positivamente lo labor realizada a
fecha, entendidas como el piso a partir del cual se hará la innovación y no
como un escenario a borrar de la historia de la comunidad educativa.
e)
La
diversidad de actores que conforman el grupo innovador, con experiencias
disímiles y expectativas diferentes, aporta una base plural y enriquecedora
para pensar y vivir la innovación deseada.
9. Incorporar en el
perfil de egreso de la carrera las nuevas dimensiones derivadas de la mirada
pedagógica crítica a adoptar, en términos de:
a) Competencias
y actitudes emanadas del enfoque crítico, como es, por ejemplo: para la
investigación científica, para el resguardo y desarrollo de los derechos
humanos, para la resignificación y liberación del cuerpo, para la articulación
de la teoría y la práctica, para la integración de lo disciplinario y lo
educativo, etc.
b) Abordaje
y resignificación de temas no usuales de la educación, en general, tales como
la autonomía profesional, el pensamiento crítico, la atención a la diversidad,
la noción de innovación, el sentido de la didáctica y del curriculum, entre
otros.
c) Abordaje
y resignificación de nuevos temas de la formación de profesores, tales como el
cuerpo y el placer, el juego, la normalidad, la participación política, el
disciplinamiento, la salud, el género, el sedentarismo, el ecologismo, el
desarrollo de las emociones, entre otros.
d) Análisis
y renovación de las prácticas pedagógicas necesarias para dotar de coherencia interna
a la perspectiva pedagógica-crítica en construcción, como es, por ejemplo, la
línea de formación profesional, espacios de interacción entre teoría y
práctica, desarrollo de competencias básicas, proceso de indagación y
construcción de saberes pedagógicos, entre otros.
10. Iniciar un
proceso intencionado y sistemático de diseño y análisis de buenas prácticas
evaluativas
al interior de la formación de profesores, en coherencia con una didáctica
crítica en construcción y que articule la tensión subjetividad/objetividad en
la determinación, comprensión y mejoramiento de los aprendizajes de los nuevos
pedagogos.
11. Desarrollar
mecanismos de gestión que integren y vehiculicen la mirada crítica de la
formación de profesores en las distintas dimensiones del quehacer
universitario, esto es, la docencia, la extensión, la investigación y las
publicaciones. Esto implica asumir que la pedagogía crítica no es un contenido
formativo neutral (como texto), sino que se trata de una comprensión de la
pedagogía que necesariamente ha de proyectarse en la gestión universitaria y en
el conjunto de la vida institucional (como pretexto y contexto formativo).
12. Finalmente, es
necesario desarrollar un sistema de seguimiento de la innovación coherente con
la postura epistemológica de la comunidad, identificando claramente los
hitos y focos de la innovación (v.g.: la actitud formativa de los profesores,
resignificación del rol del profesor, noción de normalidad y diversidad en uso,
etc.), junto con las metodologías y procedimientos evaluativos a emplear (más
de carácter emic que etic).
[1] Véase Davini, M. c. (1995). La formación docente en cuestión: política y
pedagogía. Buenos Aires: Paidós. Esta autora conecta la profesionalización
con la falta de autonomía profesional, resaltando nítidamente las dimensiones
políticas y de control burocrático que conlleva la profesionalización docente.
Afirma que el maestro nunca ha sido autónomo, pero que hoy lo es menos que
ayer.
[2] En general, se
ha argumentado que la profesión docente ha vivido complejos procesos históricos
y sociales que han resultado regresivos y antiprofesionalizantes, configurando
un docente típicamente proletarizado, desintelectualizado y carente de un
discurso transformador o sociocrítico. La crítica más evidente, en todo caso,
se refiere a su desempeño profesional en cuanto el profesorado no demuestra
eficiencia en provocar que sus alumnos aprendan más. Cfr. González, L. (2002). Construcción de la Autonomía Profesional
Docente. Una mirada al interior de los procesos formativos de la Carrera de
Educación Básica de la UAHC. Tesis
para Optar al Grado de Magíster en Investigación Educativa. Santiago:
Universidad Academia de Humanismo Cristiano.
[3] Algunos
diagnósticos, incluso, han causado un gran desánimo en Chile entre las instituciones
formadoras de pedagogos. Cfr. OCDE (2004). Revisión
de políticas nacionales de Educación. INFORME.
Santiago de Chile: OCDE.
[4] Esto remite a uno de los parámetros más relevantes de
las profesiones: la capacidad para producir saberes propios. Como las
profesiones tienen que ver con el mundo moderno y lo que se valora hoy día es
la producción de conocimiento científico (a la manera de las ciencias
naturales, positivistas o dominantes, o sea, con leyes universales, con
objetividad, etc.), las profesiones
ameritan tener sostenida actividad científica.
[5] En los recientes
procesos de reforma educacional se ha diseñado un conjunto importante de
acciones orientadas por esta idea de profesionalización, destacando, entre
otros, a) los programas de perfeccionamiento fundamental del profesorado, b)
las becas y pasantías al extranjero, c) el programa de fortalecimiento de la
formación inicial docente (en el caso chileno, el llamado: FFID) y d) la
construcción de estándares de desempeño docente en el marco de la buena
enseñanza. Para una mirada más global, véase: Rivero, José (2000). Educación y Exclusión en América Latina. Reformas en tiempos de
globalización. Lima: CIPAE/Tarea.
[6] Ver: Beca, C.E. et. al. (2006). Hacia una Política de Desarrollo Profesional
Docente. Santiago: MINEDUC, Serie Bicentenario.
[7] Cfr. MINEDUC (2005). Informe Comisión sobre Formación Inicial Docente. Santiago:
MINEDUC, Serie Bicentenario.
[8] Un ejemplo de innovación, aunque abortada,
está en: Ruz, J. et. al. (1998). Una
Nueva Estrategia para la Formación de Profesores. Santiago: Universidad
EDUCARES.
[9] Estos temas están implicando ajustes en la
formación de profesores. Ofreciendo a los profesores en ejercicio materiales y
metodologías para hacer inclusión, cursos simples y complejos para entrar en el
tema o innovando en la formación inicial, incorporando cursos y prácticas
especializadas sobre diversidad e inclusión. Cfr. UNESCO (2004). Temario Abierto sobre Educación Inclusiva.
Materiales de apoyo para responsables de Políticas Educativas. Santiago:
UNESCO. El texto concluye mostrando un panorama optimista del problema pero con
muchas dudas sobre la efectividad de las medidas tomadas en distintos países,
resaltando que un nudo sensible de estos desafíos es lo referido a cambios en
los formadores de formadores, esto es, en la formación inicial docente.
[10] Un estudio reciente señala como variables
incidentes en las innovaciones desarrolladas en la formación de profesores:
estar situados en la realidad del centro de formación, potenciar el optimismo,
ser lideradas por la comunidad, adaptar las nuevas estructuras organizativas
del centro a las nuevas demandas pedagógicas y, especialmente, contar con el
sustento de un marco teórico acerca de la visión del docente, la escuela, la
educación y la sociedad. Cfr. UNESCO (2006). Modelos innovadores en la formación inicial docente. Estudios de casos
de modelos innovadores en la formación docente en América Latina y Europa.
Santiago: OREALC/UNESCO.
[11] Bazán, D. (2008). El Oficio del Pedagogo. Rosario: HomoSapiens.
[12] Como ha sido sugerido en Ruz, J. (Editor)
(1992). Una Nueva Actitud Formativa. Santiago:
CPU/Universidad Educares.
[13] Cfr. Bazán, D.; González, L. y Larraín, R.
(2004). Sociocretividad y Transformación.
Santiago: UAHC.
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