Por Sergio Zenteno
Estudiante
de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales, UAHC
Poder y
educación constituyen dos conceptos estrechamente ligados. Desentrañar las
múltiples formas en que el poder se expresa, produce o transforma en el campo
educativo constituye, sin duda, un campo de reflexión abierto y plagado de
posibilidades. En lo que sigue, se busca desplegar una aproximación preliminar a
distintas concepciones del poder, de modo de reconocer su presencia en la
sociedad.
En primera
instancia, podemos afirmar que existen varios tipos de poder que han controlado
al hombre (inclusive hasta hoy) y que diversos autores han aportado sus
visiones con respecto al tema. Aquí, nos enfocaremos en tres autores, en donde
seremos capaces de distinguir de forma clara tales tipos de poder, realizando
una serie de comparaciones entre ellas, y resolviendo cuáles de ellas son
legítimas y bajo qué criterio. Primero, partamos definiendo el concepto de
libertad según Benjamín Constant, quien nos dice: “Es el derecho de cada uno a expresar a no estar sometido más que a la
leyes, el derecho de cada uno a expresar su opinión, el derecho de cada uno a
reunirse con otras personas, el derecho de cada uno a influir en la
administración del gobierno”[1].
Habiendo
dejado en claro esta definición, el autor nos plantea que existe un tipo de
libertad muy diferente a la que nosotros conocemos. Es acá donde se hace la distinción
entre la libertad antigua y la libertad moderna, donde ésta última hace
referencia principalmente a su desarrollo de forma colectiva, es decir, tendiendo
como objetivo principal el bien común para toda la comunidad, situación en la
que las relaciones de ayuda recíprocas eran bastante común. Sobre la libertad
moderna, se produce un cambio en el comportamiento del individuo que pasa de
ser colectivo a ser de forma individual, pero, en este sentido, sería implicando
riesgos para asumir esa definición ya que, si bien se habla de movimientos
individuales, éstos mismos se relacionaban con personajes que también buscaban una
libertad individual, por lo tanto se estaría hablando de cierta forma de
minorías en comparación con el resto de la comunidad.
Ahora, con
respecto al medio de conseguir los fines, se plantea que tanto el comercio como
la guerra son formas adecuadas de conseguir un propósito. Inclusive, podríamos
afirmar que la única y gran diferencia -en este contexto- entre ambos elementos
es que el primero es una forma pacífica de conseguir un fin, mientras que en la
guerra se recurre a la violencia, a la fuerza bruta, para conseguir un fin. Si
bien es una forma pasiva de conseguir las cosas, no deja de ser una forma de
dominación que condiciona al hombre en su estilo de vivir y, por ende, puede estar
en desaprobación con este modo pero, al final, terminará aceptándolo ya que de
todas formas se busca evitar los conflictos que atenten contra el hombre.
Adicionalmente,
podemos señalar que tal cambio repercutió de forma crucial en el desarrollo de
la sociedad como, de hecho, lo declara Constant: “Por último, gracias al comercio, a la religión, a los progresos
intelectuales y morales de la especie humana, ya no hay esclavos en las
naciones europeas”[2].
Esto significo
que cada ser debía mantenerse y valerse por si mismo, quitándole el tiempo que
dedicaba en sus asuntos. El comercio, según lo planteado por el autor, inspiró
al hombre a apreciar la independencia individual (Constant, 1820), sin que la
autoridad o el Estado tenga la necesidad de intervenir en aquellos asuntos ya
que, en teoría, son temas privados (pero en la realidad, tal hecho no ocurre).
Inclusive, el mismo autor da su opinión con respecto a este asunto: “Esta intervención es siempre una molestia y
un estorbo. Siempre que el poder colectivo quiere mezclarse en operaciones
particulares, perjudica a los interesados. Siempre que los gobiernos pretenden
hacer nuestros negocios, los hacen peor y de forma más dispendiosa que
nosotros”[3].
Éste, en
definitiva, sólo era un tipo de poder, una forma de control que poseía el Estado
frente a sus súbditos, un tipo de política que controla la sociedad y, sobre
éste último punto, podemos hacer mención a Aristóteles ya que éste fue uno de
los primeros en referirse al tema de la dominación y a las clases de poder.
También se destacó por dar su visión sobre la sociedad y referir a ciertos
elementos que constituyen a esta misma y a sus súbditos (en teoría), tales como
la felicidad, la virtud y la política, entre otros elementos.
Tales conceptos -nombrados
anteriormente- son factores principales para Aristóteles ya que la felicidad,
en primera instancia, es el bien supremo, el fin al cual están destinadas todas
nuestras acciones, dándole el carácter de ser universal y necesaria. Empero, no
resulta fácil aceptar tal definición ya que la felicidad, según Aristóteles, no
es la misma para todos, es un elemento que va cambiando en relación con los
hombres, ya que no todos tenemos la misma percepción de libertad, por lo tanto,
ésta última perdería su carácter de universal y necesaria (Aristóteles, 2007).
Sobre la política podemos decir que es considerada la ciencia que investiga
cómo llegar al bien supremo (felicidad) pero, al considerarla como tal, se
presupone que es una ciencia práctica basada en la experimentación, por lo
tanto, no es una ciencia exacta y, por consiguiente, sólo se recomienda
practicarla a quienes hayan alcanzado la suficiente madurez que ésta exige. No
es posible recomendarla para los jóvenes, ya que al no tener la suficiente
madurez, pueden perderse en su pasión y dejar que ésta los controle. Y,
finalmente, llegamos a la virtud, sobre ésta podemos decir que es la excelencia
lo mejor que puede tener el hombre, es decir, la razón y, por consiguiente, la
sabiduría frente a un fin practico, el cual dependerá netamente de las
decisiones del individuo (Aristóteles, 2007). El hombre siempre está en
tensión, en donde en un extremo están sus intereses, sus inclinaciones y, por
otro lado, está lo que la razón, aquella que le dice qué es lo que realmente
debe hacer -una especie de guía- y, en éste ámbito, la virtud vendría siendo el
punto medio de aquella tensión.
Una vez
explicado los elementos principales que componer al ser, bajo la visión
aristotélica, siguiendo esta línea de pensamiento, podemos hacer referencia a
las clases de poder que el autor alude, en cuanto al ámbito de una comunidad y, a su vez, dentro
de la “casa” (ya que ésta conforma la comunidad, según las palabras del autor),
en donde mencionaremos el rol de la mujer, del esclavo y la del hijo.
Para
Aristóteles, el hombre es un ser social por naturaleza, y en uno de sus textos
podemos confirmar tal afirmación: “La
razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier abeja y que
cualquier otro animal gregario, es clara. La naturaleza, pues como decimos, no
hace nada en vano. Sólo el hombre posee la palabra”[4].
De este modo, todo
Estado está conformado por una serie de asociaciones de familias que tienden a
un bien común, siendo éste el objeto más importante para esta asociación de
tipo política ya que, según nos dice el autor, como en toda asociación que
forma el hombre, sólo hacen o hacen cumplir lo que les parezca bueno. Las bases
en el núcleo familiar se dan en formas de relación, en las cuales podemos
encontrar la de señor y esclavo, esposo y mujer, padre e hijo, todas ellas de
tipo natural, ya que la naturaleza ha creado seres para mandar y otros para
obedecer, donde el que está dotado de razón y previsión será el dueño y el que,
por sus facultades corporales sea capaz de obedecer y cumplir las órdenes, será
el esclavo (Aristóteles, 1986).
Como nos
referíamos anteriormente, es posible reconocer un tipo de poder aun siendo pertinente
a un pequeño grupo humano. Acá observamos la administración de la familia, que reposa
en tres tipos de poder: el de señor, padre y esposo, según quien sea el
gobernado, esclavo, hijo, mujer. Sobre estos dos últimos, se les considera como
seres libres pese a estar sometidos bajo la autoridad del hombre, ya que
cumplen su rol natural de ser seres que obedezcan y/o que cumplan las órdenes.
Ahora bien, si
pensamos que por naturaleza la gente esta predestinada a cumplir el rol que le fue
asignado previamente, entonces, es posible afirmar que los esclavos están –en
cierto modo- en el lugar correcto en esta sociedad. Pero tampoco podríamos
tener la absoluta certeza sobre este punto ya que, si bien la propiedad es un
elemento de la naturaleza humana, dentro de ésta el esclavo es la propiedad
viva y éste no es sólo un esclavo sino que depende de su señor de forma
absoluta, convirtiéndose en propiedad como instrumento de uso, pero
absolutamente individual al ser un hombre de otro hombre (Aristóteles, 1986).
Esta afirmación es posible reforzarla con estas palabras del autor: “Cuál es la naturaleza y cuál la función del
esclavo resulta claro de lo expuesto. El que siendo hombre no se pertenece por
naturaleza a sí mismo, sino que es un hombre de otro, ése es, por naturaleza,
esclavo.”[5].
Si el esclavo es
un bien de adquisición estaría conformando lo que se denomina crematística lo
que, en simples palabras, se entenderá como el arte de adquisición y/o de
almacenamiento de lo necesario para la casa o ciudad para tener una buena vida.
Sobre este contexto no es posible considerar que sea una forma que proporcione
una buena vida (al menos, desde un punto de vista moral) ya que, su único bien
es la acumulación de dinero y, por consiguiente, el hombre caería en un deseo vacío
que sería incapaz de suplir, pues, el dinero en sí no tiene un fin verdadero,
es decir, su propósito es redundante (claro que, de cierta forma, puede otorgar
al individuo una cierta posición de poder que sólo la riqueza es capaz de
entregar, pero este punto lo discutiremos más adelante).
Habiendo ya
explicado los poderes que son posibles de encontrar en una casa, pasaremos a
analizar los poderes que son capaces de ser observados en una comunidad. En principio,
diferenciaremos la imagen de un buen hombre con respecto a un buen ciudadano ya
que, al parecer, estos elementos no son lo mismo. El buen hombre tiene la
particularidad de tener un comportamiento aceptable, posible de ser catalogado
como “bueno” ya que, independiente del régimen en que se encuentre éste
individuo, siempre obedecerá las leyes que se le impongan. A diferencia del
buen ciudadano, quien también es un sujeto que obedece las leyes que se le
impongan, su actitud y su comportamiento, irán variando según el régimen en que
le toque convivir, abriendo la posibilidad de que, en un tipo de gobierno
diferente, su comportamiento pase a ser revolucionario, debido al descontento
que éste le provoque. Ahora, según la visión aristotélica, un ciudadano será
aquel hombre político que es o puede ser dueño de ocuparse, tanto personal como
colectivamente, de los intereses comunes y que tenga también participación
activa en los asuntos políticos (Aristóteles, 1986). El ser ciudadano no depende
del domicilio, pues, esclavos y extranjeros también poseen uno; tampoco
proviene del derecho de realizar una acción jurídica porque esto lo pueden
hacer las personas que no son ciudadanos. La característica distintiva del
ciudadano es que precisamente gozaba de funciones políticas y judiciales
(Aristóteles, 1986).
Ahora bien,
refiriéndonos a los regímenes o formas de gobierno, estos son posibles de
clasificarlos en dos grandes grupos, según el interés que persigan, como, por
ejemplo, las constituciones que determinan la organización del Estado, donde
podemos encontrar las impuras. Éstas
se llaman así porque están hechas en relación del interés personal de los
gobernantes, o sea, no son más que una corrupción de las buenas constituciones,
como ejemplo podemos mencionar la tiranía que se entiende como fin, el interés
personal del monarca. Otro ejemplo seria la oligarquía, que se entiende como
fin, el bien personal de los ricos (Aristóteles, 1986).
Sobre las
constituciones puras, llamadas así ya
que son hechas con vistas al interés general y practican de forma rigurosa la
justicia. Entre los ejemplos podemos encontrar la monarquía, que es el gobierno
de uno sólo; la aristocracia, que se entiende como el gobierno de una minoría
conformada por hombres de bien; y, por último la república, que se entiende
como el gobierno de la mayoría (Aristóteles, 1986).
Todas estas
formas de poder estaban legitimadas y estaban de acuerdo a la época en que se
estaba viviendo, también eran desarrolladas en relación a los cambios que tenía
el hombre en su sociedad. Gran parte de estas formas de poder eran tomadas
suponiendo de buena forma que la mejor manera de llevar una sociedad a un buen
desempeño era a través de un trabajo colectivo, cuyas relaciones de ayuda
recíproca pudieran ser tan fluidas como el agua misma. Pero el gran problema de
este asunto era que, en primera instancia, toda decisión era adoptada con el
propósito de favorecer al grupo mayoritario de una comunidad. Siendo ésta la
realidad, aquella minoría siempre resultaba perdedora a la hora de tomar
decisiones importantes en la sociedad, lo que conllevó a que esta minoría
empezara a tomar -con más fuerza- las primeras ideas individualistas ya que, de
otra forma, no podrían verse beneficiados, ello significó una serie de luchas
por hacer valer la opinión individual por encima del resto.
Es acá donde el
autor John Stuart Mill tiende a cobrar mayor relevancia, pues, este personaje
fue uno de los primeros pensadores ilustres en defender esta postura. Si bien Mill
también afirma que el bienestar es, en si mismo, el objetivo social (Mill,
2004) no justifica la intervención del Estado en ciertos aspectos (es posible
encontrar ciertas semejanzas con el autor Constant, ya que ambos, en cierta
medida apelan a que la libertad individual tiene más validez que la colectiva).
Una de las
primeras preguntas que se hace Mill es sí realmente existe la libertad, hasta
donde llegaría los límites del poder de la sociedad sobre el individuo.
Entonces, acá aparecerá un nuevo elemento que debemos considerar, que es la
voluntad popular que, en teoría, vendría
siendo la voz del pueblo. Tampoco podemos tener certeza sobre este concepto ya
que, como hemos dicho anteriormente, la voluntad popular será aquella que sea
mayoritaria, excluyendo a las minorías. Mill, sólo nos dirá que el único poder
que se justifica, cuando se ejerce sobre un individuo, será aquel que afecte de
forma directa a otro individuo, aun yendo contra la propia voluntad del tipo
que ejerce de forma errónea su libertad. Tal argumento se sostiene en base al
concepto de paternalismo, previamente ya señalado (Mill, 2004).
En este punto
cobra gran importancia la propiedad, ya que con ella nacen los derechos y las
elecciones de lo que el individuo sea capaz de exigir (surge las propiedades
privadas, pero no de consumo). Una de
las premisas que el autor plantea es que la suma de los intereses individuales
conforma el interés social. Además, por más equívoco que pueda estar una
libertad (o al menos la idea), no se puede censurar, sino ya no estaríamos
buscando el bien común, ya que estaríamos pasando por el encima de los demás.
Sobre éste
último punto podríamos señalar que tal situación irá variando según el régimen
en que nos podamos encontrar (retomando las primeras ideas de Aristóteles) ya que según la organización del Estado, el
individuo irá reaccionado en relación al modo en que se le trate. Mill usará la
tiranía como forma de explicar el abuso de poder y de intervención social.
¿Cómo limitar el poder de un tirano?, este caso es típico en este campo de acciones
ya que, como la palabra lo dice, el gobernador es un tirano que asume el poder de
forma ilícita, en donde detrás del cabecilla, posiblemente, habrá más gente
corrupta. Sin un organismo que lo regule directamente, tendrá toda la libertad
de intervenir en temas netamente ajenos sin ningún tipo de remordimiento. Ante
esta desolada acción, la gente con ideales individualistas quedaría, al parecer,
fuera del marco de la ley, produciéndose una especie de vacio legal. Son estos
tipos de acciones los que Mill rechaza tajantemente, apelando nuevamente a la
revalorización a la libertad individual.
Finalmente, para
concluir estas reflexiones, diremos que es posible sostener que toda forma de
poder que gobernó en distintas épocas de la historia del hombre puede ser
justificada, ya sea porque estaban correctamente aplicadas en relación con el
tiempo-espacio de la época o porque es lo que correspondía a las circunstancias
y al contexto. Hoy es la democracia quien rige el estilo de vida actual, es
decir, es la organización que nos impone el orden y nos dice cómo debemos comportarnos,
pero ¿realmente podemos decir que esto es una democracia?... un sistema donde
la libertad tenga tantas condiciones y ciertas obligaciones que, de cierta
forma, opacan lo que es la libertad. Si nos detenemos a pensar, podemos
concluir que, en la realidad no existe la libertad, solo tenemos una vaga
percepción del concepto original, ya que si nos remontamos a las antiguas ideas
de libertad, no se podría concebir tal idea en nuestros tiempos actuales,
porque no habría ningún respeto con el espacio del otro. Empero, en este
sentido, esto no significa que sea algo malo, es más, me atrevería a decir que
es bueno ya que (en lo personal) creo que el ser humano, por naturaleza, es un
ser salvaje que necesita reglas que lo mantengan controlado, ya que no es lo
suficientemente civilizado como para mantener un buen autocontrol. Hoy es la democracia,
en el mañana puede ser otro tipo de organización, y cualquiera que sea, será
aceptada, ya que sólo responderá a la necesidad del contexto en que se desarrolle.
Referencias:
1. Aristóteles (2007) Ética Nicomaquea, Buenos Aires: Colihue Clásica.
2. Aristóteles (1986) Política, Libro I y III, Madrid: Alianza Editorial.
3. Constant, Benjamín, (1820) De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos. Madrid: Imprenta de la Compañía.
4. Mill, John Stuart, (2004). Sobre la libertad. Madrid: Editorial EDAF S.A.
2. Aristóteles (1986) Política, Libro I y III, Madrid: Alianza Editorial.
3. Constant, Benjamín, (1820) De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos. Madrid: Imprenta de la Compañía.
4. Mill, John Stuart, (2004). Sobre la libertad. Madrid: Editorial EDAF S.A.
[1] Ver Constant, B. (1820). De la libertad de los antiguos comparada con
la de los modernos. Madrid: Imprenta de la Compañía. Pág. 259-260.
[2] Constant, B. (1820). Op. cit. Pág.
265.
[3] Ibíd., Pág. 266.
[4] Aristóteles (1986). Política, libro I, Madrid: Alianza
Editorial. Pág. 48.
[5] Aristóteles (1986). Op. Cit.
Pág. 51.
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