11 de diciembre de 2013

Poder, libertad y sociedad: una mirada histórica y contextualizadora



Por Sergio Zenteno
Estudiante de Pedagogía en Historia y Ciencias Sociales, UAHC


Poder y educación constituyen dos conceptos estrechamente ligados. Desentrañar las múltiples formas en que el poder se expresa, produce o transforma en el campo educativo constituye, sin duda, un campo de reflexión abierto y plagado de posibilidades. En lo que sigue, se busca desplegar una aproximación preliminar a distintas concepciones del poder, de modo de reconocer su presencia en la sociedad.

En primera instancia, podemos afirmar que existen varios tipos de poder que han controlado al hombre (inclusive hasta hoy) y que diversos autores han aportado sus visiones con respecto al tema. Aquí, nos enfocaremos en tres autores, en donde seremos capaces de distinguir de forma clara tales tipos de poder, realizando una serie de comparaciones entre ellas, y resolviendo cuáles de ellas son legítimas y bajo qué criterio. Primero, partamos definiendo el concepto de libertad según Benjamín Constant, quien nos dice: “Es el derecho de cada uno a expresar a no estar sometido más que a la leyes, el derecho de cada uno a expresar su opinión, el derecho de cada uno a reunirse con otras personas, el derecho de cada uno a influir en la administración del gobierno”[1].

Habiendo dejado en claro esta definición, el autor nos plantea que existe un tipo de libertad muy diferente a la que nosotros conocemos. Es acá donde se hace la distinción entre la libertad antigua y la libertad moderna, donde ésta última hace referencia principalmente a su desarrollo de forma colectiva, es decir, tendiendo como objetivo principal el bien común para toda la comunidad, situación en la que las relaciones de ayuda recíprocas eran bastante común. Sobre la libertad moderna, se produce un cambio en el comportamiento del individuo que pasa de ser colectivo a ser de forma individual, pero, en este sentido, sería implicando riesgos para asumir esa definición ya que, si bien se habla de movimientos individuales, éstos mismos se relacionaban con personajes que también buscaban una libertad individual, por lo tanto se estaría hablando de cierta forma de minorías en comparación con el resto de la comunidad.           


Ahora, con respecto al medio de conseguir los fines, se plantea que tanto el comercio como la guerra son formas adecuadas de conseguir un propósito. Inclusive, podríamos afirmar que la única y gran diferencia -en este contexto- entre ambos elementos es que el primero es una forma pacífica de conseguir un fin, mientras que en la guerra se recurre a la violencia, a la fuerza bruta, para conseguir un fin. Si bien es una forma pasiva de conseguir las cosas, no deja de ser una forma de dominación que condiciona al hombre en su estilo de vivir y, por ende, puede estar en desaprobación con este modo pero, al final, terminará aceptándolo ya que de todas formas se busca evitar los conflictos que atenten contra el hombre.

Adicionalmente, podemos señalar que tal cambio repercutió de forma crucial en el desarrollo de la sociedad como, de hecho, lo declara Constant: “Por último, gracias al comercio, a la religión, a los progresos intelectuales y morales de la especie humana, ya no hay esclavos en las naciones europeas”[2].

Esto significo que cada ser debía mantenerse y valerse por si mismo, quitándole el tiempo que dedicaba en sus asuntos. El comercio, según lo planteado por el autor, inspiró al hombre a apreciar la independencia individual (Constant, 1820), sin que la autoridad o el Estado tenga la necesidad de intervenir en aquellos asuntos ya que, en teoría, son temas privados (pero en la realidad, tal hecho no ocurre). Inclusive, el mismo autor da su opinión con respecto a este asunto: “Esta intervención es siempre una molestia y un estorbo. Siempre que el poder colectivo quiere mezclarse en operaciones particulares, perjudica a los interesados. Siempre que los gobiernos pretenden hacer nuestros negocios, los hacen peor y de forma más dispendiosa que nosotros”[3].

Éste, en definitiva, sólo era un tipo de poder, una forma de control que poseía el Estado frente a sus súbditos, un tipo de política que controla la sociedad y, sobre éste último punto, podemos hacer mención a Aristóteles ya que éste fue uno de los primeros en referirse al tema de la dominación y a las clases de poder. También se destacó por dar su visión sobre la sociedad y referir a ciertos elementos que constituyen a esta misma y a sus súbditos (en teoría), tales como la felicidad, la virtud y la política, entre otros elementos.


Tales conceptos -nombrados anteriormente- son factores principales para Aristóteles ya que la felicidad, en primera instancia, es el bien supremo, el fin al cual están destinadas todas nuestras acciones, dándole el carácter de ser universal y necesaria. Empero, no resulta fácil aceptar tal definición ya que la felicidad, según Aristóteles, no es la misma para todos, es un elemento que va cambiando en relación con los hombres, ya que no todos tenemos la misma percepción de libertad, por lo tanto, ésta última perdería su carácter de universal y necesaria (Aristóteles, 2007). Sobre la política podemos decir que es considerada la ciencia que investiga cómo llegar al bien supremo (felicidad) pero, al considerarla como tal, se presupone que es una ciencia práctica basada en la experimentación, por lo tanto, no es una ciencia exacta y, por consiguiente, sólo se recomienda practicarla a quienes hayan alcanzado la suficiente madurez que ésta exige. No es posible recomendarla para los jóvenes, ya que al no tener la suficiente madurez, pueden perderse en su pasión y dejar que ésta los controle. Y, finalmente, llegamos a la virtud, sobre ésta podemos decir que es la excelencia lo mejor que puede tener el hombre, es decir, la razón y, por consiguiente, la sabiduría frente a un fin practico, el cual dependerá netamente de las decisiones del individuo (Aristóteles, 2007). El hombre siempre está en tensión, en donde en un extremo están sus intereses, sus inclinaciones y, por otro lado, está lo que la razón, aquella que le dice qué es lo que realmente debe hacer -una especie de guía- y, en éste ámbito, la virtud vendría siendo el punto medio de aquella tensión.

Una vez explicado los elementos principales que componer al ser, bajo la visión aristotélica, siguiendo esta línea de pensamiento, podemos hacer referencia a las clases de poder que el autor alude, en cuanto al  ámbito de una comunidad y, a su vez, dentro de la “casa” (ya que ésta conforma la comunidad, según las palabras del autor), en donde mencionaremos el rol de la mujer, del esclavo y la del hijo.

Para Aristóteles, el hombre es un ser social por naturaleza, y en uno de sus textos podemos confirmar tal afirmación: “La razón de que el hombre sea un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregario, es clara. La naturaleza, pues como decimos, no hace nada en vano. Sólo el hombre posee la palabra”[4].


De este modo, todo Estado está conformado por una serie de asociaciones de familias que tienden a un bien común, siendo éste el objeto más importante para esta asociación de tipo política ya que, según nos dice el autor, como en toda asociación que forma el hombre, sólo hacen o hacen cumplir lo que les parezca bueno. Las bases en el núcleo familiar se dan en formas de relación, en las cuales podemos encontrar la de señor y esclavo, esposo y mujer, padre e hijo, todas ellas de tipo natural, ya que la naturaleza ha creado seres para mandar y otros para obedecer, donde el que está dotado de razón y previsión será el dueño y el que, por sus facultades corporales sea capaz de obedecer y cumplir las órdenes, será el esclavo (Aristóteles, 1986).

Como nos referíamos anteriormente, es posible reconocer un tipo de poder aun siendo pertinente a un pequeño grupo humano. Acá observamos la administración de la familia, que reposa en tres tipos de poder: el de señor, padre y esposo, según quien sea el gobernado, esclavo, hijo, mujer. Sobre estos dos últimos, se les considera como seres libres pese a estar sometidos bajo la autoridad del hombre, ya que cumplen su rol natural de ser seres que obedezcan y/o que cumplan las órdenes.

Ahora bien, si pensamos que por naturaleza la gente esta predestinada a cumplir el rol que le fue asignado previamente, entonces, es posible afirmar que los esclavos están –en cierto modo- en el lugar correcto en esta sociedad. Pero tampoco podríamos tener la absoluta certeza sobre este punto ya que, si bien la propiedad es un elemento de la naturaleza humana, dentro de ésta el esclavo es la propiedad viva y éste no es sólo un esclavo sino que depende de su señor de forma absoluta, convirtiéndose en propiedad como instrumento de uso, pero absolutamente individual al ser un hombre de otro hombre (Aristóteles, 1986). Esta afirmación es posible reforzarla con estas palabras del autor: “Cuál es la naturaleza y cuál la función del esclavo resulta claro de lo expuesto. El que siendo hombre no se pertenece por naturaleza a sí mismo, sino que es un hombre de otro, ése es, por naturaleza, esclavo.”[5].

Si el esclavo es un bien de adquisición estaría conformando lo que se denomina crematística lo que, en simples palabras, se entenderá como el arte de adquisición y/o de almacenamiento de lo necesario para la casa o ciudad para tener una buena vida. Sobre este contexto no es posible considerar que sea una forma que proporcione una buena vida (al menos, desde un punto de vista moral) ya que, su único bien es la acumulación de dinero y, por consiguiente, el hombre caería en un deseo vacío que sería incapaz de suplir, pues, el dinero en sí no tiene un fin verdadero, es decir, su propósito es redundante (claro que, de cierta forma, puede otorgar al individuo una cierta posición de poder que sólo la riqueza es capaz de entregar, pero este punto lo discutiremos más adelante).

Habiendo ya explicado los poderes que son posibles de encontrar en una casa, pasaremos a analizar los poderes que son capaces de ser observados en una comunidad. En principio, diferenciaremos la imagen de un buen hombre con respecto a un buen ciudadano ya que, al parecer, estos elementos no son lo mismo. El buen hombre tiene la particularidad de tener un comportamiento aceptable, posible de ser catalogado como “bueno” ya que, independiente del régimen en que se encuentre éste individuo, siempre obedecerá las leyes que se le impongan. A diferencia del buen ciudadano, quien también es un sujeto que obedece las leyes que se le impongan, su actitud y su comportamiento, irán variando según el régimen en que le toque convivir, abriendo la posibilidad de que, en un tipo de gobierno diferente, su comportamiento pase a ser revolucionario, debido al descontento que éste le provoque. Ahora, según la visión aristotélica, un ciudadano será aquel hombre político que es o puede ser dueño de ocuparse, tanto personal como colectivamente, de los intereses comunes y que tenga también participación activa en los asuntos políticos (Aristóteles, 1986). El ser ciudadano no depende del domicilio, pues, esclavos y extranjeros también poseen uno; tampoco proviene del derecho de realizar una acción jurídica porque esto lo pueden hacer las personas que no son ciudadanos. La característica distintiva del ciudadano es que precisamente gozaba de funciones políticas y judiciales (Aristóteles, 1986).

Ahora bien, refiriéndonos a los regímenes o formas de gobierno, estos son posibles de clasificarlos en dos grandes grupos, según el interés que persigan, como, por ejemplo, las constituciones que determinan la organización del Estado, donde podemos encontrar las impuras. Éstas se llaman así porque están hechas en relación del interés personal de los gobernantes, o sea, no son más que una corrupción de las buenas constituciones, como ejemplo podemos mencionar la tiranía que se entiende como fin, el interés personal del monarca. Otro ejemplo seria la oligarquía, que se entiende como fin, el bien personal de los ricos (Aristóteles, 1986).

Sobre las constituciones puras, llamadas así ya que son hechas con vistas al interés general y practican de forma rigurosa la justicia. Entre los ejemplos podemos encontrar la monarquía, que es el gobierno de uno sólo; la aristocracia, que se entiende como el gobierno de una minoría conformada por hombres de bien; y, por último la república, que se entiende como el gobierno de la mayoría (Aristóteles, 1986).

Todas estas formas de poder estaban legitimadas y estaban de acuerdo a la época en que se estaba viviendo, también eran desarrolladas en relación a los cambios que tenía el hombre en su sociedad. Gran parte de estas formas de poder eran tomadas suponiendo de buena forma que la mejor manera de llevar una sociedad a un buen desempeño era a través de un trabajo colectivo, cuyas relaciones de ayuda recíproca pudieran ser tan fluidas como el agua misma. Pero el gran problema de este asunto era que, en primera instancia, toda decisión era adoptada con el propósito de favorecer al grupo mayoritario de una comunidad. Siendo ésta la realidad, aquella minoría siempre resultaba perdedora a la hora de tomar decisiones importantes en la sociedad, lo que conllevó a que esta minoría empezara a tomar -con más fuerza- las primeras ideas individualistas ya que, de otra forma, no podrían verse beneficiados, ello significó una serie de luchas por hacer valer la opinión individual por encima del resto.


Es acá donde el autor John Stuart Mill tiende a cobrar mayor relevancia, pues, este personaje fue uno de los primeros pensadores ilustres en defender esta postura. Si bien Mill también afirma que el bienestar es, en si mismo, el objetivo social (Mill, 2004) no justifica la intervención del Estado en ciertos aspectos (es posible encontrar ciertas semejanzas con el autor Constant, ya que ambos, en cierta medida apelan a que la libertad individual tiene más validez que la colectiva).

Una de las primeras preguntas que se hace Mill es sí realmente existe la libertad, hasta donde llegaría los límites del poder de la sociedad sobre el individuo. Entonces, acá aparecerá un nuevo elemento que debemos considerar, que es la voluntad popular que,  en teoría, vendría siendo la voz del pueblo. Tampoco podemos tener certeza sobre este concepto ya que, como hemos dicho anteriormente, la voluntad popular será aquella que sea mayoritaria, excluyendo a las minorías. Mill, sólo nos dirá que el único poder que se justifica, cuando se ejerce sobre un individuo, será aquel que afecte de forma directa a otro individuo, aun yendo contra la propia voluntad del tipo que ejerce de forma errónea su libertad. Tal argumento se sostiene en base al concepto de paternalismo, previamente ya señalado (Mill, 2004).

En este punto cobra gran importancia la propiedad, ya que con ella nacen los derechos y las elecciones de lo que el individuo sea capaz de exigir (surge las propiedades privadas,  pero no de consumo). Una de las premisas que el autor plantea es que la suma de los intereses individuales conforma el interés social. Además, por más equívoco que pueda estar una libertad (o al menos la idea), no se puede censurar, sino ya no estaríamos buscando el bien común, ya que estaríamos pasando por el encima de los demás.

Sobre éste último punto podríamos señalar que tal situación irá variando según el régimen en que nos podamos encontrar (retomando las primeras ideas de Aristóteles)  ya que según la organización del Estado, el individuo irá reaccionado en relación al modo en que se le trate. Mill usará la tiranía como forma de explicar el abuso de poder y de intervención social. ¿Cómo limitar el poder de un tirano?, este caso es típico en este campo de acciones ya que, como la palabra lo dice, el gobernador es un tirano que asume el poder de forma ilícita, en donde detrás del cabecilla, posiblemente, habrá más gente corrupta. Sin un organismo que lo regule directamente, tendrá toda la libertad de intervenir en temas netamente ajenos sin ningún tipo de remordimiento. Ante esta desolada acción, la gente con ideales individualistas quedaría, al parecer, fuera del marco de la ley, produciéndose una especie de vacio legal. Son estos tipos de acciones los que Mill rechaza tajantemente, apelando nuevamente a la revalorización a la libertad individual.


Finalmente, para concluir estas reflexiones, diremos que es posible sostener que toda forma de poder que gobernó en distintas épocas de la historia del hombre puede ser justificada, ya sea porque estaban correctamente aplicadas en relación con el tiempo-espacio de la época o porque es lo que correspondía a las circunstancias y al contexto. Hoy es la democracia quien rige el estilo de vida actual, es decir, es la organización que nos impone el orden y nos dice cómo debemos comportarnos, pero ¿realmente podemos decir que esto es una democracia?... un sistema donde la libertad tenga tantas condiciones y ciertas obligaciones que, de cierta forma, opacan lo que es la libertad. Si nos detenemos a pensar, podemos concluir que, en la realidad no existe la libertad, solo tenemos una vaga percepción del concepto original, ya que si nos remontamos a las antiguas ideas de libertad, no se podría concebir tal idea en nuestros tiempos actuales, porque no habría ningún respeto con el espacio del otro. Empero, en este sentido, esto no significa que sea algo malo, es más, me atrevería a decir que es bueno ya que (en lo personal) creo que el ser humano, por naturaleza, es un ser salvaje que necesita reglas que lo mantengan controlado, ya que no es lo suficientemente civilizado como para mantener un buen autocontrol. Hoy es la democracia, en el mañana puede ser otro tipo de organización, y cualquiera que sea, será aceptada, ya que sólo responderá a la necesidad del contexto en que se desarrolle.

Referencias:

1. Aristóteles (2007) Ética Nicomaquea, Buenos Aires: Colihue Clásica.
2. Aristóteles (1986) Política, Libro I y III, Madrid: Alianza Editorial.
3. Constant, Benjamín, (1820) De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos. Madrid: Imprenta de la Compañía.
4. Mill, John Stuart, (2004). Sobre la libertad. Madrid: Editorial EDAF S.A.


[1] Ver Constant, B. (1820). De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos. Madrid: Imprenta de la Compañía. Pág. 259-260.
[2] Constant, B. (1820). Op. cit. Pág. 265.
[3] Ibíd., Pág. 266.
[4] Aristóteles (1986). Política, libro I, Madrid: Alianza Editorial. Pág. 48.
[5] Aristóteles (1986). Op. Cit. Pág. 51.

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